Cristianos de ayer y de hoy (XIII): Luis, siervo bueno y fiel
Hace unos días murió mi tío Luis, hermano de mi padre. Sufrió un infarto mientras daba una charla con su esposa en la parroquia, sobre la familia cristiana. Puedo dar fe de que no le apetecía nada dar esa charla, pero su párroco se lo había pedido y, como hijo de la Iglesia, no concebía ser cristiano sin la obediencia de Cristo. Al haber un sacerdote entre los que le escuchaban, recibió la absolución y la Unción de Enfermos y murió en unos instantes.
Yendo hacia allá en el metro, iba yo rezando el rosario y pensando en cuántas veces habría rezado mi tío esas palabras, dirigidas a la Virgen: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Por eso, fue para mí un signo de fe y de consuelo ver, al llegar allí, que su cuerpo estaba aún donde había caído: a los pies de una imagen de la Virgen que tenía los brazos extendidos hacia él. Ni una sola de nuestras oraciones se pierde.
Mi tío era un hombre normal, si es que se puede llamar “normal” a un cristiano sincero. Mantuvo siempre la fe que había recibido de sus padres. Hacía años que formaba parte de una Comunidad Neocatecumenal y fue enviado, con su familia, a la República Dominicana, para cuidar en lo material de un seminario misionero. Se fiaron de Dios y, como Abraham, dejaron su tierra para ir a la tierra que el Señor les mostró.
Ya de vuelta en España, su mujer y él adoptaron a un niño con síndrome de Menker de un orfanato de Portugal y lo trajeron a Madrid, siendo conscientes de que necesitaría multitud de cuidados especiales y de que no viviría mucho. Y así fue: casi todo el tiempo que estuvo aquí lo pasó en un hospital, pero murió al fin como miembro de una familia y querido por todos nosotros.
Luis nunca tuvo mucho dinero, ni un apartamento en la playa, ni un cochazo, pero ha dejado a sus hijos la mejor herencia, que es la fe en Cristo, para que también ellos puedan decir: El Señor es el lote de mi heredad… me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad. Su hijo pequeño escribió su experiencia de transmisión de esa fe, más valiosa que el oro, recibida de sus padres.
Esa fe no era algo teórico, sino que implicaba una forma totalmente distinta de ver la vida, con los ojos de Dios y encontrando en todo su misericordia. La misma tarde de la muerte de Luis, su mujer, en medio de su sufrimiento, me decía: Hay que dar gracias a Dios. Luis me lo dijo cuando murió José [su niño adoptado]: “Siempre hay que dar gracias a Dios”. Yo le pregunté: “¿También en estas ocasiones?”. Y él me respondió: “También”. Debemos dar gracias a Dios en absolutamente todo lo que nos sucede, porque en todo se manifiesta su infinita misericordia para con nosotros. Sin duda, recordaba y cumplía las hermosas palabras del Salmista: Bendeciré al Señor en todo tiempo.
En su funeral y en las Misas que se celebraron tras su muerte, participaron, además de sus familiares, multitud de hermanos suyos en la fe, para encomendarle a Dios y pedirle que le purificase de sus pecados. A pesar de la tristeza por la muerte de Luis, fueron celebraciones llenas de esperanza cristiana, recordando que, como dice la liturgia, la vida de los que creemos en Cristo no termina, se transforma.
Al terminar la Eucaristía de cuerpo presente, el presbítero incesó el féretro, como un signo de fe en la resurrección de la carne, porque es ese cuerpo el que un día resucitará glorioso. Después, sus familiares, sus amigos y los hermanos de su comunidad le acompañamos hasta su sepultura cantando salmos y recordando la Resurrección del Señor.
Luis era un lector habitual de este blog, así que espero que los demás lectores se acuerden de pedir por él y por su familia, ya que a menudo debieron coincidir, sin enterarse, en estas páginas. Y espero también que el continuará pidiendo por nosotros. La comunión de los santos es tan fuerte que ni siquiera la muerte la puede romper. Rogad los unos por los otros para que os salvéis.
¿Qué más puedo decir? Tuvo a la Virgen junto a él en el momento de su muerte, terminó su vida haciendo la Voluntad de Dios y recibió el perdón de los pecados de manos de la Iglesia, así que confío en que va a escuchar aquellas palabras de Cristo: Bien hecho, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor.
Al pensar en todo esto, me ha venido también a la memoria aquella otra frase de Jesucristo: Dichosos los siervos que el señor, al venir, encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. En ese paso definitivo de Dios por la vida de una persona que es la muerte, el Señor encontró a Luis en vela, obedeciendo, cumpliendo su Voluntad, hablando de él a los demás. Por eso, estoy convencido de que Cristo hará lo que prometió: le hará sentarse a la mesa en el banquete del Reino de los Cielos y él mismo le servirá.
Vivat in Christo.
19 comentarios
No te conozco, sólo sé de ti dos o tres cosas a través de tu sobrinoel blogger. Una: que te enfrentas a una recentíima viudedad.
Otra, me la imagino, pero estoy segura de acertar: no eres lo que vulgarmente e llama ´´la desconsolada viuda´´. No. Nosotras, las esposas critianas que hemos dado sentido a nuestras vidas en un matrimonio en el que somos una sola carne hasta la misma eternidad, si llegamos al doloroso trance la viudedad NO QUEDAREMOS DESCONSLADAS. ¿No es consuelo saber que has sido la privilegiada mujer de un hombre admirable? ¿No es consuelo saber que el tiempo, poco o mucho que comprtisteis en esta Tierra es un auténtico privilegio, un reglo inmerecido que Dios da a sus hijos queridos? ¿No ha sido un privilegio una vida compartida en cosas trascendentes de verdad, los hijos, el pequeño y frágil Jose, el compromiso en la fe, y tantas otras cosas que no conozco de ti pero que sin duda han heho de tu m...
Dios os bendiga y os ayude a superar este trance.
No se me había ocurrido, me ha gustado mucho tu comparación.
Yolanda, Isaac, JLLM, Carmen:
Muchas gracias por vuestras palabras y vuestras oraciones.
Luis Fernando:
Pues sí, tenía ganas de conocerte. Si Dios quiere, será ya en el Reino de los Cielos.
En fin, qué se le va a hacer. Espero que él también rece por nosotros para que Dios nos ayude a ser mejores cristianos. Un abrazo.
No te voy a dar el pésame, aunque sí a su viuda, a la que deseo que Dios le conceda su paraguas de amor.
Te digo, Bruno, que haber conocido a una persona de esa índole, es como llevar un Gps en el coche, en una noche cerrada.
Morir después de haber amado tanto, ha de ser una gozada para todo el entorno, y me imagino, que hasta para Dios.
Tengo ganas de conocer a tu tío, y utilizar la misma agencia de viajes.
Un abrazo.
Mi nombre es Athos, vivo en Bs. As. Argentina, desde hace unos días soy lector de tu blog y ésta es la primera vez que escribo. Simplemente me permito agregar la interpretación conforme a la resurrección del Salmo 116,15 "Preciosa es a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman" (... de sus santos...)
Un fraternal abrazo desde acá.
Muchas gracias por vuestros comentarios y oraciones.
Un saludo.
La biografía de tu tío es la de una persona tan poco reseñable en hitos mundanos, y a la vez tan absolutamente excepcional (que sus hijos hayan seguido sus pasos en la fe demuestra lo buen cristiano y buen padre que era), que me hace reflexionar sobre la importancia que damos a veces a tantos biografiados famosos, que nada han hecho salvo por ellos, y lo poco que valoramos a tantas persoans excepcionales en las cosas cotidianas y que poco reparamos en ellas. Conozco casos como el de tu tío, y mi ambición sería poder ser algún día como ellos. Afortunadamente, Dios pesa las intenciones y ve los corazones, y no las obras exteriores.
Un abrazo a su familia. Me han encantado las reflexiones de Yolanda y Juvenal.
Te acompaño a ti y tu familia en el sentimiento.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.