Antonio García Barbeito demostró ayer en el teatro de la Maestranza que es un hombre coherente. Como él mismo reconoció en los días previos, ni va a misa, ni sabe de cofradías. Y lo mostró y demostró. ¡Vaya si lo hizo! Para sonrojo y escarnio de la Sevilla cofrade, que esperaba el típico texto ripioso, que pusiese los vellos de puntas al personal, al nombrar a los titulares de todas las Hermandades de Sevilla.
Pero no ocurrió así. El pregonero no engañó ni se engañó a sí mismo; sencillamente se limitó a exponer sus dudas en materia de fe, en plan metafísico existencialista, super guay: es decir, la filosofía del Hola.
Como no podía ser de otra forma, aburrió hasta a las ovejas. Entre otras cosas porque el cofrade medio sevillano espera el poema donde Macarena rima con pena. Y así hasta el infinito y el más allá.
El espectáculo fue lamentable. Un pregón es otra cosa. Es de católicos para católicos, exaltando la Semana Santa. Calentando el ambiente para lo que llegará una semana después, no una exposición de un agnosticismo de remanguillé, cosa que está muy bien para una asociación de vecinos, una revista literaria, o una tenida masónica en la logia, pero no en un pregón de Semana Santa.
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