Qué dice el Concilio sobre (II): la Tradición
El otro día estuve discutiendo, en los comentarios de un artículo, el papel de la Tradición en la Iglesia. Creo que es un tema que conviene clarificar, porque he observado que, en muchos casos, se plantean los distintos temas “polémicos”, como la autoridad en la Iglesia, el sacerdocio de la mujer, el celibato, la liturgia, etc., como si no existiera esa Tradición o no fuera más que un conjunto de datos puramente históricos que nada tienen que ver con nuestra época.
Increíblemente, a menudo se apela al Concilio Vaticano II, como si éste permitiese olvidarse de la Tradición de los casi veinte siglos de cristianismo que lo precedieron o, peor aún, como si el propio Concilio hubiese significado una ruptura de esa Tradición. Me ha parecido interesante señalar lo que de verdad dice la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II sobre la Tradición.
Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Éste es un punto esencial. Lo que enseñaron los Apóstoles contenía ya todo lo necesario para la vida de la Iglesia, para su fe y su salvación. Esto se debe a que, en Jesucristo, hemos recibido la plenitud de la Revelación. En él, Dios nos ha dado su Palabra definitiva, nos ha revelado todo lo que él es y no es posible ya revelar nada que no se haya mostrado en Cristo, el Hijo único de Dios, imagen de su sustancia e impronta de su ser. De aquí la importancia de la Tradición en la Iglesia, que transmite a todas las generaciones lo que sucedió en un momento concreto de la Historia.
Por lo tanto, cuando se habla de que las distintas religiones constituyen vías diferentes y complementarias hacia Dios se está diciendo algo profundamente incompatible con el cristianismo. Lo que hay de verdadero en las demás religiones no puede ser algo que le falta al cristianismo, sino un pequeño reflejo de la Verdad de Jesucristo, un cierto “empujón” del Espíritu Santo que impulsa a todos los hombres, por caminos sólo por él conocidos, hacia el conocimiento de Cristo.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
El hecho de que en Jesucristo se encontrase ya la plenitud de la Revelación no quiere decir que no quede ya nada por decir, investigar o entender. La riqueza misma de la Revelación en Cristo abre un campo infinito a la profundización de la teología, a la expresión en la liturgia, a la puesta en práctica mediante la caridad cristiana o al encuentro personal en la oración. Por eso, nuestra comprensión de lo que se reveló ya en la vida de Jesús puede y debe ir creciendo con el tiempo, pero nunca en ruptura con la Tradición que transmite lo revelado. En el cielo, encontraremos una fuente eterna de felicidad en disfrutar de la Belleza, la Verdad y la Bondad siempre nuevas e infinitas de Dios.
Otro punto importante: la Tradición implica toda la vida de la Iglesia. En ella tienen un papel especial los obispos, como sucesores de los Apóstoles, pero es la Iglesia entera la que va transmitiendo la Tradición, con su liturgia, su caridad y su oración, con la vida de los santos y el discurrir de sus teólogos.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo.
Los Padres de la Iglesia son el mejor exponente de la Tradición de la Iglesia. Por eso hemos intentado, en la sección “Cristianos de Ayer y de Hoy”, leer algunos de sus textos. La lectura de los Santos Padres nos pone en contacto directo con las fuentes de la Revelación y regala una cercanía especial con la Iglesia Apostólica (recordemos que los Padres Apostólicos habían recibido el Evangelio de boca de los propios Apóstoles).
El Canon de la Escritura (los libros que forman parte de la Biblia) es un ejemplo de extraordinaria importancia en este sentido. En la propia Biblia no se dice en ningún sitio qué libros forman parte de ella. Ha sido la propia Iglesia la que, mediante su Tradición, ha determinado cuáles eran los libros de la Escritura. Los protestantes, que rechazan la idea misma de Tradición, hacen uso en este caso de la Tradición católica, porque, de otro modo, no conseguirían ponerse de acuerdo sobre los libros que componen el Nuevo Testamento (el propio Lutero, más consecuente, rechazaba varios libros del Nuevo Testamento que no se ajustaban a su pensamiento, como la Carta de Santiago, la de Judas, la Carta a los Hebreos o el Apocalipsis).
Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia.
Los católicos deben recibir y venerar la Escritura y la Tradición de la misma forma. La Tradición transmite también la Palabra de Dios, ya que nos entrega lo revelado por Dios en Jesucristo, de manera que, si despreciamos la Tradición, estamos despreciando a Dios.
No se puede entender la Escritura sin la Tradición, porque se entiende fuera de contexto. Los mismos evangelios están escritos, reflejando la predicación de Cristo, de forma sencilla y que todo el mundo pueda entender, pero siempre que se escuchen como parte de la predicación de la Iglesia, inmersos en su Tradición. Ya en tiempos de los Apóstoles empezaron algunos grupos a interpretar la Escritura a su manera, por lo que la Iglesia siempre defendió la necesidad de entender la Palabra de Dios tal como la Iglesia siempre lo ha hecho, es decir, dentro de su Tradición.
Por ejemplo, muchos grupos protestantes leen el discurso del Pan de Vida, en el evangelio de San Juan y lo interpretan, a su manera, como algo simbólico, como una metáfora. En cambio, la Iglesia, gracias a la Tradición eclesial que nos dice cómo se han interpretado siempre estos textos desde los Apóstoles, sabe que cuando Jesús habla de que él es el Pan de Vida y de comer su carne y de beber su sangre está refiriéndose al sacramento de la Eucaristía en el que está realmente presente.
Es absurdo pretender interpretar la Escritura al margen del Magisterio de la Iglesia o sin tener en cuenta la Tradición. De hecho, la Tradición es anterior a la Escritura, ya que el anuncio de Jesucristo se realizó durante años antes de que existieran los libros del Nuevo Testamento, que pusieron por escrito la Tradición que se transmitía ya anteriormente.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
De un modo especial, los obispos en comunión con Pedro disciernen qué elementos pertenecen a esa Tradición y cuáles son ajenos a ella. Como hemos visto, los obispos no son dueños ni creadores en exclusiva de la Tradición, no es algo que les pertenezca y que puedan modificar a voluntad. Sin embargo, han recibido la misión especial y propia de interpretar esa Tradición y ejercen esa misión en nombre de Jesucristo.
De esta forma, el Magisterio de la Iglesia va distinguiendo lo que es Tradición, y por lo tanto Palabra de Dios, de las tradiciones humanas, que son legítimas pero que no son Revelación de Dios. Por ejemplo, el hecho de que la liturgia del rito romano estuviera en latín durante más de mil años era una tradición humana, sin duda buena y apropiada, pero que no formaba parte de la Tradición con mayúsculas. Por eso pudo cambiarse sin que la Iglesia fuera infiel a la Tradición. En cambio, la fe que se celebraba en la liturgia romana de Juan XXIII, de San Pío V o de los papas anteriores sí que es parte de la Tradición y no puede ser modificada por la Iglesia de ninguna época.
Terminemos, finalmente, con las palabras del propio Concilio:
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.
13 comentarios
saludos
Yo tengo que mirar el diccionario, y dice: Noticia que se transmite de padres a hijos.
La noticia que hoy me transmite mi PADRE para mi y para mis hermanos 12 Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.
13 Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles.
14 A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé,
15 a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes;
16 a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.
17 Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
18 que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curad...
19 Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Tambien de nuestra. Madre la Iglesia, Cristiana Católica.
!Cuidado con el astuto lobo!
Un verdadero timo. La tradición de la Iglesia es la mayor falacia inventada por la Iglesia y en ella se sostiene toda su estructura de poder social. Una doctrina prácticamente inventada que les ha reportado poder político y social.
El papa León X escribía al cardenal Bembo en el siglo XVI: "Desde tiempos inmemoriales es sabido cuan provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo".
Esta cita resume la Tradición de la Iglesia. Nacida en las entrañas del sistema.
Por lo tanto entiendo que sólo podría ser Tradición lo que tiene XX siglos, o cuando menos desde los Padres Apostólicos.
Luego, ¿qué debo pensar de la Tradición más joven? ¿El Magisterio tiene legitimidad para poder señalar como nueva Tradición lo que nunca parece que señalaron los Apóstoles como tal?
Si la Escritura, la Tradición y el Magisterio están llenos de errores por ser obra de hombres, ¿cómo sabes lo que aborrecía o amaba Cristo, si lo que sabes de él te ha llegado a partir de esas tres fuentes?.
¿Cómo distingues al Espíritu Santo de tu propia imaginación o del Príncipe de la Mentira si no hay más que criterios humanos para diferenciarlos?
Muy buena pregunta. Creo que la respuesta tiene que ser: lo que hay que hacer es interpretar bien el Concilio, de acuerdo con la Tradición y con sus propios textos.
Las malas interpretaciones de un Concilio Ecuménico no son una novedad en la Iglesia Católica. La herejía monofisita cobró una gran fuerza en algunas zonas debido a una mala comprensión de lo que había dicho el Concilio de Éfeso (que había condenado la herejía "contraria", el Nestorianismo).
Aparte de eso, los Concilios Ecuménicos, como el Vaticano II, son una parte esencial de la Tradición católica y no se pueden rechazar de ningún modo.
Un saludo.
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