En el Magisterio de la Iglesia.
Se puede decir que en la Iglesia antigua no hay un pronunciamiento doctrinal sobre la inmortalidad del alma. Esto, que podría parecer extraño, es algo natural ya que teniendo en cuenta el humus judío del cristianismo, es indudable que los muertos no se disuelven en la nada, sino que esperan la muerte en el hades de un modo en relación con la vida que llevaron.
En Oriente, la situación de los difuntos sigue siendo una situación intermedia, sufriendo la impronta judía en la fe un desplazamiento, sin que se suprima de algún modo. En Occidente, por otro lado, no se habla de resurrección de los muertos, sino de resurrección de la carne, debido a que se sigue con la terminología judía, donde «toda carne» (Sal 136,25; Jr 25,31; Sal 65,3) se refiere a toda la humanidad, aunque también quiere decir que sigue fiel al influjo a la teología de San Juan, como se refleja en San Justino Mártir y en San Ireneo de Lyon. No se piensa principalmente en la corporeidad, sino en la universalidad de la esperanza de la resurrección, pero incluyendo el todo, es decir, la criatura llamada «carne», en contraposición a Dios (1).
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