Iota Unum: Romano Amerio
Resulta difícil, o más bien imposible, concluir el análisis extendido a lo largo de este libro con una adivinación o pronóstico de lo que ocurrirá. La elevación de la conjetura al grado de ciencia (llamada, con mal formado vocablo, futurología) es cosa inconsistente, vulgar, teatral y vana. Ciertamente existe una ley general según la cual en el orden del mundo, causas iguales producen efectos iguales; pero esta ley expresa el comportamiento del mundo precisamente generale, y no consiente silogismos y conclusiones individuales; se pueden enunciar verosimilitudes, pero no verdades.
Existe todavía el juego de la voluntad libre, el contingente defecto de las naturalezas finitas, o el carácter extraordinario de la intervención divina, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia. Es por tanto irrefragable la proposición: de futuris contingentibus non est determinata verítas.
En la Fe católica hay en torno a los acontecimientos una sola certidumbre: la creación y el correr del mundo discurren bajo la divina Providen-cia y tienen por fin la gloria divina. Pero el sentido de la evolución del mundo no aparece manifiesto en las articulaciones singulares de la historia. Se capta solamente en la totalidad de su devenir, y de este modo, mientras el devenir esté en acto y no haya concluído escatológicamente, puede ser solamente vislumbrado. Pero arriesguémonos con las conjeturas.
La primera conjetura es que el proceso de disolución de la religión católica en la sustancia mundana continúe, y el género humano camine hacia una igualación total de las formas políticas, de las creencias religiosas, de las estructuras económicas, de las instituciones jurídicas, y de los géneros culturales. Esto ocurriría bajo el imperio de la técnica al servicio del desarrollo del hombre en cuanto hombre y solamente mediante los elementos del mundo. La instauración del regnum homínís con la baconiana prolatio terminorum humani imperii ad omne possibile («Extender los límites del poder del hombre y desarrollar infinitamente todas sus posibilidades») constituiría esa novedad catastrófica anunciada tanto por la nueva teología como por la filosofía marxista. Las coloraciones religiosas con las cuales la teología de la liberación todavía se presenta están destinadas a desvanecerse y dejar desnuda la esencia humana de la teoría. Esta primera conjetura supone la absoluta historícidad del Cristianismo, la caída de la Revelación divina a ser un momento del deviniente espíritu humano, y la eliminación de todo Absoluto de la razón y de la religión. Puede considerarse al comunismo ateo como principio activo de la «desreligionización», pero también cooperan con él las doctrinas que lo han dado a luz históricamente.
Algunos pensadores de los siglos XVIII y XIX, lúcidos por agudeza del ingenio o exaltación ideal, realizaron anticipaciones informes y confusas, pero sin embargo notables, de esta adivinación sobre la crisis del mundo, Juan Jacobo Rousseau, en el Contrato Social, lib. II, cap. 8, escribe: «El imperio ruso querrá subyugar a Europa y será él mismo subyugado. Los Tártaros, sus súbditos, se convertirán en sus amos y en los nuestros». Giacomo Leopardi, en Zibaldone, 867: «No dudo en pronosticarlo. Europa, completamente civilizada, será presa de esos medio bárbaros que la amenazan desde el fondo del Sep-tentrión; y cuando estos conquistadores se civilicen, el mundo volverá a equilibrarse».
Aún más preciso es Jaime Balmes afirmando que quienes creen que Europa no podrá conocer ya conflictos similares a los de la invasión de los bárbaros y de los árabes no han reflexionado sobre lo que podría producir en el orden de la Revolución un Asia gobernada por Rusia.
Tal mutación de civilización, que implica mutación de religión o negación de toda religión, está prefigurada también en las grandiosas páginas con que Vico concluye la Ciencia Nueva: «Pero si los pueblos se pudren en esa última languidez civil, que no consiente ni un monarca nativo, ni que vengan naciones mejores a conquistarles y conservarles desde fuera, entonces la Providencia, ante este su extremo mal, adoptará este extremo remedio: que (…) hagan selvas de las ciudades, y de las selvas madrigueras para el hombre; y de tal suerte, dentro de muchos siglos de barbarie, se enmohezcan las sutilezas malnacidas del ingenio malicioso, que les había convertido en fieras más feroces con la barbarie de la reflexión que con la barbarie del sentido».
Esta primera conjetura profética es incompatible con la Fe católica. En realidad, (…), no hay en el hombre otra raíz distinta de aquélla con la que fue creado y en la cual está injertado lo sobrenatural: no es posible un cambio radical. No hay en el hombre otra novedad aparte de la que causa en él la gracia, y esta novedad continúa (sin pasar por un estado intermedio) en el estado escatológico. Éste es el estatuto primero y último del hombre y no se dan cielos nuevos ni tierra nueva bajo este cielo y bajo esta tierra.
La segunda conjetura acerca del futuro de la Iglesia es la expresada por Montini como obispo y confirmada después como Papa,(…).
La Iglesia continuará abriéndose y conformándose al mundo (es decir, desnaturalizándose), pero su sustancia sobrenatural será preservada restringiéndose a un residuo mínimo, y su fin sobrenatural continuará siendo perseguido fielmente por una avanzadilla del mundo.
A la engañosa expansión de una Iglesia diluída en el mundo corres-ponde una progresiva contracción y disminución en un pequeño número de hombres, una minoría en apariencia insignificante y moribunda pero que contiene la concentración de los elegidos, el testimonio indefectible de la Fe.
La Iglesia será un puñado de vencidos, como preanunció Pablo VI en el discurso del 18 de febrero de 1976.
Tal inanición y anulación de la Iglesia no invalida, más bien verifica, lo expresado por 1 Juan 5, 4: «haec est victoria, quae vincit mundum, Pides nos-tra [y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe]».
Esta inanición de la Iglesia permanece inexplicable en línea histórica pura y tiene estrecha relación con el, arcano de la predestinación. La fe no está «acostumbrada al triunfo», y no hay jamás para la Iglesia victorias definitivas, sino victorias en curso de realizarse: es decir, combate perpetuo en el cual ella no sucumbe, pero jamás puede dejar de combatir. Y en el oscurecimiento de la fe, indicado en Luc. 18, 8, pueden tener lugar inversiones de la civilización que sin embargo no invierten la realidad de ese avance de la Iglesia: la ruina de Roma (tan recurrente en las profecías extracanónicas), la emigración de la Iglesia de levante a poniente (quizá a las Américas, quizá a Africa), traslaciones de imperios (según el esquema bíblico), o destrucción y reconstrucción de pueblos .
La Iglesia, semimoribunda en la pobreza, en la persecución y en el desprecio por parte del mundo, tendrá el destino del Elegido de Thomas Mann: mientras el mundo se lanza a la barbarie, él se refugia con espíritu de penitencia y religión en la inhumana soledad de un inalcanzable escondite; allí se hace montaraz, diminuto, se nutre de hierba y de tierra, se convierte en una heredad orgánica donde habita el hombre, pero en la que el hombre resulta irreconocible. Sin embargo, en un momento decisivo para la Cris-tiandad, la Providencia reencuentra al pequeño monstruo semihumano y los legados romanos lo traen a Roma, lo alzan a la cumbre pontifical, y lo consagran a la renovación de la Iglesia y a la salvación del género humano.
De la inanición a la exaltación hay ciertamente un camino preconizado por la Fe. De la muralla de Is. 30, 14, derrumbada en fracciones de minutos y entre cuyos escombros no se encontrará ni siquiera un tiesto para trans-portar un tizón, se llega (en el orden de las cosas esperadas) a la edificación de la Jerusalén celeste, y no sólo de la terrenal. Este pasaje contradice las leyes de la historia humana, pero encuentra apoyo en las paradójicas resu-rrecciones históricas de la Iglesia: después de la crisis arriana, en la cual peligró la trascendencia, y después de la crisis luterana, en la cual igualmente corrió peligro. Y el volverse a levantar de la perdición «sin que a oponerse basten los humanos» (Inf VII, 81) responde a las leyes según las cuales opera la Providencia en el gobierno del mundo.
La acción divina transcurre de un extremo al otro, por lo que la criatura alcanza el fondo del mal y después se eleva a la cima del bien. Así, el combate moral empuja al universo hacia su fin: la realización de la cantidad predestinada de bien moral, o como se dice en teología, la consecución del número de los elegidos. Solamente este combate puede dar lugar al completo desenvolvimiento de la criatura en todos los grados posibles. No se trata de que el mal sea requerido por ese desenvolvimiento, sino de que también la victoria sobre el mal está incluída en el destino y en las virtualidades de la criatura intelectiva.
La fe en la Providencia anuncia por consiguiente la posibilidad de una recuperación y’ sanación del mundo mediante una metanoia cuyo impulso inicial él no puede proporcionar, pero de la que es capaz cuando lo haya re-cibido. La exigencia de la Iglesia en esta situación ya no es leer los signos de los tiempos, porque «non est vestrum nosse tempora vel momenta [no os co-rresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad» (Hech. 1, 7), sino leer los signos de la eterna voluntad, presentes en cualquier tiempo y patentes para todas las generaciones que fluyen a lo largo de los siglos.
Pero lo cierto es que la trama de la historia es el arcano de la predesti-nación, y ante esto, como decía elevadamente Manzoni, al pensamiento humano le conviene torcer las alas y estrellarse contra la tierra.
334. EL ORÁCULO CONTRA DUMA
Parecerá que nuestro discurso ha llegado a una conclusión que tiene el carácter del conocimiento negativo, hipotético, sombrío y vespertino, incluso nocturno. Así es. Sólo puede traspasarse el velo palpando y vislumbrando. «Custos, quid de noche? Custos, quid de noche? Dixit Cutos: Venit mane et nox. Si quaeritis, quaerite, convertimini, venite» (Is. 21, 11-12)(«Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche? Responde el centinela: Viene la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad. Volved a venir»).
Iota Unum, Romano Amerio. Epílogo.
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Otros enlaces de descarga de IOTA UNUM:
http://www.scribd.com/doc/15038131/IOTA-UNUM
Para bajar IOTA UNUM; Stat Veritas
http://www.librosenpdf.net/66760/romano-amerio/
http://www.scribd.com/doc/29475019/Bouyer-La-Descomposicion-Del-Catolicismo
En el sitio de Roma Aeterna hay un enlace a una versión del libro mejor que la de Stat Veritas:
http://roma-aeterna-una-voce.blogspot.com/
es una versió en PDF lista para imprimir.
Saludos.
En el sitio de Roma Aeterna hay un enlace a una versión del libro mejor que la de Stat Veritas:
http://roma-aeterna-una-voce.blogspot.com/
es una versión en PDF lista para imprimir.
Saludos.
Quisiera comentar que no me parece correcto que los lefebvristas interpreten "Iota unum" como un respaldo a sus tesis. Romano Amerio fue siempre, y hasta el último día de su vida, un católico fiel, no sólo a la Tradición pasada de la Iglesia, sino a su estado actual, al Magisterio vivo de la Iglesia.
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IGE: umm, ¿y qué tiene que ver el lefebvrismo aquí, Daniel?
si solo le parece que es interesante, se ve que no lo a leido nada... mientras es uno de los mayores pensadores italianos del siglo 20.
Cuanto a los de los "lefevrianos", que son totalmente catolicos, ne es que respaldan la tesis, pues toda la Tradicion Catolica es argumento para ellos como para Amerio.
Por ejemplo: n°32-5 Iglesia y civilizacion en el postconcilio.
En la Iglesia contemporanea esta verdad se encuentra entre las rejas de la contradicci´on.
Por un lado la Iglesia declara no identificarse con ninguna civilizacion particular,y declarandolo ası se mantiene en la estela de su tradicion; pero por
otro lado aspira a fermentar todas las civilizaciones particulares impulsandolas hacia una civilizacion mundial que se afirma no poder existir sin el Cristianismo,
y que ha de dar a luz un nuevo mundo mas justo y mas humano: no se puede decir mas cristiano.
La imposibilidad de mantener simultaneamente la posicion antropotropica y la teotropica solo puede ser falazmente superada olvidando las esencias
distintivas de las cosas y buscando un fondo comun a todas, para despues identificar en ese fondo el Cristianismo y l a civilizacion.
Que lo quiera o no Amerio acusa aqui al papa Benedicto 16, qien aboga por este nuevo mundo de paz universal (ver sus declaraciones...);
Los lefevrianos no son mas antipapa que Amerio, pues el mismo papa tan intelectual que sea, debe someterse a la Verdad con sana filisofia, y a la Tradicion perenne.
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