El Infierno (I)
En la Constitución Lumen gentium, el Vaticano II recuerda, con palabras de la Sagrada Escritura, el fin al que estamos encaminados: «Somos llamados hijo de Dios y lo somos de verdad (cf 1 Jn 3,1); pero todavía no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col 3,4), en la que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn 3,2)» (1)
El Concilio también advierte el gran riesgo que corre el hombre si usa mal la libertad: «Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb 9,27), si queremos entrar con Él a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt 25, 31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt 25,26), seamos arrojados a l fuego eterno (cf. Mt 25,41), a las tinieblas exteriores en donde «habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13-25)».