Signos de la fe (I): creo porque la fe es el
Nuestro modo de pensar está muy determinado, como es lógico, por nuestra historia. La Ilustración y el Cientifismo de los siglos XVIII y XIX nos han legado un sentimiento, algo difuso, de que la razón se opone a la fe y de que el conocimiento científico es el ideal de todo conocimiento.
En efecto, no se puede negar que el conocimiento científico tiene una gran ventaja: lo dominamos por completo. Los números son categorías perfectamente definidas que manejamos a nuestro antojo. Al enunciar un teorema matemático o una ley física, podremos acertar o estar equivocados, pero, en cualquier caso, sabemos perfectamente lo que queremos decir.
Este tipo de conocimiento tiene como ideal la pura objetividad. Los datos científicos no tocan, en principio, al ser profundo del hombre y, por ello, éste no se ve afectado y puede ser más o menos neutral.
Sin embargo, el conocimiento científico tiene también una gran desventaja: las humanidades y, especialmente, el conocimiento personal o humano de tipo inmediato o práctico no entran dentro de este esquema. La belleza, la bondad o el ser no son reducibles a categorías numéricas. Una relación de amistad, por ejemplo, implica un conocimiento personal del amigo que va más allá de los datos cuantificables sobre él. Todo conocimiento verdaderamente humano tiene siempre una dimensión que se nos escapa, que no podemos abarcar del todo. Es aquí donde aparece la fe.
La fe, en sentido amplio, no es algo puramente religioso, sino que es una parte esencial de cualquier conocimiento humano. Es, en cierto modo, un tipo de conocimiento, pero que hace salir al sujeto más allá de sí mismo, al ámbito de lo que no puede controlar. En una relación personal, el otro no es objetivable, no puedo reducirlo a una cosa que yo controlo para conocerla mejor. Para conocer de verdad a otra persona, tengo que salir de mi mismo y arriesgarme, ponerme a su merced.
En el conocimiento personal no cabe, además, la neutralidad. Al contrario de lo que sucede con el conocimiento científico, su ideal no es la pura objetividad, sino, al contrario, la implicación personal. Qué duda cabe de que quien mejor conoce a una persona son sus amigos o sus seres queridos. Precisamente, porque quieren esa persona, confían en ella y han tenido y tienen fe en ella, han llegado a conocerla a un nivel más profundo que su médico, su sastre o su contable. La conocen como persona, saben quién es y no sólo qué es.
Los intentos de llegar a la fe, humana o religiosa, a través de la desconfianza están abocados al fracaso. Cuando se dice de forma altanera y jactanciosa “Dios, si existes, demuéstralo: haz un milagro, aparécete aquí mismo, fulmíname con un rayo, etc.”, se dirige uno a Dios con una actitud que hace imposible esa salida de sí que es condición indispensable de la fe. Se intenta convertir a Dios en un objeto que haga lo que yo quiero y del que puedo disponer a mi antojo. Se quiere lo imposible: una fe inhumana, científica, sin confianza y sin amor. Para la Iglesia, la fe ha estado siempre unida a la esperanza y al amor. Son tres aspectos de una misma realidad y ninguna puede subsistir largo tiempo sin las otras dos.
Es equivalente a lo que sucede cuando alguien quiere asegurarse de la fidelidad de su esposa poniéndole trampas, para ver “si cae en la tentación”. Al margen del comportamiento de la mujer ante las trampas, el hecho mismo de realizar este experimento ha roto la relación de fe humana, amor y confianza que debe existir entre los esposos. Es decir, ha destruido lo que intentaba comprobar.
La fe, ya sea la humana o la divina, sólo se puede obtener desde la humildad y desde una entrega de sí que supone necesariamente un riesgo. Basta ver los nervios de los novios antes de la boda. Por eso, la fe es, en cierto modo, lo contrario de “tenerlo todo atado y bien atado". Como decía San Juan de la Cruz, para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe.
Por otra parte, sí que hay algo de común entre la fe y el conocimiento científico: ambos están basados en la experiencia. La fe no es ciega ni irracional, en el sentido de creer “porque sí”. De otro modo tendríamos la misma amistad con todo el mundo o creeríamos en todas las religiones. La fe implica una historia o experiencia personal de relación con una persona, que permite y fundamenta esa fe.
Sin embargo, la fe cristiana presenta una particularidad, porque no corresponde a la relación con una persona cualquiera. Se refiere a la relación con la Persona originaria, que desborda nuestro concepto mismo de persona (siendo, de hecho, tres personas en una sola naturaleza). En este caso, el aspecto de ir más allá de uno mismo que tiene siempre la fe se vuelve infinito y supera totalmente nuestras capacidades humanas. El hombre, por sí sólo, puede llegar a conocer la existencia de Dios mediante la razón, pero no es capaz de conseguir la fe en él.
Por eso, la fe cristiana es sobrenatural, un don divino, y no podemos conseguirla con nuestro propio esfuerzo. Como uno de los dos extremos de la relación es totalmente incapaz de llegar al otro, tiene que ser Dios el que tome la iniciativa y nos regale lo que no podemos alcanzar. En Jesucristo, Dios mismo se ha puesto a nuestro alcance, ha salido de sí mismo, para que nosotros, saliendo también de nosotros mismos, podamos creer en él y entregarle nuestras vidas.
Todo esto, por supuesto, no demuestra en absoluto la verdad de lo que creemos los cristianos. De eso ya iremos hablando. Lo que sí he intentado es desmontar el absurdo prejuicio de que el conocimiento ideal es el científico y, por lo tanto, la fe no puede ser más que subjetivismo o superstición. En realidad y como hemos visto, cuanto más propiamente humano sea un conocimiento, menos tendrá de números y más tendrá de fe.
23 comentarios
pero como bien dices la fe no es fe ciega e irracional, tambíen hay elementos racionales que pueden explicar la fe.
Hay hechos racionales, por ejemplo, en el caso de la Resurrección de Jesucrito, que nos llevan a creer en ella, no sólo por fe ciega si no por esa explicación racional a la que podemos llegar estudiando los hechos y la historia.
Para empezar, no sólo el amor conoce a la persona sino también el odio.
Para no seguir siendo un pesado, citaría nomás el libro IDEAS Y CREENCIAS de Ortega y Gasset en que distingue magistralmente unas de otras y sus diversas funciones; huelga decir que trata de fe natural.
La fe sobrenatural es ofrecida a todos por Dios y de nosotros depende aceptarla o rechazarla, aunque tampoco se acepte con la objetividad con que se acepta un regalo o un diploma. Sobre objetividad y subjetividad habría que tratar mucho pero con más calma de la que estilamos
Sofía:
Totalmente de acuerdo. Por eso había precisado lo de "de forma altanera y jactanciosa".
Es totalmente distinto decir las mismas palabras exigiendo que Dios se revele o pidiéndolo con humildad, como una súplica.
A un cura amigo mío le gusta mucho hablar de lo que llama la "oración de queja", que es muy frecuente en la Biblia. Creo que Dios, como Padre, entiende perfectamente que nos quejemos a él, siempre que no lo hagamos con el corazón endurecido.
Me ha gustado especialmente lo de la posibilidad de conocer al otro por medio del odio. Lo cierto es que no había pensado en ello. Así, sobre la marcha, se me ocurren dos cosas:
- En cualquier caso, no es un conocimiento neutral, como el científico, sino que obliga a implicarse personalmente
- El conocimiento ligado al odio tiene que implicar necesariamente alguna deformación de la otra persona ya que, si la viéramos como es realmente (es decir, como Dios la ve) tendríamos que amarla y no odiarla.
Tendré que leerme el libro de Ortega.
Hoy sólo estaba hablando del acto de creer, es decir, de la parte más subjetiva de la fe. Si Dios quiere, en otras continuaciones de esta serie de posts hablaremos de las razones de la fe.
Aunque, si os digo la verdad, por el escaso número de visitas que ha tenido hoy el blog me da la impresión de que este tipo de temas le interesan menos a la mayoría de la gente que otros más superficialmente polémicos.
Vaya, veo que coincidimos en que el odio tiene que deformar de alguna forma la imagen del otro.
Aun así, algún conocimiento si debe permitir, porque el odio, como todos los pecados, es corrupción de algo bueno, en este caso el amor. Lo que seguro que no permite ningún conocimiento personal es la indiferencia.
Me atrevería a decir que quizá Dios prefiera que un hombre le odie a que le ignore. Aquello de "ojalá fueras frío o caliente, pero como no eres ni frío ni caliente te vomitaré de mi boca..."
Por supuesto, no me refería a que sea mejor odiar a otras personas que sentir indiferencia hacia ellas.
Sin embargo, en el caso de Dios no lo tengo tan claro. He observado que las personas que hablan contra Dios tienen muchas veces más posibilidades de convertirse que las que pasan totalmente del tema. Quizá porque las primeras tienen presente a Dios, aunque sea para odiarle, y la presencia de Dios al final siempre acaba por cambiar al hombre. No lo sé. En cualquier caso, no era más que una especulación mía, probablemente producto de la hora...
Elemental, Watson.
Quizá otro ejemplo podrían ser los matrimonios. ¿Con quién discute más un hombre? Con su mujer, y al revés lo mismo. Con quien no nos importa no nos molestamos ni en discutir.
Sofía:
Lo que dices de la indiferencia y el olvido de los que no podemos amar es un buen consejo... humanamente hablando. Pero Jesucristo va más allá. Nos dice, simplemente, "amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen". Yo estoy convencido y así lo he experimentado que Dios da esta gracia a los que se la piden. El problema real está en que nos falta fe, no nos creemos que Dios puede hacerlo
Tienes razón. Creo que no me he expresado bien. Lo único que quería ilustrar era que la indiferencia es, a veces, peor que los problemas o las discusiones. Creo que la clave está en lo que dices: que haya más amor que otra cosa.
Isaías:
En efecto, los cristianos siempre que pedimos cosas a Dios añadimos "pero hágase tu voluntad" Sin embargo, hay cosas que yo creo que siempre son la voluntad de Dios. Por ejemplo, si pedimos amar más a una persona, yo pienso que Dios podrá esperar al momento más oportuno o a que perseveremos en la oración, pero siempre nos lo concederá.
Por otra parte pienso que la razón por si misma divaga y nos lleva por vericuetos insalvables que conducen a nuevos vericuetos, y la razón sometida al sentimiento puede llevarnos a Dios a traves del sometimiento de la humildad
Completamente de acuerdo con lo del cotilleo y lo que nos saca de la comodidad. Por eso pienso continuar con esta serie de artículos, aunque sean menos leídos. Ya que escribo, prefiero que sea de cosas verdaderamente importantes.
En cuanto a lo de la razón, estoy de acuerdo que son muy grandes sus limitaciones, tanto por nuestro carácter finito como por el pecado original. Sin embargo, el Vaticano I definió que se puede llegar a conocer la existencia de Dios de modo cierto por medio de la razón y espero dedicar algún artículo a ello.
A veces, quiza demasiadas veces , las conclusiones de un Vaticano I o Trento III o..., no sintonizan con la razón individual. Dios sigue estandopor encima de cualquier razonamiento humano, por mucha catedra que intente sentar. A veces dichas coclusiones podrian llevar al creyente a herejia solo por dar opcion a pensar que la razon humana se equipare a los designios divinos.¡Que prepotencia por la parte humana! da la impresion incluso que queremos enmendar los errores divinos.
Ver lo sencillo suele ser lo mas complicado, hay que ser demasiado humilde
La teología y el dogma católico son totalmente opuestos a un racionalismo que piense que Dios está al alcance de nuestra razón. Es perfectamente razonable pensar que nuestra razón es muy limitada y que Dios y sus planes la superan con mucho.
Lo que sí permite nuestra razón es llegar a la certeza de que Dios existe, aunque no lo podamos abarcar. De hecho, la mayoría de los filósofos, también los no cristianos, han llegado, por su razón, a creer que Dios existe.
Sin embargo, quién es Dios solo lo conocemos porque él mismo ha querido revelarse en su Hijo Jesucristo.
en un principio estuve de acuerdo, ya q al menos se lo conocía; pero la realidad es que a Dios no se le puede odiar, y si se cree hacerlo, realmente no se le ha conocido a Él, por lo tanto lo q se odia no es a Dios sino a la idea equivocada q se tiene de Él.
El punto está en que se de a conocer de Él lo que es realmente, ya que una vez q se le conoce de ese modo no hay ignorancia ni odio.
Efectivamente, como dices, cuando se odia a Dios realmente se está odiando una imagen de Dios que no es la verdadera.
Por ejemplo, hay gente que afirma odiar a Dios porque creen que no se preocupa por los sufrimientos de los hombres. Si esa gente supiera la verdad, es decir, que Dios no ha dudado en enviar a su Hijo a la muerte por amor a los hombres, no odiarían a Dios.
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