Si San Pío X se equivocó, por algo será
Supongo que es costumbre que, en estas fechas, se hable de las primeras comuniones. Hay tantas cosas criticables alrededor del núcleo esencial, que constituyen un imán irresistible para los que tratamos temas relacionados con la religión.
Voy a fijarme en un aspecto que nunca he visto que nadie critique. A mi juicio, es un error que las primeras comuniones tengan lugar en grupos.
Entiendo que resulta más práctico y, probablemente, más pedagógico instruir a los niños en grupos de edad similar. Sin embargo, en mi opinión, la primera comunión en sí debería hacerla cada niño por separado en una misa “normal".Supongo que se discutirá lo que digo, apelando a la importancia de que los niños den este importante paso en comunidad. Lo curioso es que yo opino que las primeras comuniones deberían ser individuales precisamente para que el niño pueda dar ese paso arropado por una comunidad cristiana.
En una buena parte de las primeras comuniones a las que he asistido, el templo está lleno de los padres y familiares de los niños que van a recibir su primera comunión. Desgraciadamente, la mayor parte de esos familiares y padres no practican y no han estado en la iglesia desde el último funeral o la última boda. Como es lógico, nadie responde a las oraciones de la liturgia más que los niños, los cuales, en consecuencia, lo hacen bajito y con miedo al sentirse escuchados por los demás. La charla mantiene un nivel tan alto durante toda la celebración que apenas se oyen las oraciones y el sacerdote debe pedir constantemente silencio. La atención de la mayoría de los fieles, comprensiblemente, no está puesta en lo que se celebra, sino en los niños, que enseguida lo notan y comienzan a actuar como si estuvieran en un teatro. Los cientos de destellos de las cámaras fotográficas tampoco ayudan a concentrarse en la celebración. Aparte de los propios niños, comulga en torno al 1% de los asistentes.
Todo eso influye para que la misa de la primera comunión no se parezca en nada a la de dos horas después en la misma parroquia y para que el ambiente sea lo menos propicio que se pueda imaginar para recibir por vez primera el Cuerpo de Cristo.
En cambio, si cada niño acudiese, acompañado por su familia, a hacer él solo la primera comunión, se uniría a los fieles que habitualmente acuden a misa, es decir, a una comunidad cristiana que está allí para celebrar ese mismo sacramento y no con otras motivaciones. De esa forma, se sentiría verdaderamente parte de la Iglesia universal que le ayudaría con sus oraciones a participar de la mesa del Señor sin ser el protagonista, sino dejando ese protagonismo a Cristo. El ambiente de silencio, de oración, de participación sincera sería, en mi opinión, una gran ayuda para que los niños fueran realmente conscientes de lo que están haciendo.
Quizá todo esto no sea más que una idea absurda mía, aunque recuerdo que mi madre me contó que ella hizo así la primera comunión y que, entonces, era algo normal. En cualquier caso, estoy convencido de que merece la pena hacer todo lo posible (quizás los lectores tengan otras sugerencias) para conseguir que las primeras comuniones sean lo que son en verdad: el día en que cada niño recibe el regalo maravilloso del Señor que se entrega a sí mismo, un regalo que seguirá recibiendo durante toda su vida.
San Pío X tuvo la intuición de rebajar mucho la edad en la que podía realizarse la primera comunión, ya que, para aquel papa santo, así se conseguiría que hubiese muchos niños santos. Sin embargo, el resultado habitual de las primeras comuniones actuales suele consistir en que son también las últimas comuniones de los niños. No creo que el sacramento de la Eucaristía sea hoy menos eficaz que en su tiempo ni que los niños de hoy sean peores que los de ayer, así que quizás haya que buscar el problema en otro sitio. Si las previsiones de San Pío X no se han cumplido, por algo será.
6 comentarios
A.
Bruno, estoy de acuerdo contigo.
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