Crónica de un viaje a Roma (IV)
Al día siguiente, martes, antes de entrar en las conferencias, me acerco a escuchar misa a una Iglesia que se encuentra muy cerca del hotel donde me alojo: San Francisco a Ripa.
Erigida sobre el antiguo Hospicio de San Blas donde, según cuentan, «el poverello» vivió cuando visitó Roma en 1.219.
La bella fachada de la Iglesia no delata, desde luego, el aún más hermoso interior. En el altar mayor, el titular de la Iglesia, San Francisco. En una capilla lateral, muy cerca del presbiterio se encuentra la poderosa escultura de la beata Ludovica Albertoni, obra del gran Bernini. La beata, en éxtasis, se tienta la ropa, en un escorzo que mezcla el dolor – Bernini la quiso representar en el momento de su muerte – y de placer: las manos cerca de los senos, el estertor que nos intenta mostrar la salida del alma hacia el Amado.
La escultura tiene una sensualidad evidente. Igual que Oseas trata el amor de Dios a su pueblo como amor conyugal entre un esposo y su esposa, igual que hace el Cantar de los Cantares de Salomón, ¿quiso el gran Bernini, utilizar el placer sexual como medio de expresión del éxtasis místico?. Sólo los místicos saben cuál es la relación tan especial que alcanzan con Dios. Nuestra inteligencia se muestra insuficiente para expresarlo por medios humanos, sea la palabra, la escultura, la pintura, o el que sea. Como dice San Pablo:
«Videmus nunc per speculum in aenigmate: tunc autem facie ad faciem. Nun congnosco ex parte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum» (1 Cor 13, 12).
Los restos de esta beata se encuentran debajo de la estatua de Bernini.
De ella me quedo con lo que repetía con asiduidad: «¿Cómo es posible vivir sin sufrir, cuando se contempla a nuestro Dios colgado en una Cruz?».
Diversas estatuas adornan las capillas laterales. Sobre la urna de San Carlos de Sezze – todo aquí llama a la beatitud -, aparece San Miguel Arcángel, al que invoco su protección: «Sancte Michael Arcangele, defende nos in praelio…»
Como he dicho, aquí escuché misa y, a pesar del lugar, no me libré de las ñoñas canciones que se entonan durante las ofrendas o tras la comunión. ¿Por qué tanta gazmoñería?. Eso sí, en italiano.
Es una pena que no se oficie al menos una misa diaria en latín en cada Iglesia. Verter la liturgia a lenguas vernáculas las ha acercado al pueblo, pero ¿no se ha perdido quizás en universalidad?. ¿Por qué un católico tiene que estar limitado por el idioma particular del lugar en el que se realice el Sacrificio de la Misa?. Y eso que en Roma hay misas en casi todos los idiomas, pero ¿no corremos el peligro de aislar las comunidades, de perder el carácter universal, católico, que da el latín, el idioma de la Iglesia?. Esto me convence más aún que la liberación del rito tradicional ha sido un regalo profético que nos ha hecho el Santo Padre. Sólo queda que nuestros pastores se animen y se celebre también la misa del Novus Ordo Missae en latín, con cierta regularidad.
Hay que decir, que la música no tiene nada que ver con la forma piadosa con la que la gente se acerca a comulgar: todos la reciben en la boca.
Se acaba la misa. El sacerdote incoa una oración a la Santísima Virgen. Se me echa la hora encima. Me despido de esta bella Iglesia.
Por la tarde, como llueve, aprovecho y me acerco a Santa Cecilia en Trastevere. Dicen que aquí se encontraba la casa de la santa. En la cripta, las lápidas arracímanse como queriendo refugiarse al calor del hogar, de la que tantas conversiones realizó antes de su martirio.
En el altar, una estatua de la santa que representó Stefano Maderno tomando como modelos los restos desenterrados en el año 1.599. La santa aparece recostada, mostrando el cuello sajado, sangrante. En la mano derecha, tres dedos extendidos; en la izquierda, uno sólo. Con esto nos sintetiza la creencia en Dios, uno y trino. No hay forma más sencilla de expresar una verdad tan grande.
Salgo y de nuevo, en la fachada, refugiadas por el pórtico, aparecen las lápidas de los santos, que son como las heridas que mostraban los confesores de fe: signos de la fe católica, esperanza de la resurrección de los muertos que habrá de venir.
Así lo creo.
4 comentarios
No se si será un lenguaje patético o no, pero mire lo que dicen algunas personas al respecto:
"Oir una Misa en vida o dar una limosna para que se celebre, aprovecha más que dejarla para después de la muerte." (San Anselmo)
"Más aprovecha para la remisión de la culpa y de la pena, es decir, para la remisión de los pecados, oir una Misa que todas las oraciones del mundo" (Eugenio III Papa)
Item más, el verbo escuchar procede del latín auscultare, que quiere decir "escuchar", pero también "atención", "obediencia". Quizás por eso la primera acepción que recoge el RAE es "1. tr. Prestar atención a lo que se oye." Parece que la expresión "escuchar misa" - antigua, castiza, española - no es precisamente algo coincidente con lo patético.
Finalizando, que es gerundio, dice el Catecismo (2.042): El primer mandamiento [oír misa entera los domingos y fiestas de precepto] exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los misterios del Señor, la Virgen María y los santos (cf ⇒ CIC can 1246-1248; CCEO can. 881, 1.2.4).
Ojo, pone "oir misa".
Un saludo.
Respecto al tema de los argumentos superficiales sólo decirle que he hecho referencia a un Papa, a un santo y al catecismo de la Iglesia Católica. ¿Le parece patético este último?.
Lo de dar "lecciones de fidelidad" lo debería de contextualizar más, porque su contenido semántico puede ser muy amplio y como comprenderá, puede ser cualquier cosa. Idem con el tema de la órbita.
Por último, veo que no es un problema de lenguaje, sino de otra cosa. Si está dispuesto a relativizar el lenguaje, entonces, ¿para qué lo echa en cara?. Además, también debería limitar el contenido semántico de la arrogancia: ¿se refiere a la soberbia o a la gallardía?. ¿O más bien a la valentía?.
Gracias por participar.
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