Es mentira, no está vacía
Hoy no voy a hablar de mentiras de políticos o periodistas poco escrupulosos, sino de algo mucho más antiguo y, paradójicamente, aún más actual. Se trata de una mentira con mucha solera, que lleva engañando a los hombres desde que el mundo es mundo.
Es una mentira muy sencilla, pero terriblemente dañina. El demonio es el Príncipe de la Mentira y sabe perfectamente dónde está tu punto débil. Se limita a sugerir, cuando estás sufriendo, que la cruz está vacía. Es decir, que estás solo con tu dolor, que tu sufrimiento no le importa a nadie, que no tiene ningún sentido. Tu matrimonio se rompe y a nadie le importa. Tienes una enfermedad grave y, a pesar de las condolencias de tus amigos, el que sufre eres tú y sólo tú. Tus defectos, tus complejos y tus fracasos, que tanto te hacen sufrir, te separan de los demás y por eso los ocultas, los escondes, te avergüenzas de ellos y los tienes que soportar en solitario. Pierdes tu trabajo, suspendes tus exámenes después de haber estudiado, fracasas en tus metas y todo eso, ¿para qué? No tiene sentido. Te mueres solo, angustiosamente solo…
Es fácil sacar la conclusión lógica de esta falsa premisa. Si no hay nada peor que el sufrimiento, para evitar el sufrimiento habrá que hacer lo que sea necesario: mentir, engañar, pisotear al prójimo, adulterar, robar, explotar a otros, fornicar, derrochar, drogarse, suicidarse… cualquier cosa, sea lo que sea, con tal de no sufrir. Así vive el mundo entero y así viven los cristianos que se han dejado engañar.
Hoy, de nuevo, frente a esta mentira, los cristianos tenemos que proclamar una vez más: No es verdad. No estás solo con tu sufrimiento. La cruz no está vacía. En la cruz está Jesucristo y allí te puedes encontrar con él. Por eso, San Pablo no se cansaba de decir: predico a Cristo y a Cristo crucificado. O también: estoy crucificado con Cristo. No es cierto que nadie pueda compartir tu dolor. Precisamente porque sufrías, porque estabas solo y te habías alejado de él, el mismo Dios se ha hecho hombre para curarte como el buen samaritano, para echarte sobre sus hombros como el pastor a la oveja perdida, para limpiarte como a los leprosos, para darte luz como al ciego de nacimiento, para resucitarte de la muerte como a la hija de Jairo y a Lázaro.
Es la Buena Noticia que ha entusiasmado a la Iglesia desde sus orígenes: Cristo ha Resucitado y puede darnos la Vida que no se acaba. El sufrimiento no nos destruye, porque Dios puede sacar Vida de la muerte. La muerte y el dolor no son un sinsentido, porque Cristo los ha convertido en camino de salvación. Unidos a su pasión, nuestros sufrimientos salvan al mundo entero. Él nos ha amado hasta la muerte, de manera que también nosotros podamos entregar la vida por los demás. Incluso nuestros pecados, que son lo más repugnante que hay en nosotros, al ser perdonados clavándolos en la Cruz, se han convertido para nosotros en ocasión de perdón y de misericordia, porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Como signo sensible que refuta la mentira del demonio, casi todas nuestras cruces católicas son crucifijos. Es decir, representan también al crucificado. La cruz, por sí sola, es un instrumento de tortura. La cruz, con Cristo, es el camino de nuestra salvación y de la salvación de los demás. Es el lugar en el que recibimos la gracia y la misericordia del Señor, el lugar en el que podemos llegar hasta el extremo en el amor por nuestro prójimo. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos.
Hasta tal punto la pasión de Cristo ha transformado la Cruz, que hoy, catorce de septiembre, celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. Si lo pensásemos detenidamente, este hecho debería dejarnos boquiabiertos: el mundo entero huye del sufrimiento con todas sus fuerzas… y los cristianos hacemos una fiesta que tiene como centro la cruz. El secreto, por supuesto, está en que no es cualquier cruz, es la Cruz de Cristo, algo tan precioso para nosotros, que se ha convertido en el símbolo de nuestra fe. Como decía un Padre de la Iglesia del s. II, la cruz gloriosa del Señor resucitado, es el árbol de la salvación. De él yo me nutro, en él me deleito, en sus raíces crezco, en sus ramas yo me extiendo. Angosto sendero, mi puerta estrecha. Escala de Jacob, lecho de amor donde nos ha desposado el Señor.
8 comentarios
Por eso ante la tentación nuestros padres solían santiguarse. ¡Qué mejor defensa que la cruz que nos salva!.
Y el que lo experimenta, repite con Balaam: "Sea mi muerte como la muerte de su Justo. Vaya mi vida donde él"
Me alegra mucho tu comentario, porque en este blog se discutió hace tiempo porqué tantas conversiones se producían en situaciones de gran sufrimiento o de angustia. Como tú dices, así le pasó al Buen Ladrón: Cuando no tenemos nada en lo que apoyarnos, descubrimos a Aquel que siempre está con nosotros y que es el único que tiene la Vida verdadera.
También me ha gustado mucho la referencia a santiguarse. Yo siempre lo he visto como un deseo de pensar como Cristo crucificado, hablar como Cristo crucificado y sentir como Cristo crucificado.
Amén a lo de Balaam. ¿Qué otra cosa mejor podríamos desear?
Un saludo.
Gracias por tu experiencia, que coincide con la mía. Yo he visto en mi vida que el sufrimiento me angustiaba y no me dejaba vivir hasta que lo uní a la Cruz de Cristo. Dios no me quitó el sufrimiento, pero lo transformó totalmente con la presencia de su Hijo.
Un saludo a ti también.
si somos felices lo somos en Cristo, si atribulados tambien en Cristo. Si recibimos de el lo bueno, ¿porque no recibir tambien lo malo? sabiendo que es el amor infinito y no nos abandonara para siempre.
Que Dios os bendiga y os conceda su paz
y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno Apocalipsis 1:18
Recuerdenlo esta Vivo no muerto... por eso El esta conmigo por donde quiera que yo vaya... Bendiciones
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