¿No tienen obispos los sobrinos?
Escribe Jordi Llisterri en su blog un artículo titulado ¿No tienen sobrinos los obispos? En este artículo, se critica una charla del Arzobispo de Barcelona sobre el matrimonio y la familia cristiana. Para Llisterri, Monseñor Sistach sacó “a relucir todos los tópicos caducados sobre el mundo familiar", al hablar de las diversas formas de uniones actuales que no constituyen un matrimonio: las relaciones esporádicas, uniones sin celebración o uniones de personas del mismo sexo.
¿Cuál es la esencia del artículo? La necesidad de distinguir, según el autor, entre modelo teórico y realidad. Jordi Llisterri considera que el matrimonio cristiano (indisoluble, entre un hombre y una mujer, abierto a la vida) no es más que un modelo teórico. Eso sí, “un buen modelo. Todos los que intentamos practicarlo estamos de acuerdo.” Sin embargo, no se puede pretender que sea más que eso, un bonito ideal.
El sentido del agudo título de su artículo es la suposición de que los obispos tendrán algún sobrino que, probablemente y visto el tenor general de la sociedad actual, no viva según los “cánones pertinentes”. Es decir, viene a sugerir a los obispos que miren la realidad que tienen a su alrededor y se den cuenta de que “no todas las familias son como las que aparecen en las fotos de las compañías de seguros o en los carteles de pastoral familiar”.
A mi juicio, el artículo contiene dos grandes errores, que vician totalmente la comprensión del matrimonio y de la familia. Son ideas tomadas de la mentalidad actual y, creo yo, totalmente ajenas al Evangelio.
En primer lugar, se reduce lo que dice la Iglesia sobre el matrimonio a “cánones”, es decir y en el pensamiento del autor, a legalismo.
Lo que la Iglesia dice sobre el matrimonio es mucho más que cánones: es la expresión del plan de Dios para la familia. En el matrimonio cristiano, el Señor ha querido regalarnos una realización concreta del misterio del amor trinitario: una unidad en la complementariedad del hombre y la mujer, en la que la unidad no destruye la individualidad ni la diversidad, sino que la lleva a su plenitud. El esposo puede ver a su esposa (y a la inversa) como radicalmente diferente a él y amarla como es, con su forma diferente de ver las cosas e, incluso, con sus pecados y defectos.
El matrimonio cristiano es, además, indisoluble, porque es una imagen del amor de Cristo por su Iglesia que no pasa nunca. Por eso los cristianos pueden casarse hasta que la muerte los separe y no simplemente mientras les vaya bien. Un cristiano sabe que, al margen de lo que haga su pareja, podrá amarla con la ayuda de Dios, incluso si le engaña, le hace la vida imposible o le abandona. Esa indisolubilidad es, además, una consecuencia de la entrega total de un esposo a su esposa y viceversa. Si de verdad me entrego a mi esposa, luego no puedo hacer lo mismo con otra mujer, puesto que, en cierto sentido, ya no me poseo a mi mismo, me he entregado a otra persona.
Finalmente, los cristianos son conscientes de que un verdadero matrimonio está abierto a la vida. El amor de los esposos está destinado a ser generoso, a permitir su fructificación en los hijos, a dar la vida a otros. Este sentido de dar la vida a otros no se refiere únicamente a engendrar hijos, sino también a que los padres están llamados a dar la vida por ellos, a morir todos los días para que ellos tengan vida. Se lo dice un padre que esta noche ha tenido que levantarse media docena de veces de la cama porque su hija no conseguía conciliar el sueño.
Todo esto es, pienso yo, mucho más que “cánones".
En segundo lugar, creo que el autor tiende a pensar, sin decirlo con esas palabras, que es el Evangelio el que tiene que adaptarse a la situación moral de la sociedad en vez de al contrario. El matrimonio cristiano es, para él, un modelo ideal maravilloso, pero que no se ajusta a la realidad de una gran parte de las personas de nuestro tiempo y, por lo tanto, no puede constituir una norma de vida.
Por supuesto, esta idea es totalmente ajena a la doctrina de la Iglesia, a la Tradición y al Evangelio. Las palabras de Jesucristo a este respecto son muy duras: quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio. Quizá algunos reprocharán al Señor que no es lo suficientemente “positivo”, ya que se atreve a afirmar que alguien comete un pecado, pero lo que no se puede negar es que es muy claro.
Así pues, el divorciado vuelto a casar comete adulterio. La frase es muy dura, pero es de Jesucristo, no mía. Sin duda alguna, la Iglesia debe querer como a hijos, igual que hace Dios, a los divorciados vueltos a casar y no puede abandonarlos a su suerte. Precisamente porque esta situación es cada vez más común, resulta urgente que la Iglesia vaya a estas personas para llevarles el consuelo del amor de Dios y una palabra de vida. Sin embargo, este consuelo sólo será real si se ofrece desde la verdad que muestran las palabras de Cristo.
En ese sentido, no se puede ocultar que los divorciados vueltos a casar no forman un “hogar cristiano”, al igual que no lo forman las parejas no casadas o las parejas homosexuales. Será un hogar lleno de buenas intenciones, en el que vivan cristianos más o menos incoherentes y a los que Dios ama infinitamente, pero no será un hogar cristiano porque ese hogar se ha constituido, en su propio fundamento, en contra del plan de Dios para la familia.
La Iglesia, para ser fiel a su misión, no puede abandonar a esas personas a su suerte, tirando la toalla y diciéndolas que el modelo ideal no es para ellas y que, en su caso, lo mejor es que se contenten con un amor de segunda clase, que no sea para siempre, se cierre egoístamente a la vida o no refleje la unidad en la diversidad. Dios no se conforma con migajas, quiere el corazón entero del hombre para darnos la verdadera felicidad y no sucedáneos.
Además, para ser coherentes, tendríamos que aplicar la teoría Llisterriana de los modelos a otros ámbitos morales, además de la familia y del matrimonio. Por ejemplo, pensemos en el séptimo mandamiento. En nuestra sociedad, un porcentaje relativamente grande de la población defrauda a Hacienda, no le parece mal llevarse sin pagar un CD de unos grandes almacenes o, simplemente, se quedaría sin dudarlo con una cámara de fotos que te dejas en la mesa del restaurante. A mucha gente le parece bien robar, siempre que no conozca al propietario o éste sea una empresa y no una persona individual. Recuerdo que, hace unos años, trabajando para una empresa, el departamento de contabilidad se equivocó y, por un error informático, el ordenador me subió sustancialmente el sueldo. De todos mis compañeros, sólo una chica que pertenecía al movimiento mariano Schönstatt estuvo de acuerdo conmigo en que mi obligación era decírselo a la empresa. Los demás me miraron como si estuviese loco cuando lo hice, ya que, según dijeron, quedarse con el dinero de una empresa no hacía daño a nadie.
Pues bien, aplicando a esta situación la teoría de los “modelos”, habría que decir que la Iglesia debe aceptar la realidad, que no puede “cargar” contra el robo, el hurto o el fraude y que también los que roban sufren mucho por no poder tener todo lo que quieren. Así pues, según esta teoría, la Iglesia debería proponer el no robarás (reformulándolo de forma positiva) sólo como un ideal, pero sin atreverse a decir que los amigos de lo ajeno actúen de forma contraria al cristianismo, porque estaría “confundiendo el modelo con la norma”. Lo mismo podríamos decir de los demás mandamientos.
Sin duda, los obispos tendrán sobrinos, otros parientes, conocidos y, sobre todo, muchos diocesanos divorciados y vueltos a casar, arrejuntados o también, ¿por qué no?, miembros de uniones homosexuales. En mi opinión, esto no debe llevarles a aguar la moral ni la doctrina de la Iglesia, sino, al contrario, a ser más conscientes de que el mundo se muere porque no tiene a Cristo. Su misión episcopal como pastores de santificar, enseñar y gobernar debe llevarles a proclamar el Evangelio tal como es a esos “sobrinos", sin componendas, sin rebajas.
Creo que el punto más positivo del artículo de Jordi Llisterri está en recordarnos que una inmensa multitud de bautizados y, cada vez más, de no bautizados vive en nuestro país al margen del Evangelio, privados de la Vida verdadera que Dios está deseando regalarles. El amor de Cristo nos urge, a los obispos y a todos los cristianos, a proclamar a todos los hombres, desde nuestra pobreza, dónde está la verdadera felicidad.
24 comentarios
Ayudaría más a la discusión si explicara porqué no le convencen estos argumentos.
El mismo Jesús aclara lo que quiere decir en ese pasaje con la frase que he citado: el que repudia a una mujer y se casa con otra comete adulterio. No parece que dé mucha cancha a la interpretación (aunque, por supuesto, el texto admite otros significados secundarios, como lo de la utilización de la mujer, adicionales al significado principal).
Otra cosa es que sólo Dios puede juzgar los corazones de los hombres y lo hará con misericordia.
En cualquier caso, si aceptas el divorcio, aunque sea para algunos casos, en realidad estás privando a esas personas de la posibilidad de amar para siempre y pase lo que pase, como ama Jesucristo. Se les priva de la posibilidad de que Dios haga milagros en sus vidas, concediéndoles ese amor que para ellos es imposible. Creo que con ello no se les hace un favor, sino al contrario.
En cuanto a lo de robar, completamente de acuerdo. Pero ese caso no es una excepción debida a que, de hecho, se robe mucho y haya que rebajar la exigencia. Se debe a que en ese caso no se está robando, sino que en última instancia Dios creó los bienes para todos (el "destino universal de los bienes") y cuando alguien necesita lo más básico, su necesidad tiene precedencia sobre el derecho de propiedad (que, realmente, es un derecho de administración de los bienes creados por Dios y no de propiedad absoluta).
En lo de la nulidad, desgraciadamente, hay muchos escándalos. Especialmente a causa de muchos caraduras (por supuesto, no creo que sea el caso de tu amiga) que mienten o pagan a abogados que mientan para conseguir fraudulentamente esa nulidad. Una amiga mía abogada tuvo que dejar su bufete porque en él explicaban a los clientes cómo mentir para conseguir la nulidad.
Siempre consigues ir al centro de la cuestión. Tu ejemplo es perfecto:
"Y si la mujer de X se larga abandonando al marido y los hijos, y no le doy a X la oportunidad de volverse a casar, ¿le estoy condenando a no tener ese amor para el resto de su vida...?"
¡Es justo lo contrario! Si ese hombre permanece fiel a su mujer, queriéndola a pesar de lo que ha hecho y de que les haya abandonado, entonces es cuando está experimentando el amor de Cristo, que nos ama sin esperar nada a cambio y hagamos lo que hagamos. Por supuesto, eso es imposible para nosotros y sólo la gracia de Dios lo hace posible.
Esto no es una teoría. A una amiga mía la abandonó el marido con tres hijos. Ella le ha sido fiel y continúa, en medio del sufrimiento, considerándose su esposa y queriéndole con la gracia de Dios. Recuerdo haberla oído pedir en la Eucaristía por su marido ¡y por la mujer que vive con su marido! Se te ponían los pelos de punta. Dios puede regalarte eso.
En cambio, si le dices a ese hombre de tu ejemplo que "rehaga su vida" y se case con otra, le privas de la posibilidad de amar a su esposa como és, haga lo que haga. No podrá nunca entregarse del todo, pase lo que pase. A lo más que llegará es a un nuevo matrimonio "mientras me vaya bien". Pero Cristo no nos ha amado "mientras nos portemos bien".
En los otros casos que dices, si el matrimonio nunca existió de verdad, si, como tú dices, la dureza de su corazón les impidió entregarse de verdad el uno al otro cuando se casaron y sólo lo hacían "de prueba" o sin verdadera intención, esos son precisamente los motivos que posibilitan una nulidad. ¡Nunca hubo un verdadero matrimonio!
Por otro lado, si es así, pero legalmente no se lo reconoce un tribunal, eso ya sería un problema de conciencia totalmente particular y habría que ver el caso concreto.
En cualquier caso, que un cónyuge abandone al otro no prueba que no existiera el matrimonio, sólo prueba lo débiles que somos los hombres y las mujeres.
Creo que la respuesta a las dos preguntas es la misma.
Por supuesto que ese amor no está al alcance de todo el mundo. De hecho no está, en plenitud, al alcance de nadie. Sólo es posible con la gracia de Dios. Esa es la diferencia del matrimonio cristiano. El matrimonio no cristiano es algo bueno, natural y querido por Dios para los que no conocen a Cristo, pero el matrimonio cristiano es algo más: es un sacramento y, en él, Dios se compromete a dar la gracia necesaria para poder vivir ese amor que, como tú dices, es humanamente imposible.
Yo, por lo menos, si no confiase en esa garantía de la gracia de Dios no me habría casado "para siempre", porque me conozco y se que mis "siempres" son más bien "mientras no sea muy difícil la cosa".
En cuanto al privilegio paulino, sin ser un experto en el tema, creo que lo esencial está en esa misma distinción matrimonio sacramental - matrimonio civil o natural.
El matrimonio natural tiende a ser indisoluble (por naturaleza, todos querríamos, al enamorarnos, estar para siempre con la persona amada), pero en la práctica, como tú dices, esa indisolubilidad no está, a menudo, al alcance de las fuerzas humanas. Por eso, un matrimonio civil no es intrínsecamente indisoluble, ya que no es sacramental, y puede romperse por causas suficientemente poderosas.
Un caso parecido, aunque no incluido en ese privilegio, es el de la Princesa de Asturias. Según creo, estaba casada por lo civil y divorciada, pero eso no fue un impedimento a su matrimonio con el Príncipe, al no haber sido un sacramento ese primer matrimonio civil.
La moral del sexo y de la propiedad es algo demasiado serio para ser tratado en la versatilidad de un blog, A E. Schillebeeckx le costó dos tomos gruesos para llegar a decir algo sensato sobre el matrimonio.
El texto evangélico citado creo que subraya más la igual responsabilidad del varón y la mujer en el adulterio que la moralidad de tal adulterio.
El análisis teórico y practivo del matrimonio en sus aspectos natural, social, religioso, cristiano y cultural da para mucho más de lo que ofrece un diálogo amistoso.
Sin duda alguna, estoy de acuerdo contigo, podría hablarse y escribirse durante años sobre el matrimonio y la moral sexual y familiar. Sin embargo, creo que lo fundamental tiene que ser muy sencillo y al alcance de todos. De otra forma, dependeríamos totalmente de los "expertos" (en este caso, los moralistas) y no me parece que el evangelio, la vida cristiana o la fe de la Iglesia deban depender del último libro que hayamos leído.
El heliocentrismo es fundamental en astronomía, pero mira cuánto tardamos en llegar. En cuestiones morales es mejor afinar el propio sentido moral que objetivar moralidades, p.ej. sobre eutanasia y células madre, etc. etc.
Me ha encantado la frase de "la realidad es tozudamente variada" o quizá podríamos decir "tozudamente rica". Me la apunto para usarla alguna vez, si no te importa.
En cualquier caso, creo que una parte de esa riqueza o variedad de la realidad consiste en una unidad fundamental que hace que no todo sea caos (es decir, variedad absoluta), sino que sea comprensible, a la vez que, en algunas cosas, vaya más allá de nuestra comprensión.
No se puede comparar la moral con la astronomía. Una es fundamental para las personas, porque su misma vida depende de ella, y la otra es secundaria.
Yo me refiero a que las cuestiones esenciales para la vida no pueden estar sólo al alcance de los "sabios y entendidos". Si te fijas, el evangelio puede entenderlo cualquiera, porque el Señor ha querido revelárselo a la "gente sencilla".
Hoy se tiende a confundir ambos términos. La sociología marca lo que es, y se considera que es lo que debe ser. Que por el hacho de ser así es ya bueno, es ya un modelo.
No se admiten la existencia de modelos mejores que otros. No se admite la existencia de realidades mejores que otras. Todos los tipos de unión son iguales porque todos se dan en la sociedad.
Pero el cristiano no puede si no proclamar que Dios nos creo para un tipo de unión concreto, fiel y abierto a la vida.
Estoy de acuerdo contigo: El matrimonio cristiano es un ideal que todos los creyentes debemos tratar de seguir. Al igual que tantos otros preceptos de Cristo (amar a quién nos persigue, sin ir más lejos), el matrimonio indisoluble es difícil, pero es que toda la enseñanza de Jesús es difícil. Rebajarla no es hacerla mejor, sino diluirla y restarle toda la fuerza que tiene para cambiar el mundo a mejor.
Es cierto que Jesús en ese pasaje igualó a la mujer con el hombre frente a la discrimnación de la ley mosaica (sólo podía repudiar el varón), pero en vez d eigualarla por el repudio mutuo, la igualó por la indisolubilidad. Lo hizo con plena consciencia, y por tanto es evidente cómo quería el Señor que nos comportáramos.
No hay que actualizar el Evangelio; hay que evangelizar la actualidad.
Muy buen punto lo de igualar por un lado o por el otro. Igualar por el lado del repudio es lo que hace ahora la ley, que permite un divorcio sin razones, por la simple petición de uno de los cónyuges.
Que cada uno elija lo que prefiera. Yo, por mi parte, me apunto al plan para el que Dios nos creó, como dice Montaraz.
Me he topado con este blog por casualidad y me llamó la atención la inversión del título.
A los participantes en el blog no son de menor nivel, madre mía, os felicito: he aprendido mucho...utilizaré con vuestro permiso algunas expresiones, ejemplos y razonamientos.
Bienvenido al blog. Muchas gracias por su comentario.
En efecto, los beneficios que causan algunas "novedades morales" de nuestra época como los anticonceptivos, el aborto, los procesos de divorcio, etc. son cirtamente sospechosos.
Un saludo.
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