Epifanía del Señor
Crudelis Herodes, Deum
Regem venire quid times?
Non eripit mortalia,
Qui regna dat coelestia.
Ibant magi, quam viderant,
Stellam sequentes praeviam:
Lumen requirunt lumine:
Deum fatentur munere.
Lavacra puri gurgitis
Coelestis Agnus attigit:
Peccata, quae non detulit,
Nos abluendo sustulit.
Novum genus potentiae:
Aquae rubescunt hydriae,
Vinumque jussa fundere,
Mutavit unda originem.
Jesu, tibi sit gloria,
Qui apparuisti gentibus,
Cum Patre, et almo Spiritu,
In sempiterna saecula.
Amen.
Cruel Herodes:
¿Por qué temes venga el Rey que es Dios?
No quita los reinos caducos
El que da los celestiales.
Iban los Magos en pos de la estrella
que habían visto;
con su luz buscan la luz,
y con sus presentes reconocen en Jesús a Dios.
El Cordero celestial tocó
las aguas del Jordán;
y nos quitó en el bautismo los pecados
que Él no había cometido.
¡Milagro nuevo del poder!
El agua se colorea en las vasijas;
y, cambiando de naturaleza a la voz del Salvador,
se transforma en vino.
¡Gloria a Ti, oh Jesús,
que te manifestaste a los gentiles!
Y al Padre y al Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amen.
Autor: Sedulio, s. V.Himno de Vísperas. Epifanía del Señor. Breviarium Romanum.
Trad. Misal Diario y Vesperal, Dom Gaspar Lefebvre. DDB 1.962
Homilía sobre los Evangelios. Homilía nº 10. San Gregorio Magno.
Tercer Nocturno, Oficio de Maitines. Epifanía del Señor. Breviarium Romanum.
Hermanos carísimos, como habéis oído en la lección evangélica, cuando nació el Rey del cielo, turbóse el rey de la tierra; porque, claro está, la grandeza terrena queda confundida cuando se manifiesta la majestad del cielo.
Mas nosotros debemos averiguar por qué, cuando nació el Redentor, un ángel se apareció a los pastores en Judea, y uno un ángel, sino una estrella fue la que guió a los Magos desde el Oriente para ir a adorarle. Ello fue porque a los judíos, como se guiaban por la razón, debió darlo a conocer un ser racional, esto es, un ángel; en cambio, los gentiles, como no sabían valerse de la razón para conocer a Dios, son guiados no por palabras, sino por signos. Por lo cual también San Pablo dice (1 Cor 14,22): «Las profecías no se han dado para los infieles, sino para los fieles; en cambio, los signos o milagros son para los infieles, no para los fieles». Y por eso a aquéllos, como fieles, se les han dado las profecías y no se han dado a los infieles, se les han dado los signos y no se han dado a los fieles.
También es de notar que los apóstoles predican entre los gentiles a nuestro Redentor cuando ya era de edad perfecta; y la estrella se le muestra a los gentiles párvulo y cuando aún no se valía del cuerpo para hablar. Sin duda porque la razón natural demandaba que al Señor, que ya hablaba, nos le dieran a conocer los predicadores por medio de la palabra, y que, cuando no hablaba aún, le predicaran los elementos mudos.
Pero debemos considerar cuánta dureza habría en el corazón de algunos judíos, que, a pesar de todos los signos mostrados así al nacer como al morir el Señor, no llegaron a reconocerle ni por el don de la profecía ni por los milagros, cuando todos los elementos atestiguaron que había venido su Hacedor; pues, para hablar de ellos algo al modo humano, los cielos conocieron que Él era Dios, puesto que en seguida enviaron la estrella; el mar le reconoció, puesto que le ofreció su superficie de modo que pudiera pasar sobre ella; la tierra le conoció, pues tembló cuando Él moría; el sol le conoció pues veló sus rayos luminosos; las rocas y los muros le conocieron, puesto que se rompieron a su muerte; el infierno le conoció, puesto que devolvió los muertos que retenía. Y, no obstante, al Señor, a quien todos los elementos insensibles reconocieron, los corazones de los judíos infieles todavía no conocen en modo alguno que es Dios; y más duros que las piedras, no quieren quebrantarse para hacer penitencia.
Traducción: Obras Completas de San Gregorio Magno. BAC 1.958; pp. 571 – 572.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.