¿Qué pasa en León?
El martes pasado en el programa “Semana Santa en Sevilla", que se emite en la televisión local Sevilla tv del grupo Vocento, se habló sobre unas jornadas organizadas por el Diario de León en la Colegiata de San Isidoro, en dicha localidad.
En el reportaje sobre León, los enviados por parte de la web pasionensevilla.tv, relacionada con dicho programa contaron que en León, las imágenes procesionales de Semana Santa no se encuentran en las Iglesias porque ¡los sacerdotes no lo permiten! Las imágenes se encontraban pues, en las dependencias de las distintas hermandades.
El hecho desde luego es, como mínimo, escandaloso. Las imágenes deben estar expuestas al culto público para fomentar, entre otras cosas, la piedad popular, especialmente en este momento histórico en el cual “Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto “ (Carta de S.S. Benedicto XVI a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre).
Si alguien viendo la Semana Santa de León siente la llamada a la conversión a través de las imágenes y vuelva a buscarlas, ¿tendrá que ir a un cuarto donde se hallen, o a la Iglesia, donde deberían estar?
Dice el Catecismo que “la iconografía cristiana transcribe a través de la imagen el mensaje evangélico que la sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente” (CIC 1160).
La situación es aberrante desde luego. Que imágenes de Cristo y de su Madre no estén en la Iglesia es algo que no tiene nombre.
Para dispensa de los sacerdotes hay que tener en cuenta un hecho muy importante y es que, el pastor de la diócesis de León, no es otro que Julián López Martín, uno de los Obispos que más se ha significado contra el Motu Proprio Summorum Pontificum del Romano Pontífice Benedicto XVI.
En su libro “En el Espíritu y la Verdad”, D. Julián López Martín, nos habla sobre la renovación de los ejercicios piadosos, dándonos una visión sesgada de los mismos:
c) Orientación ecuménica: Se trataría de “evitar con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error a los demás cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia Católica” (MC 32). Pero no se trata solamente de salvar esta posible dificultad, sino de educar en la verdadera piedad al pueblo cristiano, sin desviaciones ni exageraciones en el fondo y en la forma que conduzcan a vana credulidad. La piedad popular tiene muchos valores, pero está sujeta también a algunos riesgos, como han señalado oportunamente los documentos del Magisterio eclesial, comenzando por el propio Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (cf. n.48).
Esto supone discernimiento pastoral y juicio teológico respecto de las prácticas piadosas, especialmente de aquellas en las que se mezclan el sentimiento religioso con la tradición y el folklore. Con la necesaria prudencia y la debida firmeza será preciso encauzar o reorientar los actos de devoción popular de acuerdo con la fe cristiana y los valores evangélicos, evitando también que sean manipulados desde instancias culturales, económicas y políticas” (En el Espíritu y la Verdad, tomo II, Introducción antropológica a la Liturgia, Ediciones Secretariado Trinitario, 1.994, cap. XII, pág. 469).
A primera vista parece que D. Julián López Martín tiene toda la razón y hace bien en señalar los peligros de la piedad popular. Sin embargo, ¿dice exactamente eso la Evangelii Nuntiandi? Veámoslo:
48. Con ello estamos tocando un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles. Queremos referirnos ahora a esa realidad que suele ser designada en nuestros días con el término de religiosidad popular.
Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado. Durante el Sínodo, los obispos estudiaron a fondo el significado de las mismas, con un realismo pastoral y un celo admirable.
La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial.
Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente “piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.
La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo.
Es cierto que el Papa señala los límites de la religiosidad popular, pero comparados con las virtudes que encierra, podemos decir que no se equilibran ambos lados de la ecuación, como da a entender López Martín, especialmente si se tienen en cuenta estas maravillosas expresiones con las que S.S. Pablo VI se refiere a la piedad popular:
Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción.
Quizás el verdadero problema se encuentre en lo que el Obispo de León señala en la página 470 de dicho volumen:
Por consiguiente los actos de piedad deben adaptarse a estos ritmos e incorporar el espíritu de los distintos tiempos del año litúrgico. Si la educación en la fe y la catequesis, y la pastoral de los sacramentos, tienden hoy a desarrollarse siguiendo el gran itinerario eclesial que marca la celebración del misterio de Cristo en el año litúrgico, de la misma manera los ejercicios de piedad del pueblo cristiano deben asumir también esta referencia primordial. De hecho muchas prácticas nacieron de la liturgia o se situaron junto a ella de forma paralela
En la última frase queda todo esclarecido. La Semana Santa recibió toda su fuerza de la Liturgia de Trento, la que, precisamente, ahora el Romano Pontífice Benedicto XVI ha puesto en mano de los fieles con su Motu Proprio y sobre la cual ha manifestado sus reservas el Obispo de León.
No era el huevo, sino el fuero. El peligro no es la piedad popular. Los frutos los ha señalado muchas veces el Magisterio. El problema no se encuentra en las imágenes, sino en otro lugar.
Las imágenes a las Iglesias, como manda la piedad, que es, por otra parte, donde deben estar.
p.s. Y este video se lo dedico a D. Julián López Martín, Obispo de León.
5 comentarios
Pero tenga en cuenta que las iglesias de León no están influidas por ningún tipo de iconoclastas, tienen muchas imágenes, entre ellas la muy amada por este pueblo de la Virgen del Camino. Le aconsejo que se dé una vuelta por esta ciudad y lo comprobará. Y lo mismo pasa en todos los pueblos de la provincia.
Sus encontronazos e incluso insultos hacia los abades de las cofradías son patentes. Éstos no son perfectos, claro, pero muchos están intentando renovar la fe de sus hermandades y encauzarla hacia una mayor unión con toda la comunidad. Respecto a los párrocos, es manifiesto su recelo hacia las cofradías. No menciono nombres concretos por caridad. Y es cierto que muchas imágenes están en almacenes por la prohibición de los párrocos, habiendo sitio en las iglesias (no todas, en honor a la verdad: como dice Kino, hay algunas expuestas, quizás un 20 ó 30% del total).
La crisis del catolicismo en León es patente. Monseñor López será, no lo dudamos, una buena persona. Pero está en abierta rebeldía frente al Papa, y eso siempre lleva a la ruina.
Rezad por León y por la juventud que vive la Semana Santa como un camino hacia Cristo.
Es un escándalo.
Kino, ¿se imagina usted lo que pasaría en Sevilla si las imágenes estuviesen en ¡¡¡almacenes!!!?
No reniego de la forma extraordinaria, pero prefiero, como he dicho, la forma ordinaria realizada con fidelidad y piedad.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.