No confundamos la salida con la llegada
Madrid es una ciudad bastante aficionada a correr. No me refiero a los coches (aunque también es cierto), sino a las carreras de atletismo. A la antigua usanza, con un pie delante de otro y mucho sudor y esfuerzo.
Quizá la más popular de las carreras que tienen lugar en Madrid es la San Silvestre Vallecana, llamada así porque se corre el 31 de diciembre, el día de San Silvestre, papa del s. IV. En esta carrera, que atraviesa una buena parte de la ciudad, suelen participar unos 15.000 madrileños. Los lectores que la hayan visto o hayan participado en ella conocerán bien la aglomeración que supone una multitud de quince mil personas saliendo todas del mismo sitio y corriendo unas junto a otras.
Voy a proponer a los lectores un experimento. Imagínense que un año, por una confusión, en lugar de que todos los corredores saliesen del mismo sitio y corriesen en la misma dirección, unos empezasen por el principio y otros por el final, cada uno corriendo en su propia dirección. Sería el caos. No es fácil imaginar los detalles, pero, sin duda, ese día tendrían trabajo extra la policía, intentando solucionar los altercados entre corredores, e incluso las ambulancias, por los accidentes que se ocasionarían al chocar unos participantes con otros.
Con esta imagen en mente, me ha parecido muy afortunada la comparación que ha hecho Benedicto XVI en Sidney del ecumenismo con una carrera. Es un símil que ha utilizado en un encuentro ecuménico que tuvo lugar el otro día, con representantes de otras confesiones cristianas, en la cripta de la catedral de Santa María de Sydney.
Para el Papa, en la carrera del Ecumenismo, el Bautismo es el punto de salida. Es decir, lo que nos une a los demás cristianos es el mismo Bautismo, que es válido también entre protestantes y, por supuesto, ortodoxos. En ese sentido, es mucho lo que nos une a los cristianos no católicos, ya que todos hemos sido salvados por la muerte y resurrección de Cristo y hemos sido hechos hijos de Dios en él. De hecho, es el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, el que mueve a todos los cristianos sinceros hacia la unidad en la única Iglesia de Cristo.
Este importantísimo sacramento que tenemos en común, sin embargo, es sólo el punto de partida. Existe un arduo camino hasta el punto de llegada, que consiste en la comunión plena en la fe y en la caridad, manifestada y realizada en la Eucaristía. Por eso, como dice el Papa, la Eucaristía es “el Sacramento por excelencia de la unidad de la Iglesia”.
En ese sentido, resulta desastroso que se confunda el punto de salida con el de llegada, defendiendo, como se hace a menudo, la celebración de la Eucaristía en común entre personas de diversas confesiones cristianas, que no han alcanzado aún esa comunión plena en la fe. Un ecumenismo “buenista”, que considere las diferencias de fe como algo secundario, no es verdaderamente cristiano, ya que sustituye la unidad real por una unidad aparente que ocultaría una profunda división. Al igual que en el ejemplo imaginario, confundir la salida con la llegada sólo lleva a la confusión y al caos.
La unidad eclesial tiene que seguir el modelo de San Pablo, en la Carta a los Efesios: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre. La unidad en la fe y la unidad en la caridad están esencialmente vinculadas la una a la otra. Como dice el Papa, “hemos de estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos. En realidad, la historia de la Iglesia demuestra que la praxis no sólo es inseparable de la didaché, de la enseñanza, sino que deriva de ella. Cuanto más asiduamente nos dedicamos a lograr una comprensión común de los misterios divinos, tanto más elocuentemente nuestras obras de caridad hablarán de la inmensa bondad de Dios y de su amor por todos”.
La verdadera unidad de la Iglesia es una unidad de fe y de caridad, que son dos virtudes teologales y, por lo tanto, sólo se pueden obtener con la ayuda de Dios. Por eso, además de trabajar humanamente todo lo posible para lograr la unidad de todos los cristianos, es imprescindible imitar al mismo Señor, que rezó por sus discípulos, durante la última cena, ut unum sint, para que sean uno.
10 comentarios
Me gusta que el Papa esté en su sitio y diga lo que tiene que decir sin miedo.
A mí me ha gustado y no me he quedado dormido. Si no nos vemos más, es porque Helena me ha matado por poner este comentario. Puedes quedarte mi xaphoon.
Seguro que muchos se quedan intrigados con lo del xaphoon, que suena a extraterrestre domésticado.
Débora:
Pues sí, en cosas de religión, de las que depende nuestra vida, cuanta más claridad mejor.
Hale, que alguien me explique hacia dónde vamos si partimos de esa realidad.
Soy todo oidos y ojos para escuchar y leer algún argumentos que me haga ser optimista ante el futuro REAL (no deseado) del ecumenismo.
Es un punto muy interesante el que planteas. Sin embargo, creo que los católicos debemos comprender el ecumenismo (y todo lo demás) desde la fe y la doctrina católicas y no desde lo que piensen otros.
Importa muy poco lo que crean esos grupos evangélicos. Lo que realmente importa es si su propio bautismo es válido o no.
Si lo es, tenemos realmente en común con ellos el bautismo, aunque ellos no lo sepan, y ése será un punto necesario a discutir.
En cambio, si su bautismo no es válido, no se pueden considerar cristianos (ya que, para ser cristiano, es necesaria la gracia de Dios que se recibe por el bautismo), así que, con ellos, no habría ecumenismo, sino diálogo interreligioso, que es algo totalmente diferente.
Por otra parte, no cabe ninguna duda de que tenemos en común el bautismo con ortodoxos, nestorianos, monofisitas, anglicanos, viejos católicos, metodistas, luteranos y reformados. Y también con muchos evangélicos americanos. No podría decir de memoria cuánta gente supone eso, pero sin duda son cientos de millones de personas. Y si una sola persona vale más que todo el universo y cuanto hay en él, creo que merece la pena esforzarse en buscar la unidad con esos cientos de millones, ¿no?
En cualquier caso, apunto tu petición de argumentos, para escribir, en cuanto pueda, un artículo sobre ello. Espero que dé lugar a una buena discusión.
Está muy bien eso de que lo que importa es lo que nosotros creamos, pero como en esto del ecumenismo no basta con que una de las partes quiera, pues estamos en lo de siempre. Lo queramos o no, un bautista JAMÁS aceptará la validez del bautismo católico, en especial el que se da a los niños. De hecho, no aceptará tampoco la validez del bautismo de un luterano. Eso no va a cambiar por muchos siglos de ecumenismo que tengamos por delante.
Por cierto, los cuáqueros no bautizan: ¿no son cristianos por ello?
Creo que está claro que el cristianismo no es una filosofía, ni una opinión. Sólo se puede tener verdadera fe por la gracia de Dios y sólo se puede ser Cristiano, es decir, redimido por Cristo, mediante el bautismo. En ese sentido, sin el bautismo sólo se pueden tener opiniones más o menos correctas sobre Cristo, pero no ser cristiano.
Me parece curioso que cites a la Sociedad de Amigos, porque, según la Wikipedia, en el último siglo multitud de congregaciones de Cuáqueros han pasado a considerarse "universalistas, angósticas, ateas, realistas, humanistas, poscristianas o no teístas" o, incluso, "budistas o musulmanas". En esencia, siempre han sustituido la Revelación por la experiencia interna y personal de Dios, de manera que, en cuanto el ambiente ha dejado de ser cristiano, ellos también van poco a poco alejándose del cristianismo.
Es evidente que el ecumenismo no es la panacea. Si con los bautistas no da frutos, pues no da frutos.
No veo por aquí el inmenso amor de Dios por todos.
Eso sí es un buen sitio para que os dediquéis a miraros el ombligo los bienpensantes.
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