¿Son muchos o pocos los que se salvan?
Hace unos días, en los comentarios de este blog se hablaba de la importancia de que los sacerdotes sean buenos predicadores y yo puse como ejemplo de buen predicador actual al P. Raniero Cantalamessa.
El P. Cantalamessa es un capuchino italiano, perteneciente a la Renovación Carismática Católica, que fue nombrado predicador papal por Juan Pablo II y ha sido mantenido como tal por Benedicto XVI. Como predicador de la Casa Pontificia, ha predicado muchas veces ante el Papa, obispos y cardenales.
En una ocasión, predicando ante Juan Pablo II, el micrófono retumbaba tanto que tuvo que hablar muy despacio y se alargó bastante más de lo previsto (a pesar de que suele ser breve). El obispo encargado de la organización estaba muy nervioso, porque el Papa tenía después otro compromiso e iba a llegar tarde. Sin embargo, Juan Pablo II llamó a este obispo y le dijo: “Cuando un hombre nos habla en el nombre de Dios, no tenemos que mirar a nuestro reloj”.
Una de las cosas que me gustan de sus homilías es que siempre dice cosas concretas, siempre es posible al final de ellas resumir las ideas principales, no se pierde en vaguedades. No hay nada peor que los sacerdotes que hablan durante media hora y al final uno se pregunta ¿pero qué es lo que han dicho?, porque se han limitado a hablar de vaciedades y lugares comunes.
Aquí tienen la homilía del P. Cantalamessa sobre las lecturas de la misa de mañana, que he tomado de . Es breve, concreta y da luz sobre el tema.
En se publican todos los sábados sus homilías para el domingo. Me permito aconsejar a los lectores que adquieran la buena costumbre de leerlas.
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Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema: «Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».
Es la misma actitud que observamos respecto al retorno final de Cristo. Los discípulos preguntan cuándo sucederá el regreso del Hijo del hombre, y Jesús responde indicando cómo prepararse para esa venida, qué hacer en la espera (Mt 24, 3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña o descortés. Sencillamente es la manera de obrar de alguien que quiere educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que importan en la vida.
En este punto ya podemos entender lo absurdo de aquellos que, como los Testigos de Jehová, creen saber hasta el número preciso de los salvados: ciento cuarenta y cuatro mil. Este número, que recurre en el Apocalipsis, tiene un valor puramente simbólico (12 al cuadrado, el número de las tribus de Israel, multiplicado por mil) y se explica inmediatamente con la expresión que le sigue: «una muchedumbre inmensa que nadie podría contar» (Ap 7, 4.9).
Además, si ese fuera de verdad el número de los salvados, entonces ya podemos cerrar la tienda, nosotros y ellos. En la puerta del paraíso debe estar colgado, desde hace tiempo, como en la entrada de los aparcamientos, el cartel de «Completo».
Por lo tanto, si a Jesús no le interesa tanto revelarnos el número de los salvados como el modo de salvarse, veamos qué nos dice al respecto. Dos cosas sustancialmente: una negativa, una positiva; primero, lo que no es necesario, después lo que sí lo es para salvarse. No es necesario, o en cualquier caso no basta, el hecho de pertenecer a un determinado pueblo, a una determinada raza, tradición o institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador. Lo que sitúa en el camino de la salvación no es un cierto título de propiedad («Hemos comido y bebido en tu presencia…»), sino una decisión personal seguida de una coherente conducta de vida. Esto está más claro aún en el texto de Mateo, que contrapone dos caminos y dos entradas, una estrecha y otra ancha (Mateo 7, 13-14).
¿Por qué a estos dos caminos se les llama respectivamente el camino «ancho» y el «estrecho»? ¿Es tal vez el camino del mal siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y fatigoso? Aquí hay que estar atentos para no caer en la frecuente tentación de creer que todo les va magníficamente bien, aquí abajo, a los malvados, y sin embargo todo les va siempre mal a los buenos. El camino de los impíos es ancho, sí, pero sólo al principio; a medida que se adentran en él, se hace estrecho y amargo. Y en todo caso es estrechísimo al final, porque se llega a un callejón sin salida. El disfrute que en este camino se experimenta tiene como característica que disminuye a medida que se prueba, hasta generar náusea y tristeza. Ello se ve en ciertos tipos de ebriedades, como la droga, el alcohol, el sexo. Se necesita una dosis o un estímulo cada vez mayor para lograr un placer de la misma intensidad. Hasta que el organismo ya no responde y llega la ruina, frecuentemente también física. El camino de los justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón.
12 comentarios
Si no recuerdo mal, los Testigos de Jehová, también se dieron cuenta de que ya eran muchos y lo de 144.000 se les iba a quedar pequeño.
En ese momento, decidieron que esos 144.000 eran los "mejores", que iban a vivir en el cielo con Cristo. Aparte de esos habría muchos otros Testigos que vivirían felizmente en la tierra para siempre.
Una salida poco airosa para uno más de los muchos berenjenales en los que se han metido con sus particulares interpretaciones de la Biblia.
" El camino de los justos es estrecho, al comienzo;pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra alegría, esperanza y paz en el corazón"
Sin esfuerzo, sin trabajo y sin renuncia no se puede experimentar la felicidad, así interpreto yo lo de "entrar por la puerta estrecha". Todo lo que vale cuesta, eso dicen ¿no?
A mi que las mujeres estén delgadas me parece muy bien. No veo dónde está el problema.
Dios es VALOR
La homilía muy buena, como todo lo suyo y sobre un tema que se ha tornado espinoso dada la última modificación de la traducción de la fórmula consagratoria, ¿el pro multis latino es muchos o es todos?
No he seguido tu discusión, pero la posición de que no podrá salvarse nadie que no haya pertenecido explícita, visible y formalmente a la Iglesia durante su vida es, en mi opinión, heterodoxa (defendida por un grupo llamado los Feeneyitas hace medio siglo)
La Lumen Gentium dice: "Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta.
La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparación evangélica..."
Por lo que sé, la Renovación Carismática busca precisamente lo que su nombre indica, realizar una Renovación en toda la Iglesia, haciéndola más consciente y abierta a los dones y carismas del Espíritu que eran comunes en las comunidades del siglo primero.
En ese sentido, debe estar abierta a todo el mundo y no choca con el hecho de ser religioso.
Creo que Luis Fernando forma parte de la Renovación, así que podríamos preguntarle a él.
Como decía Sofía, creo que lo de la "puerta estrecha" no es solamente cosa de esfuerzo (que también), sino que, ante todo, implica la necesidad de un cambio o, mejor dicho, la necesidad de conversión para poder entrar por esa puerta.
En ese sentido, no basta el esfuerzo propio, sino que el poder "amoldarse" a esa puerta estrecha es don de Dios, que nos saca de nuestra comodidad y nos transforma.
Muchas veces, también he pensado que en esta vida los malvados son los que mejor les va todo, pero ciertamente más tarde o más temprano todos suelen probar su propia "medicina".
De todas formas Dios es amor e infinita misericordia y quiere que todos sus hijos se salven.
Tu comentario me ha recordado al salmo que dice que los malvados no son más que "paja que se lleva el viento". Al final, el que ha edificado su vida sobre la roca de Jesucristo es el único que se puede mantener firme cuando las cosas van mal.
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