El anglicanismo
Cuando en el año de nuestro Señor de 1.521, Enrique VIII recibió del Sumo Pontífice León X el título de «Defensor de la Fe», nadie se podía imaginar que el monarca acabaría siendo excomulgado años después (1.533) por el Papa Clemente VII.
El Rey, autor del Tratado de los siete sacramentos, acabaría provocando el cisma con la Iglesia de Roma un año después de su excomunión, en el 1.534, además de la ejecución de su ex – canciller, Tomás Moro, como la del obispo Juan Fisher, entre otras. Aún así, la Iglesia anglicana naciente seguía siendo fiel a la doctrina de Roma; de hecho, en 1.539, el Rey Enrique VIII publicó el famoso documento de los Seis Artículos donde ordenaba, bajo pena de muerte, que se creyera y mantuviera la doctrina de la transustanciación, la comunión bajo una sola especie y el celibato eclesiástico.
Sin embargo, el momento de verdadera reforma, de ruptura profunda con la doctrina católica vendría en las dos fases siguientes: la primera bajo el mandato de su hijo Eduardo VI, que bajo el consejo de Cranmer – el cual mantuvo correspondencia con Calvino -, se destruyeron innumerables obras de arte, se abolió el celibato (1.549) y se impuso el Common Prayer Book (1.552), prescrito como libro litúrgico oficial para toda Inglaterra.
De los sacramentos sólo quedaba el bautismo, ya que la Cena se entendía al modo de Calvino; del resto, nada. Se mantuvo una estructura episcopal con el rey como cabeza de la Iglesia.
La segunda fase vino con la hija de Enrique, Isabel I, con la que se difundieron por la isla las ideas de Calvino y Lutero. Promulgó la Ley de Uniformidad de Culto en 1.559, con lo que se constituían oficialmente, la Anglican Church, la Reformed Church of England y The Established Chuch. La reina sustituyó el título de cabeza suprema de la Iglesia por el de director supremo de la Iglesia, quedando los sacramentos y el culto fuera de su jurisdicción y por último, prohibió al Parlamento que se inmiscuyera en los asuntos de la Iglesia.
En el año 1.571 publicó los XXXIX Artículos que son considerados una comunión de fe de los anglicanos, aunque en la realidad son tan ambiguos que lo alejan de ser un verdadero catecismo anglicano.
Podríamos decir que las características de la Iglesia anglicana son su carácter nacional, el mantenimiento de una estructura episcopal – aunque el Papa León XIII declaró inválidas las ordenaciones por quedar interrumpida la sucesión apostólica – y el calvinismo moderado.
Actualmente la Comunión anglicana la forman la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia en Gales, la Iglesia episcopaliana escocesa, la Iglesia de Irlanda, la Iglesia de Inglaterra en Canadá, la Iglesia de Inglaterra en Australia, la Iglesia de Inglaterra en Nueva Zelanda, la Iglesia de Inglaterra en Sudáfrica, la Iglesia protestante episcopal en Estados Unidos y las Iglesias establecidas y las diócesis misioneras en las que eran antiguas colonias británicas.
Los obispos anglicanos se reúnen desde 1.867 cada diez años en la Lambeth Conference, presidido por el obispo de Canterbury como el primero entre los iguales. Su potestad es muy limitada, por no decir nula, ya que no puede definir doctrina ni regula práctica.
El problema de las ordenaciones de mujeres y de homosexuales ha terminado de dar la puntilla a una comunidad que pasó de tener una doctrina católica a no tener ninguna, ya que las defiende casi todas.
Verdaderamente el Cardenal Kasper ha sido muy diplomático al pedirles que se definan entre la Tradición o la Reforma, cuando optaron por lo segundo hace muchos años, aunque manteniendo un cierto acervo católico-romano, muy desleído, eso sí.
Con la separación del catolicismo inglés, se realizó algo más que un cisma. Se perdió una forma muy particular y especial de entender la fe católica, siempre en comunión con el Papa: a fin de cuentas, Inglaterra sigue siendo la tierra de Santo Tomás Becket, San Patricio, San Sixto III y del Doctor Sutil, el Beato Duns Scoto, entre otros.
Este genio inglés perduró en el pasado siglo en sus escritores y teólogos, desde Newman, hasta Tolkien (nacido en la actual Sudáfrica), pasando por Chesterton (¡incluso en protestantes como C.S. Lewis!), y continuará por siempre, esa forma tan bella y católica de amar a Cristo.
La unión de todos los hermanos separados de la Iglesia Católica es importante, pero con los ingleses reviste un carácter singular. Por eso deseamos, esperamos y, sobre todo, rezamos, por la unión con nuestros hermanos anglicanos en la única Iglesia de Cristo.
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