Gloria nazarenorum
Es la madre y maestra y eso se nota. En sus cultos y en la estación de penitencia, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno es ejemplo para las demás.
Es discutible su antigüedad, pero no su preeminencia sobre el resto.
Ha sido la primera de las Hermandades de Sevilla que, obedeciendo al Santo Padre, ha incorporado la forma extraordinaria de la Liturgia romana, en la celebración del quinario al Señor.
Y también ha sido la primera en incorporar la defensa del derecho a la vida, además de manera magistral y contundente, como la misma Hermandad es, sin necesidad de lacitos blancos, expresando y condensando todo lo que la Iglesia tocante a la vida humana:
proclamar y defender el derecho a la vida de todo ser humano en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural y cualquiera que sea su condición, de conformidad con el Magisterio de la Iglesia y la doctrina emanada de S.S. el Papa.
Que aprendan los señores del Consejo de Hermandades y Cofradías a hacer las cosas bien, sin ambigüedades. El documento que emitió el Consejo fue un paripé, una cosa minúscula en lo tocante a la fe. Un paripé, vamos. Lo mejor que podría hacer el actual presidente del Consejo, D. Adolfo Arenas, es echarle el cerrojazo: para lo que hace el Consejo, mejor no tenerlo.
Los hermanos del Silencio han recogido el testigo de Bernardo de la Cruz, aquél que en el año 1.564 (fecha oficial, aunque algunos historiadores remontan la fundación de la corporación a 1.340), en el hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, de acuerdo con D. Andrés de Aguilar, Prior del Monasterio de Santa María de las Cuevas, Fray Rodrigo de Carmona, Prior del Concento de San Isidoro del Campo y de Juan de Medina, sacerdote y Teniente de Administrador del hospital, los cuales - como dicen las antiguas reglas de la Hermandad – deseosos de «su salvación, gloriándose como dice el Apóstol en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en la cual fimos salvos y libres del poder del demonio, teniéndola por Patrona, armas y defensa suya, queriendo imitar al que en ella murió por nuestras culpas, llevándola sobre sus hombros, siguiéndole con ella»
Ni más ni menos.
Ad maiorem Dei gloriam
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