Benditos pesados
¿Quién no conoce a un pesado? ¿A dos, a tres, a multitud de ellos? El gris ejército de los pesados patrulla por calles y veredas, buscando incautos a los que aburrir hasta la nausea. Sólo verlos de lejos, hace que nos encojamos y deseemos estar a kilómetros de distancia. El pesado genuino, el de pata negra, suele sufrir un síndrome conocido por la Medicina como “percepción neuronal selectiva”. Es decir, su cerebro es incapaz de percibir que sus interlocutores hacen gestos de impaciencia, miran constantemente el reloj, intentan infructuosamente alegar que tienen prisa y, en algunos casos, mueren de frío o hambre mientras él sigue hablando y sigue hablando y sigue hablando, interminablemente. 
La Iglesia no carece de sus pesados. Tiene pesados seglares y pesados clérigos, a lo Fray Gerundio. Tiene pesados y pesadas, pesaditos y pesadazos, aficionados a la pesadería y expertos en pesadismo. Pesados que pronuncian sermones en los que no se dice nada durante horas, pesados que redactan documentos que nadie puede leer sin caer dormido, pesados que escriben en blogs y pesados que viven para prolongar reuniones hasta el infinito. Toda parroquia que se precie tiene sus pesados residentes, muy orgullosos de haber conseguido que más de un párroco haya encanecido prematuramente. El número de los pesados es (o al menos parece ser) infinito.
Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que los pesados son la plaga de las parroquias y de los grupos católicos…

Una pregunta, por curiosidad, a los lectores que hayan ido hoy a Misa: ¿Se ha hecho la bendición de las candelas en la parroquia a la que hayan ido? Lo pregunto porque es una bonita tradición pero me da la impresión de que se está perdiendo, a pesar de formar parte de los ritos litúrgicos previstos por la Iglesia para hoy. De hecho, muchos niños y jóvenes ya no asocian la idea de la Virgen de la Candelaria con el nombre oficial de la fiesta de hoy: La Presentación del Señor (es decir, la presentación de Jesús en el Templo, contada en Lc 2). Es una fiesta antiquísima, que se celebraba ya en los primeros siglos de la Iglesia. En el Misal anterior al Concilio Vaticano II, la fiesta se denominaba la Purificación de nuestra Señora y estaba muy centrada en la Virgen María (de ahí la advocación de Virgen de la Candelaria, relacionada además con una aparición en Tenerife en el siglo XIV), pero actualmente se resalta más en la liturgia la figura de Cristo, presentado en el Templo por ser el cumplimiento y la plenitud de la Antigua Ley (aunque esto no excluya, por supuesto, el papel de la Virgen en la celebración). Se celebra el día 2 de febrero por ser cuarenta días después del nacimiento de Cristo, el plazo que marcaba la ley de Moisés para la purificación de las mujeres que habían dado a luz (Lv 12,1-8), ocasión que la Sagrada Familia aprovechó para cumplir otro precepto: la presentación de los primogénitos en el Templo.


    
            




            
            
            
            
            
            


