Un ciego guiando a otro ciego
Leyendo el título y si les digo que este artículo trata sobre los profesores de religión (o, al menos, sobre algunos de ellos), supongo que sacarán una conclusión bastante precisa de lo que pienso sobre el tema. Para explicar mis razones, les contaré una experiencia cercana a mí, que pienso que es muy significativa.
Mi mujer es maestra de educación especial y psicopedagoga. Al hacer la carrera, le ofrecieron la oportunidad de cursar una asignatura que le permitiría recibir la DEI (la Declaración Eclesiástica de Idoneidad, el certificado necesario para dar clase de Religión). Esa asignatura consistía en unas pocas clases sobre la doctrina cristiana.
Lo curioso del asunto es que esa asignatura, y por lo tanto la recepción de la DEI, se evaluaba académicamente como cualquier otra: había que asistir a clase y hacer unos trabajos. Las convicciones de los alumnos con respecto a lo enseñado no tenían nada que ver. Es decir, un buen número de compañeras de mi mujer que eran agnósticas y sólo querían aumentar sus posibilidades de encontrar trabajo, recibieron al igual que ella la DEI y, por lo tanto, están autorizadas para dar clase de Religión Católica.
En este caso, el profesor universitario era (y es) un hombre benemérito, con entusiasmo por la fe. De hecho sigue escribiendo correos electrónicos a mi mujer, animándola a ser fiel a Jesucristo. Sin embargo, resulta evidente que un par de horas de clase a la semana durante tres cuatrimestres no capacitan a nadie para enseñar la Religión y menos aún si parte de una situación personal de agnosticismo total. Aún más insuficiente resulta esta formación si se tiene en cuenta que, a diferencia de otras épocas, los alumnos actuales no están predispuestos a aceptar lo que les dice su profesor, sino más bien lo contrario.
No acaba aquí la cosa. El sistema de selección para puestos concretos de los profesores de religión es aún más absurdo. Al terminar la carrera, mi mujer decidió apuntarse para dar clase de religión en los colegios públicos de su zona. Para ello, tenía que acudir a su obispado para pasar a formar parte de la lista de posibles profesores para los colegios de la diócesis.
Pensando que, de alguna forma, tendrían en cuenta la integración en la parroquia o la vida cristiana de los candidatos, se molestó en conseguir una carta de recomendación del párroco, que contaba sus actividades como catequista en la parroquia y su condición de cristiana sincera y entusiasta.
En el obispado, al entregar la carta, la miraron como si fuera de otro planeta, ya que no se hace ningún tipo de entrevista ni evaluación y la lista de profesores de religión de la diócesis funciona por riguroso orden de inscripción. Es decir, cualquiera de sus compañeras agnósticas que se hubiera apuntado antes que ella tendría prioridad para ser profesora de religión en cualquier colegio público de la zona. No sé lo que sucederá en otras diócesis, pero, en este caso, absolutamente nadie preguntaba a los posibles profesores de religión en qué creían o qué pensaban de la Iglesia o de Jesucristo.
En mi opinión, las consecuencias de este sistema son evidentes. Los profesores de religión podrán dividirse en tres grandes grupos. Algunos, que hayan elegido ese trabajo como un servicio a la Iglesia y por amor a Jesucristo, darán un testimonio excelente y sus alumnos escucharán el Evangelio, lo acepten o no, y una visión correcta de lo que es la Iglesia. Otros profesores serán cristianos sociológicos, poco o nada practicantes. Estos no serán contrarios al cristianismo, pero su verdadera forma de ver la vida estará, como la de la mayoría de la gente, al margen de Dios. Finalmente, habrá estadísticamente profesores de religión (y yo he oído hablar de alguno de ellos a sus alumnos) que odien a la Iglesia y sean agnósticos o incluso ateos.
El segundo y tercer grupo de profesores, transmitirá a los alumnos lo que ellos mismos son, porque nadie da lo que no tiene. Los alumnos recibirán un cúmulo de vagos lugares comunes bienintencionados o, en otros casos, un rencor difuso contra la Iglesia que hará que la miren siempre con desconfianza.
El resultado será, en mi opinión, mucho peor que si esos chicos nunca hubiesen oído hablar del cristianismo, porque quedarán inmunizados de por vida contra la fe (salvo un milagro). En efecto, pensarán que ya saben lo que es el cristianismo, porque asistieron a clase de religión y lo que vieron no les convenció en absoluto. Y tendrán toda la razón del mundo: lo que recibieron en esas clases no podía convencer a nadie, porque no era el verdadero cristianismo.
En mi opinión, es urgente reformar de raíz la totalidad del sistema de las clases de religión. De otro modo, continuaremos contribuyendo a lo que ya es patente, la descristianización de España. Ya saben cómo termina la frase evangélica del título: Son ciegos guías de ciegos y, si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo.
17 comentarios
Por lo demás la desidia y la falta de preocupación por a quien designan, cuando no deriva hacia penosos casos de nepotismo, evidencia por lo demás una manera de proceder de los curiales, se comportan como funcionarios del altar.
Luego el profesor itentará ser profesional o no, se preocupará por formarse o transmitir o no.
De la primera diré que no puedo quejarme de las clases que se me dieron, tengo buenos recuerdos de esas clases. Además yo tuve la inmensa suerte de que en mi casa mis padres me inculcaron valores cristianos desde el primer momento, así que en realidad a mi lo que hicieron en la escuela fue reforzar lo que en casa se me enseñaba. Respecto a lo segundo tengo que decir que m i sensación fue igual que la de la mujer de Bruno, optativas había que cursar y esta era una manera de hacerlas y además abrir un poco más el abanico de posibilidades laborales. La diferencia sustancial era que en mi obispado si que te podías apuntar pero luego necesitabas alguien que avalara tu posición dentro de la iglesia.
Continua...
Un profesor cualquiera de cualquiera de las especialidades del magisterio o de las licenciaturas o cátedras - (los únicos profesores, los demás son bastardas expresiones acaparadoras de un rango que no les pertenece) - podrá siempre ampararse en la libertad de cátedra para exponer a sus alumnos que las religiones son sistemas despoóticos de control social donde los de mayor rango y sus siervos intentan imponer al resto del cuerpo social sus absurdas ideas sobre el mundo. Y viceversa.
Un ¿"profesor"? de religión no tiene esa libertad. Obligadamente debe ser un lamesuelas del sistema religioso-ideológico al que pertenece y que le permite ocupar servilmente el puesto de predicador.
Cuánto me alegra lo que contáis. Empezaba a pensar que en todas las diócesis sucedía lo mismo y que no había ningún tipo de selección. Aún así, la preparación que se ofrece a los profesores de religión es escasísima. Espero el sistema se vaya mejorando, para que la clase de Religión pueda dar los frutos que debería.
Estoy de acuerdo en lo que dices, aunque yo usaba "ciegos" en el sentido del Evangelio, de gente sin fe (aunque, por supuesto, puedan tener claras sus propias intenciones más o menos alejadas de lo que la Iglesia espera de ellos). En ese sentido, el problema es que se escoge a ciegos para guiar a otros ciegos.
Los obispos tienen muchas responsabilidades que, por lo que se deduce, no atienden: formación de religiosos, sacerdotes, diáconos, profesores, agentes...
Yo no soy quién para decirle a la Conferencia Episcopal lo que debe hacer. Sólo señalo que, en mi opinión, la situación actual de la asignatura de Religión es insostenible e, incluso, hace en muchos casos más mal que bien.
Y éste es tema más de ortopraxis que de ortodoxia!
Muy relacionado con ésto que planteas está el hecho de la gran presión ant-eclesial de un importante sector del profesorado de religión.
Si no tienes voluntad de servicio y mala memoria para recordar que te pusieron a dedo, enseguida montas el pollo en los MCS y los juzgados contra tu obispo.
En cataluña, me comentan amigas profesoras de religión que la asociación de profesores es un nido anti-eclesial MUCHO peor que el resto de profesores.
Pero creo yo que uno no tiene nada que opinar cuando nada sabe, que esto no es lo que opina cada uno, que existe una Verdad Revelada que hay que conocer y luego y solo entonces puede interiorizar y aportar algo. Es tan absurdo la dictadura del " a mi me parece" como que uno pudiera ser critico literario sin haber leido un libro en su vida.
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