Crónica de un viaje a Roma (y V)
Al día siguiente, miércoles, volví de nuevo a misa a San Francesco a Ripa. A pesar de la hora, siete y media de la mañana, dos sacerdotes concelebraban. No éramos mucho, sin embargo, cinco hermanas dedicaron sus cantos al Señor: fue un verdadero regalo del cielo escuchar esas voces.
Por la tarde me encaminé a la zona del Aventino, donde pude contemplar San Giorgio in Velabro - Iglesia castigada por un atentado terrorista en 1.993 que le destrozó el pórtico y el frontón, hoy se encuentra felizmente restaurada -, el arco de Jano, y los templos del Forum Boarium. Hay dos templos, uno dedicado a Portuno, con forma rectangular (se está restaurando) y otro circular dedicado a Hércules. Son los mejores conservados de la Roma Republicana, quizás a que ambos se convirtieron en Iglesias cristianas.
Rápidamente me dirigí al Foro, pero ya estaba cerrado. Sin embargo pude contemplar la belleza del Coliseo, y la de los arcos de Tito y Constantino. También entré en la Iglesia de San Cosme y Damián, que se encuentra pared con pared con el Templo de Rómulo. En el interior un bellísimo mosaico bizantino nos muestra a Cristo sobre nubes naranjas.
No era la única sorpresa que encerraba esta Iglesia; en una capilla un icono bizantino de un Cristo crucificado ataviado como un Basileus. Importante representación, al igual que su enseñanza, especialmente en estos tiempos de tanta soberbia: es Cristo el que gobierna verdaderamente; todo esta sujeto a Él.
Dice Santo Tomás de Aquino que:
«Cristo está sentado a la diestra del Padre, en cuanto reina junto con el Padre y de Él tiene el poder judicial; como ministro que sienta a la derecha del rey le asiste en el reinar y en el juzgar» (III 58,1).
«El poder judicial es consiguiente a la dignidad regia, según leemos en los Proverbios: «El rey, sentado en el tribunal, con su mirar disipa el mal» (Prov 20,8). Cristo obtuvo la dignidad regia sin merecimientos, pues le compete en cuanto es el Unigénito de Dios. Por eso dice San Lucas: «Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33)» (III 59,3 object. I).
«Ya hemos dicho que el poder judicial es consiguiente a la dignidad real. Pero, aunque Cristo fue constituido rey por Dios, no quiso, sin embargo, mientras vivió en la tierra, administrar temporalmente un reino terreno. Por eso dijo Él mismo: «Mi reino no es de este mundo» (Io 18,36). E igualmente no quiso ejercer su poder judicial sobre las cosas temporales (cf. Lc 12, 13-14), ya que vino al mundo a elevar los hombres a las cosas divinas» (III 59,4 ad I).
Así, en sentido metafórico (como dice el Papa Pío XI en la encíclica Quas Primas, «por el supremo grado de excelencia que posee, y que le levanta sobre toda la creación») se dice que Cristo reina:
- Sobre las inteligencias de los hombres, en cuanto que Él es la Verdad, de la que derivan el resto.
- Sobre las voluntades, ya que enciende en ellas los propósitos más elevados.
- Sobre los corazones, porque los arrastra a su amor con su indescriptible caridad y misericordia.
Y en sentido estricto, literal y propio, porque «es evidente que también en sentido propio hay que atribuir a Jesucristo-hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo como hombre se puede afirmar de Cristo que recibió del Padre la potestad, el poder y el reino (Dan 7,13-14), ya que como Verbo de Dios, identificado substancialmente con el Padre, posee necesariamente en común con el Padre todas las cosas y, por tanto, también el mismo poder supremo y absoluto sobre la creación» (Pío XI, Quas Primas)
El jueves es mi último día en Roma. Es el día elegido para ir a San Pedro y visitar la tumba de los Papas, especialmente la de mi querido Juan Pablo II.
En el camino al Vaticano hago mi primera parada en la Iglesia del Crisogno. Esta basílica tiene algo que me atrae. No se si será la pintura del ábside que representa a nuestra Madre. ¿Será la paz y la tranquilidad que se respira en su interior, a pesar del bullicio exterior?. Es una isla de silencio en la agitada Roma. Me acerco a la salida y veo, otra vez, el cártel visto el pasado lunes: Todos los jueves adoración al Santísimo. Sí, esto es.
La segunda parada la realizo en la Iglesia del Santo Spiritu in Sassia. Describir esta iglesia es algo muy difícil y mis palabras son torpes. Los frescos que decoran la Iglesia son sublimes, la arquitectura perfecta.
En el ábside, el Espíritu Santo, Paráclito. Arriba, Cristo triunfante, y en la bóveda, Dios Padre.
Este lugar es el «centro de operaciones», por llamarlo de alguna manera, de la espiritualidad de la Divina Misericordia, que difunde este carisma de Santa Faustina Kowalska. En el altar se encuentra el cuadro del Sagrado Corazón con el lema «Gesú, confido in te».
El día cinco de cada mes, hay Misa en honor de la Divina Misericordia. Como le dijo el Señor a Santa Faustina:
“Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario,49).
En la Iglesia sólo se escucha el susurro de las pías y beatas mujeres rezando el Rosario. Realmente se está muy bien aquí.
Por fin llego a San Pedro. Describir la Basílica sería absurdo por mi parte. Me acerco a la tumba de los Papas que quiero visitar. Primero al beato Juan XXIII, que descansa debajo de la pintura de San Jerónimo, donde el santo recibe la Eucaristía. Después llego al altar donde están los restos de San Pío X. Finalmente voy a la cripta de los Papas, donde finalmente veo a San Pedro y a Juan Pablo II, el Papa bajo el cual he vivido los primeros años de mi vida.
Se acaba el viaje a Roma y termina esta crónica donde he intentado reflejar, malamente, mis impresiones, mis pensamientos, mis razones y sentimientos.
Vuelvo a Sevilla.
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