Toca la pandereta (villancico)
Después de un par de artículos polémicos, he pensado que sería bueno dedicar el domingo a algo más tranquilo y alegre y ofrecer un villancico a los lectores. Este villancico lo compuse hace un par de navidades, al darme cuenta de que la mayoría de la gente hace fiesta en esta época del año por costumbre, pero sin celebrar nada. Si les preguntas, la mayoría te dirán que es fiesta porque sí, porque hay que hacer fiesta, pero sin ninguna razón real que afecte a sus vidas. Quizá por eso tanta gente está harta de la Navidad.

Desde que escribo en este blog, he recibido multitud de comentarios que, más que negar un dogma u otro, lo que hacen es prescindir enteramente de los dogmas. Ayer, que hablábamos del Credo, esta actitud fue especialmente evidente. Se afirma que lo único importante es querer a los demás o, como mucho, que basta con saber que Dios es nuestro Padre y que nos quiere. Lo demás, se dice, son “barroquismos”, “cosas de teólogos”, “antiguallas” que alejan el cristianismo de la gente y que no tienen ni ninguna importancia.
La semana pasada vi algo que me escandalizó bastante. El día de la Inmaculada fui a misa a la parroquia que me corresponde territorialmente, a una misa celebrada por el párroco. Acostumbro a ir a misa a otra parroquia diferente y, cuando voy a ésta, suele ser a las misas presididas por otros sacerdotes, por lo que es raro que coincida con el párroco. Quizá por eso me sorprendió que se inventara un credo suyo particular, que venía a decir (cito de memoria):
Varios medios de comunicación nos han informado en los últimos días de una curiosa noticia: un obispo católico brasileño se ha declarado en huelga de hambre. Mejor dicho, ha reanudado una huelga de hambre que inició hace tiempo y que interrumpió por promesas del gobierno, que luego no se han cumplido, con respecto al trasvase de las aguas de un río brasileño.
En los comentarios de otro blog, cuyo nombre no mencionaremos, me llamaron ayer algo que no oía desde que era pequeño: cardo borriquero. Me hizo sonreír, porque tengo un vivo recuerdo de los cardos borriqueros: plantas llenas de espinas, incomibles a (a diferencia de los cardos que se usan en la cocina) y con las que más de una vez me pinché cuando era niño y tenía que tocarlo todo.









