¿Cómo quieres morirte?
Entre ayer y antesdeayer, murieron en España tres personas bastante conocidas, pero con vidas muy distintas: un futbolista del Sevilla, un escritor de gran prestigio y una actriz veterana. Esos son los fallecimientos que salen en la televisión, pero, en esos dos días, debieron morir también en España otras 3.000 personas desconocidas para el público en general.
La muerte está siempre presente a nuestro alrededor y, sin embargo, se ha convertido en un tema del que no se puede hablar, de mal gusto. De hecho, estoy convencido de que muchos no leerán este artículo debido a que les molestará su título.
Nuestra época ha rechazado cualquier posible comprensión del misterio de la muerte y, por ello, vive aterrorizada por ese misterio. Como resulta algo insoportable para el hombre moderno, ha decidido hacer como si no existiese. A menudo, a los enfermos graves no se les dice que van a morir, sino que se les mantiene engañados “para que no sufran” o no se pide la extremaunción para un enfermo, “para que no se asuste”. En general, la gente vive de espaldas a la muerte, como niños que esperan que si se meten debajo de las sábanas, los fantasmas no puedan hacerles nada.
Hagan, si quieren, un experimento muy sencillo, que está al alcance de todos. Pregunten a quienes tengan más a mano, en el trabajo, entre sus amigos o en su familia, cómo desearían morirse. La reacción primera suele ser de rechazo ante un tema tan políticamente incorrecto, que sólo es admisible como una broma o de forma indirecta. Algunos, incluso, puede que se ofendan por una pregunta que implica que también ellos van a morir algún día. Sin embargo, si consiguen que la conversación sea seria y que les den respuestas sinceras, verán que la inmensa mayoría de la gente desea morirse sin darse cuenta, de repente o mientras duerme.
Esto que, a primera vista, parece lógico, es diametralmente opuesto a lo que durante siglos han deseado los cristianos. Esa forma de morir, “sin darse cuenta”, se ha considerado siempre en la Iglesia como una gran desgracia, ya que no permite prepararse para algo tan importante como es la muerte. La antigua letanía de los santos decía A subitanea et improvisa morte, libera nos, Domine (líbranos, Señor, de la muerte repentina e imprevista).
Fíjense que la oración pide que Dios nos libre de la “muerte súbita e imprevista”. Lo que no quieren los cristianos es, sobre todo, una muerte imprevista, es decir, morir sin habernos preparado para ello, mediante la confesión, la oración o la reconciliación con aquellos a los que hayamos ofendido, entre otras muchas cosas. Por supuesto, aquel que vive haciendo la voluntad de Dios, como los santos, siempre está preparado para la muerte.
No sé si conocerán la vida de Santo Domingo Savio, un simpático niño italiano que murió con 14 años y es el patrono de los monaguillos. Cuentan que Domingo y otros niños estaban jugando un día durante el recreo, cuando les preguntaron: Y, si este momento se acabara el mundo y viniera el Juicio Final, ¿qué haríais? Unos decían que se irían corriendo a la capilla a rezar, otros a buscar a sus familias. Domingo se limitó a decir que seguiría jugando, ya que esa era la voluntad de Dios para él en ese momento.
Los católicos sabemos, además, que vamos a la muerte acompañados por las oraciones de todos los que rezan por nosotros. Cuando pasen por Barcelona, fíjense en un detalle de la fachada trasera de la Sagrada Familia que a mí me gustó mucho. Entre otras muchas imágenes, se encuentra una de un moribundo en su lecho. Junto a él aparece representada la Virgen, rezando por él, como tantas veces hemos pedido todos a nuestra Madre en el Ave María: ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
La Iglesia es consciente de que la muerte es algo terrible y contrario al plan original de Dios para el hombre: el propio Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro, a pesar de que iba a resucitarle unos momentos después. Sin embargo, los cristianos hemos experimentado que en Cristo está la verdadera Vida, que no se acaba con la muerte. Ni la muerte ni la vida podrán separarnos del amor de Dios. Por eso podemos alabar a Dios en medio del sufrimiento o de la enfermedad. Por eso podemos morir con confianza en nuestro Salvador, que ya ha vencido a la muerte. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?¿Dónde tu aguijón?
Los cristianos, que celebramos cada domingo el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal, podemos hablar de la muerte sin caer en ninguno de los dos extremos: intentar olvidarla, haciendo como si no nos fuera a suceder a nosotros, o vivir siempre agobiados morbosamente por ella.
Recuerdo una Eucaristía en la que participaba una señora de mi parroquia, bastante mayor, que llevaba tiempo enferma del corazón y que iba a sufrir al día siguiente una operación muy grave. Con toda la naturalidad del mundo, el sacerdote le dijo durante la homilía: “Mañana te operan y quizá te mueras” y pasó a hablarle de la resurrección, del cielo y de la misericordia de Dios. Me costaría mucho imaginar cualquier otro sitio en el que algo así se pudiera decir con naturalidad.
¿Cómo me gustaría morirme? Si Dios quiere, me gustaría morir consciente de lo que sucede, con tiempo para arrepentirme de mis pecados y encomendarme a la misericordia divina. Querría unir mis sufrimientos, si los tengo, a la Pasión de Cristo y ofrecerlos por todos los hombres. Me gustaría estar acompañado por las oraciones de mi familia, de la Iglesia y, especialmente, de mi Madre la Virgen. Quisiera morir proclamando el credo, perdonando a mis enemigos y teniendo en mis labios el dulce nombre de Jesús.
29 comentarios
La muerte la tengo muy presente, en el sentido de realidad cotidiana. Y creo que lo que me hace verla como algo normal es que para mí no es el final de la vida sino el comienzo de otra vida.
Con respecto a cómo me gustaría morirme, me da absolutamente igual. Lo unico que temo es no haber sabido AMAR, como debiera.
vida.
Supongo que una cultura que se basa en el poder del hombre no sabe qué hacer con la expresión máxima de impotencia humana.
Lo mejor rezar a san José, es el patrono de la buena muerte, porque fue la criatura que la debió tener más dulce acompañado físicamente de Jesús y Maria.
La muerte es una parte fundamental de la vida. Igual que uno se prepara para acontecimientos importantes de su vida, como por ejemplo su boda, con más razón debe uno vivir de forma que su muerte sea una muerte cristiana.
Creo que "eso de sufrir" no le va a nadie. Otra cosa es que uno acepte serenamente los sufrimientos que Dios permita en su vida y los una a la Pasión de Cristo, como dice San Pablo, para la salvación de todos los hombres.
Sin duda, la confianza en la vida y en la muerte hay que ponerla en Dios y no en ningún hombre. No conozco a ningún cristiano que piense lo contrario.
María Pilar:
Da gusto verte tan entregada a la voluntad de Dios que te da igual cómo vaya a ser tu muerte.
1. Preparación cristiana (ejercicio de las virtudes, frecuentación de los sacramentos). Siempre estamos a tiempo.
2. Afrontación de la muerte o extinción física. Psíquicamente nunca estaremos preparados de manera anticipada. Biológicamente (casi de forma instintiva) la vida nos va preparando, conforme decaen las energías físicas. Y cuando la muerte ya es fatal, por haber sido desahuciados, nos preparamos de forma natural, resignada y pacíficamente.
Tampoco se suelen hacer ya los funerales de cuerpo presente, más que en los pueblos. A mí me parece un signo precioso cuando se incensa el ataúd, como signo de que el cuerpo que contiene resucitará en el último día.
Inmaculada:
Muy oportunas esas líneas del Testamento Vital, que hablan también de la importancia de prepararse cristianamente para la muerte.
Teresa:
Siempre es bueno recordar esas líneas y tenerlas a mano en la cabeza, ya que, como decía el Don Juan de Zorrilla, "un punto de contricción/ da a un alma la salvación", porque "es el Dios de la clemencia/ el Dios de don Juan Tenorio". Dios no es orgulloso y acepta también a los conversos del último segundo.
Como muy bien dices, hagamos lo posible por no ser de las vírgenes necias.
J:
Los judíos tienen un midrash que dice que Dios manda a todo hombre tres ángeles con el mensaje de que Dios es Dios: el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Esos tres mensajeros destruyen cualquier ilusión que podamos tener de que no necesitamos a Dios.
Creo que ahora te he entendido, al releer los comentarios. Pensaba que me estabas contestando a mí con lo de no confiar en los hombres y ahora veo que estabas hablando de que haya o no un cura para confesarse en la hora de la muerte.
En ese sentido, estoy de acuerdo. El perdón depende de nuestro arrepentimiento y de que nos acojamos a la misericordia de Dios, que no falla nunca. Si disponemos de un sacerdote para una buena confesión, perfecto, pero si no fuera posible, Dios nos dará su perdón directamente si acudimos a él.
Incluso los que dicen que no tienen miedo a morirse, lo dicen ahora porque se encuentran bien pero llegado el momento quien sabe...
Respecto lo que le dijo el párroco a la señora mayor, pues sitiéndolo mucho y aunque fuese una "frase buscada" para explicar la posterior homilía, sinceramente creo que no se puede ser tan cenutrio y que hay que tener un poquito de tacto, porque por mucha fe que se tenga ante una intervención quirurgica y encima si es una persona mayor no se puede soltar "Mañana te operan y quizá te mueras". Vamos que es como para contestarle: "Y que tu no lo veas, por impertinente".
Totalmente de acuerdo. La muerte es una consecuencia del pecado y, por lo tanto, toda nuestra naturaleza se rebela contra ella.
En cuanto a lo de la homilía, quizás debería haber explicado que el cura conocía perfectamente a esta señora, habían hablado del tema otras veces y sabía que no se iba a ofender. Decir algo así a una persona cualquiera sería, como tú dices, poco prudente, porque podría tomárselo mal.
Lo que yo quería mostrar es que los cristianos no deben ocultar la verdad sobre la muerte. La forma de decir esa verdad depende ya de la prudencia y del tacto que cada uno tenga.
Me llena de ternura y me reconforta el que cuando mi padre recibió la Extremaunción y el sacerdote le dijo que pidiese a Dios lo que quisiese, mi padre respondió: "Sólo le pido que no me deje solo".
Me ha gustado mucho la historia de tu padre. La Iglesia, los sacramentos, la fe, la Escritura y todo lo demás, al final, son simplemente medios para acercarnos a Cristo, de manera que ya nunca estemos solos.
La de la historia era Mª Pilar y no Yolanda, gracias por hacérmelo notar. Ya lo he corregido.
Me alegro de estar de acuerdo contigo en lo primero que dices, que es lo más importante de todo.
En cuanto a lo segundo, por supuesto que también estoy de acuerdo en que "Son las normas de esos acaparadores del término Iglesia maestros en pesas y medidas, secuestradores de la conciencia ajena, creadores de escrúpulos, lo que estropea la Iglesia y el sacramento de la penitencia" (tal como lo dices, otra cosa será a qué casos concretos lo apliques). Ya hablé una vez de un par de malas experiencias con sacerdotes así, pero, en general, mis experiencias han sido muy buenas.
En cuanto a lo último que dices, tendrías que dar detalles, porque empeñarse en "hacer bien las cosas" no parece un gran crimen.
Gracias por tu historia. Me ha gustado mucho.
El sacramento de la unción es, quizá, el más olvidado de todos los sacramentos y es una pena que nos privemos así de una gracia tan fantástica, en un momento en que se necesita tanto.
La verdad es que la frontera entre la vida y la muerte es apenas un segundo.
Algunos les cuesta muy poco morirse, y otros tardan lo suyo. Pero es, eso, apenas un segundo y la chispa se apaga.
Que alguien te prepare para morir es importantísimo. Y se está olvidando esa labor. Uno tiene que llegar a ese momento en el que se abandona con plena conciencia en brazos de Dios.
La verdad es que la frontera entre la vida y la muerte es apenas un segundo.
Algunos les cuesta muy poco morirse, y otros tardan lo suyo. Pero es, eso, apenas un segundo y la chispa se apaga.
Que alguien te prepare para morir es importantísimo. Y se está olvidando esa labor. Uno tiene que llegar a ese momento en el que se abandona con plena conciencia en brazos de Dios.
Yo solo quiero que un sacerdote cumpla con sus obligaciones... como mínimo. Y una de ellas es estar "a mano" para que los fieles accedan a los sacramentos, especialmente a la Penitencia. Quizá sea de esos muchos que fueron expulsados de la vida parroquial por la actitud de ciertos sacerdotes que, precisamente estaban para todo menos para atender un confesionario... No sé si seré "ortodoxo" o "heterodoxo"...
Por lo demás y más allá de clasificaciones, lo que el penitente debe decirle al sacerdote son sus pecados, lisa y llanamente, y además el número de ocasiones en que ha incurrido en ese pecado, y las circunstancias que puedan rodearlo que pueden incidir en su gravedad, si cuando vas al médico le cuenntas todos los síntomas y él te ausculta y te pregunta, sobre qué has hecho o tomado para hacer un mejor diagnóstico no debes extrañarte que un buen sacerdote te pregunte e inquiera, fíjate en que el cura es cura, cura de almas. Lógicamente eso debe hacerlo con ...
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