España, quién te ha visto y quien te ve
No voy a hablar de política. No es ése el tema de este blog y, con franqueza, me interesa mucho menos que el asunto que voy a tratar. Me lo ha sugerido la frase del Cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile: “Ningún otro pueblo plantó la fe en sus territorios conquistados como España”.
Creo que lo que señala el cardenal Errázuriz no se puede negar. No hay más que echar una mirada a un mapa del mundo: en Norteamérica, los pocos indios que quedan invocan, entre casino y casino, al Gran Espíritu, en la India, cientos de millones de personas siguen adorando a dioses de múltiples brazos y todo el norte de África es musulmán. Sin embargo, en los antiguos territorios españoles y portugueses, el catolicismo arraigó profundamente (incluso cuando la misma lengua se ha perdido casi en su totalidad, como es el caso de Filipinas) y son cientos de millones los que hoy se declaran católicos en esos países.
En mi opinión, el éxito que tuvo la evangelización realizada por España en todo el mundo se debió a que los españoles tenían muy claro cuál era su posesión más preciosa: no su cultura, su lengua, su genio militar, sus cualidades humanas, sus riquezas o sus ideas políticas, sino la fe. Los españoles, como es lógico, nunca han sido, ni mucho menos, todos santos (aunque podemos estar orgullosos del gran número de santos que ha dado a la Iglesia nuestro país). Sin embargo, creo que puede decirse que en otras épocas y a grandes rasgos, aunque su vida fuera en la práctica poco edificante, los españoles estaban firmemente convencidos de que lo más importante era Dios y de que la Iglesia fundada por Jesucristo era la Católica.
Supongo que resulta evidente que eso ha cambiado mucho para la inmensa mayoría de los españoles, por lo que sólo me voy a fijar en dos ejemplos, particularmente sangrantes.
El primer ejemplo se refiere a la situación actual de los gitanos españoles, un número enorme de los cuales se ha hecho protestante. Según los datos que he podido encontrar, existen actualmente entre 500 y 1.000 congregaciones protestantes de gitanos en España (generalmente, adscritas a la “Iglesia de Filadelfia", compuesta en su práctica totalidad por gitanos) que agrupan a más de 100.000 gitanos, el 10-15% del total.
Hace 50 años los gitanos eran, casi en su totalidad, católicos. El día 4 de mayo se celebró el décimo aniversario de la beatificación de Ceferino Jiménez, el primer beato de raza gitana. El nuevo beato fue martirizado en Barbastro en 1936 por llevar en el bolsillo un rosario, que rezaba todos los días, y negarse a renunciar a su fe.
Entiendo que en este cambio intervienen muchos factores, entre ellos el deseo de los propios gitanos protestantes de diferenciarse en el ámbito religioso creando comunidades puramente gitanas. Sin embargo, la responsabilidad última nos corresponde a nosotros, los católicos, que no hemos sabido ofrecer en nuestras parroquias un lugar para que los gitanos pudieran vivir su fe. No hemos sabido anunciar bien el Evangelio, que es la salvación para todos los hombres, sean cuales sean sus costumbres, su raza o su estilo de vida. No hemos mostrado el verdadero rostro de la Iglesia que acoge a todos con misericordia. Está claro que no hemos sabido hacer estas cosas, porque miles de católicos gitanos han dejado la Iglesia y quien ha conocido la verdad plena de Jesucristo en su Iglesia, prefiere morir, como el beato Ceferino y con la ayuda de Dios, antes que perderla.
El segundo caso que quiero mencionar es el de los inmigrantes iberoamericanos que en tan gran número han afluido a España en los últimos años. Por su procedencia, son católicos en su mayoría. Probablemente, en sus países de origen, acudían a la iglesia de forma más o menos regular y en ella celebraban los acontecimientos más importantes de su vida. Estaban, además, inmersos en una sociedad que, en mayor proporción que la española, sigue estando muy impregnada de catolicismo.
Sin embargo, al llegar a España, se encuentran con un ambiente secularizado, con personas que se dicen cristianas pero no practican, con la idea generalizada de que ser auténticamente cristiano es un fanatismo o algo del pasado y de que la moral cristiana es inhumana y nadie la cumple. En este ambiente, resulta comprensible que un grandísimo número de estos inmigrantes pierda la fe y se aleje de la Iglesia.
Muchas parroquias ayudan de forma económica a los inmigrantes, realizando así una labor necesaria y auténticamente cristiana. Por desgracia, son muchas menos las parroquias en las que se sale al encuentro de los inmigrantes para recibirlos como hermanos católicos, fortalecer su fe, integrarlos en comunidades cristianas que sustituyan a las que han dejado en su país o catequizar a sus hijos. Y la gente no es tonta. Cuando un inmigrante ve que los cristianos españoles son gente que, con buena voluntad, les ayuda a encontrar trabajo, casa, asistencia médica y papeles, pero no les habla de Dios, sacan la conclusión de que para esos cristianos lo importante, lo que de verdad merece la pena en la vida, es tener un trabajo, una casa y buena salud… y no me atrevería a decir que esa conclusión esté del todo equivocada. Lo que es verdaderamente importante para uno nunca está lejos de sus acciones y de sus palabras: de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Resulta muy triste que estos herederos de la fe católica que España llevó al Nuevo Mundo tengan que venir a España a perder esa fe.
Sería muy interesante realizar una encuesta entre los españoles o, incluso, entre los españoles que se declaran católicos, sobre qué es lo más importante en sus vidas. Creo que hay muchos posibles “ganadores” de esta encuesta: la familia, el trabajo, la salud, el dinero, la diversión, el placer… pero sería para mí una sorpresa muy grande (y muy grata) que la fe consiguiese el primer puesto.
España, quién te ha visto y quién te ve.
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