El rito extraordinario: como un niño ante un regalo
A veces me gusta imaginar, con cierta envidia, a alguien que, por ejemplo, nunca haya contemplado una puesta de sol, no haya leído ningún libro de Chesterton o no haya visto el mar y aún pueda saborear estas cosas por primera vez. La novedad nos permite ver las cosas con una mirada limpia y agradecida, disfrutarlas sin darlas por hecho y descubrirlas como lo que son: un regalo que no merecemos. Conforme uno va acumulando años, este tipo de cosas se hacen menos frecuentes y la mayoría de las alegrías y placeres van pasando a la categoría de viejos amigos, que confortan pero no suelen sorprendernos.
Cuento todo esto porque, el sábado pasado, tuve ocasión de estrenar una alegría completamente nueva para mí: la Misa tradicional del rito extraordinario. Viajé a Sevilla con mi mujer y pude asistir a la Misa gregoriana solemne que se celebró en la ciudad del Guadalquivir. Como nunca había participado en una Misa tradicional, según el rito anterior al Concilio Vaticano II, tuve la oportunidad de observarla y participar en ella con ojos nuevos, sin el adormecimiento de la rutina. Con la ilusión de un niño ante un regalo inesperado.
Puesto que ya otros han descrito los detalles concretos de la celebración, me limitaré a relatar mis propias impresiones. Mi primera sensación fue estética, como es lógico. La Misa se celebró en la parroquia de San Bernardo de Sevilla. Como suele ser el caso con las iglesias andaluzas, está pintada por dentro y por fuera de colores alegres y luminosos. Es un templo precioso, barroco-neoclásico, del s. XVIII, con un estupendo retablo en el altar mayor y varios altares laterales.
Durante la Misa, me di cuenta de algo evidente, pero que nunca había pensado: la inmensa mayoría de las iglesias católicas, es decir, aquellas con más de sesenta años de antigüedad, han sido construidas pensando en este rito. Desde los retablos hasta los altares, desde la puerta hasta las bóvedas, todo fue diseñado por el arquitecto para servir a esta liturgia en particular. Es propia del rito extraordinaria hasta la misma disposición de los templos, que miran siempre hacia Oriente y cuyas líneas arquitectónicas predisponen a todos los que participan, incluido el sacerdote, a mirar en todo momento hacia Cristo. Los santos de los altares laterales, tan habituales en las iglesias católicas, son la clara imagen de la Iglesia triunfante que participa también de la celebración junto con los fieles. El incienso, que se eleva por el retablo, desde el altar hacia las imágenes de la Trinidad, lleva consigo las oraciones de los santos, como cuenta el Apocalipsis.
Cuando uno asiste a la Eucaristía del rito ordinario en una iglesia antigua, se tiene la sensación inconsciente de que hay algo, en cierto modo, “desenfocado” o “desequilibrado”, en el sentido de que la arquitectura y el rito que se celebra tienen enfoques distintos. En cierto modo, es como si se celebrase una liturgia oriental en una iglesia occidental o viceversa: el iconostasio estaría siempre en medio o constantemente se notaría su ausencia. Al igual que algunas iglesias modernas están pensadas para la liturgia actual (y otras están diseñadas por personas totalmente ignorantes de lo que es la liturgia católica), las iglesias anteriores a 1960 piden a gritos el rito extraordinario.
El segundo aspecto que me llamó la atención tiene que ver con el papel del sacerdote. A la Iglesia anterior al Vaticano II se la suele acusar, con más o menos razón, de clericalismo. Sin embargo, me sorprendió comprobar que el rito extraordinario es infinitamente menos clerical que el ordinario. El centro de la celebración nunca está en el sacerdote. No se busca un encuentro con él, sino de todos con el Señor. En los momentos esenciales, todos tienen fijos los ojos en Aquel que inició y completa nuestra fe, Cristo Jesús… que está sentado a la derecha del trono de Dios.
La Misa fue celebrada por el Superior del Instituto de Cristo Rey, Mons. Giles Wach, que luego pronunció una excelente conferencia en un hotel cercano, pero lo cierto es que no hubiera importado nada que el celebrante fuese el último curilla recién ordenado de un seminario desconocido de Zimbabwe. La Misa no es una conferencia y no estábamos allí para verle a él, sino que tanto él como nosotros buscábamos encontrarnos con el Señor y eso se reflejaba en las posturas y los gestos litúrgicos. Al ver al sacerdote vuelto hacia Oriente, mirando al Señor como todos los demás, se acuerda uno de aquellas palabras de San Juan Bautista: Conviene que yo disminuya, para que él crezca.
El rito ordinario, en cambio, tiene el claro peligro de que el sacerdote se convierta en un “showman” o un animador, que entretiene a la audiencia mediante su simpatía, su sabiduría o incluso su piedad y santidad. Los fieles nos hemos habituado, por desgracia, a esta comprensión errónea del papel del sacerdote en la liturgia. El mismo hecho de que a menudo se diga despectivamente que el sacerdote, en el rito extraordinario, está “de espaldas” al pueblo muestra hasta qué punto nos hemos acostumbrado a que lo esencial de la Misa sea el diálogo con el sacerdote, en lugar del diálogo con Dios, de la participación en la entrega de Cristo al Padre por todos nosotros.
He dejado para el final lo que más me gustó, porque precisamente fue aquello que yo pensaba que más me iba a disgustar. En muchas ocasiones había oído criticar la Misa tradicional por el hecho de que, mientras el sacerdote está realizando algún rito en particular, los fieles pueden estar haciendo otra cosa: ya sea seguir las oraciones de la Misa en su propio misal, dirigirse personalmente a Dios o incluso rezar una novena o el rosario. Yo soy una persona muy racional y tanía la impresión de que este “desorden” no podía ser nada bueno.
El rito ordinario, en el que el sacerdote y los fieles siempre están haciendo lo mismo y diciendo o escuchando lo mismo, en el que prácticamente no hay silencios y en el que los fieles tienen un itinerario marcado con precisión para su participación es, quizá, más racional y “eficiente”, pero también mucho menos libre. La liturgia del Concilio Vaticano II es más propia del hombre moderno: es eficaz y utilitaria, y cada elemento tiene una finalidad clara e inmediata. En cambio, el rito extraordinario tradicional es mucho más pausado y está pensado para dejar sitio al Misterio insondable e inabarcable de Dios, introduciéndonos en él por el culto, la oración y la alabanza al Padre al Hijo y al Espíritu Santo.
Me encantó cómo cada uno de los fieles participaba en el Sacrificio con su propia oración, diferente y adecuada a sus circunstancias personales. De alguna forma, todas esas oraciones se unían en una única ofrenda al Padre, que es Cristo su Hijo, entregado por nosotros. Me pareció estar viendo a la propia Iglesia Católica, llena de santos y de pecadores, de personas que corren al encuentro de Dios y otros que se acercan lentamente, de sabios e ignorantes, de vírgenes, casados, doctores, contemplativos, viudas y sacerdotes. Todos diferentes, pero cantando un solo canto nuevo al Padre, como una sinfonía compuesta por melodías diferentes pero armoniosas. Me atrevo a decir que, en este aspecto, la liturgia tradicional es mucho más “moderna y progresista”, en el buen sentido de estas palabras, que el rito ordinario.
Ni que decir tiene que todo esto no quiere decir que yo rechace la Misa de Pablo VI. Al contrario. He recibido la fe con la liturgia del rito ordinario y a través de ella he conocido la Tradición permanente de la Iglesia. Creo, sin embargo, que no debemos olvidar que el misal del rito ordinario está aún en sus orígenes. Desde nuestro punto de vista, los cincuenta años transcurridos desde el Concilio Vaticano II pueden parecer un largo tiempo, pero ante los ojos milenarios de la Iglesia no son más que un instante, como un ayer que pasó, una vela nocturna. Con el correr del tiempo, la acción de los Papas, la participación de los fieles, el estudio de los teólogos y la aportación de los Santos, el rito ordinario se irá enriqueciendo y afinando como sucedió con el rito extraordinario.
El Papa Benedicto XVI ha dado en el clavo al sugerir que ambas formas del rito deberán enriquecerse mutuamente. Quizá otro día podríamos discutir la manera en que podría darse este enriquecimiento mutuo. Hoy, sin embargo, me voy a limitar a dar gracias a Dios por la Iglesia, que ha preservado este tesoro de la Misa tradicional, para enriquecimiento, santificación y alegría de sus hijos.
23 comentarios
He quitado tus comentarios porque me ha parecido que merecía la pena publicarlos en forma de artículo completo mañana, si te parece bien.
Se nota que estás encantado con el rito extraordinario y te han salido unas frases estupendas.
Un saludo.
Tantos fieles había que tuvieron que partir las Hostias para la Comunión.
Lamento no haberles visto a ud. y a Isaac.
El Papa ha dicho que el rito ordinario y el extraordinario tienen que enriquecerse mutuamente, así que entiendo que no se trata de defender "o un rito o el otro", sino que ambos tienen su lugar en la Iglesia.
De acuerdo con lo que tú dices, yo pienso que la proclamación de las lecturas en castellano o en cualquier otra vernácula será una de las cosas que, antes o después, "aprenderá" la liturgia antigua de la nueva. Otra de ellas es la que menciona "Desde la Giralda" sobre el Padre Nuestro. Quizá algún día podemos tratar este tema del aprendizaje mutuo.
En cualquier caso, el hecho de que, en muchos casos, el rito antiguo pudiera vivirse mal es algo poco significativo, porque todos hemos visto (seguro que tú también) multitud de abusos con el rito ordinario.
Por desgracia, el tesoro de la liturgia de la Iglesia (en todos sus ritos) está muy desaprovechado por los católicos.
Un saludo.
Según he leído, lo de rezar todos o no el Padre Nuestro es una costumbre local, que depende de las parroquias concretas. Estoy completamente de acuerdo en que es mucho más apropiado que lo recen todos los fieles.
Según me dijeron al terminar, los monaguillos no tenían experiencia en este tipo de celebración solemne y bastante hicieron con intentarlo (adecuadamente sobornados, claro).
Me habría encantado poder saludarle.
Muchas gracias por la clase rápida de liturgia. Siempre es un placer leer a alguien bien informado sobre lo que dice.
El hecho de que el recitado conjunto del Pater Noster sea algo propio de la última reforma de la liturgia tradicional explica lo de la disparidad de costumbres (aunque creo que esa reforma debió institucionalizar algo que en la práctica se daba antes, porque yo he oído a gente decir que lo habitual era que todos recitasen o cantasen el Pater Noster al unísono).
Sin duda, como dice, ambas prácticas son legítimas, aunque yo personalmente veo más adecuado que todos recen el Pater Noster, ya que, a diferencia de otras, no es una oración propiamente sacerdotal, sino propia de todos los cristianos.
Muchas gracias otra vez por el comentario.
Esta practica es confirmada tambien por S.Agustin (sermon 58, n.12), donde dice:
"En la iglesia, cada dia es recitada en el altar esta oracion dominical (el Pater), que los fieles escuchan".
No sé si ésto lo solucionan en esos casos.
Admiro que alabéis este rito como el más centrado en Dios que en la figura del sacerdote. Yo no voy a misa para escuchar a un sacerdote determinado, a veces mejor que callen.
Pero bueno, vuestra defensa me hace pensar que tendré que buscar una parroquia que oficie este rito para saciar mi curiosidad.
Saludos
Muchas gracias por la información. Lo cierto es que le da mucho más valor a los ritos el saber de dónde vienen y que constituyen una tradición de siglos.
Iba sinceramente más con la intención de ver los ritos, los detalles, aunque no me enterara de nada.
Os puedo asegurar, fue una de las misas vivida con más intensidad. Curiosamente me di cuenta mediante los folletos que el prefacio era el del Domingo de la Santísima Trinidad y la plegaria eucarísticia 1ª, la más antigua y prácticamente en deshuso para abreviar a favor de moniciones y demás palabreríos. Me sobrecogió mucho la plegaria eucarística en silencio, siguiendola todo el mundo mediante el folleto.
Curiosamente fui tambien meses antes a una misa del rito siro malavar, y podían haber hecho lo mismo mediante los folletos, por que no me enteré náda más que de la homilía que fue en cristiano.
No sabes cuánto me reconforta tener a un "cuate" de InfoCaólica que comparte conmigo esta experiencia.
Gracias,
La parte del Pater Noster nos la explicó en alguna ocasión uno de nuestros sacerdotes que la reza unicamente el sacerdote recordando cuando NSJC lo enseñó a sus apostoles y al final todos se unen a su oración con el "Sed libera nos a malo" final.
Respecto a la oraciones o devociones privadas durante la misa fue durante muchisimos siglos lo mas común hasta la llegada del primer movimiento litúrgico en que se impulsó el uso del misal con todo las oraciones de la misa (todavia a finales del siglo XIX y principios del XX habia un sinfin de pequeños devocionarios que se van leyendo de acuerdo a cada momento de la misa y que ayudan a concentrar la mente y el espíritu en cada parte asociandolo a la pasión de Nuestro Señor). Creo que es una de las bellezas del rito antiguo que el silencio y el mismo uso del latín permite a cada uno orar de la manera que sea mejor para cada fiel, hay unos que prefieren seguirla con el misal, otros en su oración mental y otros con alguna otra herramienta y todas son validas si las unimos a la del sacerdote que actua in persona christi renovando incruentamente el sacrificio del calvario.
..."Por más (los que hemos nacido en los 70's) acostumbrados que estemos al NOM (Novus Ordo Missae), cualquiera SUCUMBE ante lo sublime del Rito Tridentino, Tradicional, Extraordinario o de Siempre, como fue mi caso...que no la re-descubrí, sino la descubrí."
Dejar un comentario