El misterio del pueblo sonriente

Hace muchos años, cuando yo era un chaval, temporibus illis, los veranos eran siempre un tiempo de aventuras. Mis padres tenían la costumbre de viajar por Europa los veranos en la furgoneta que teníamos. Viajábamos económicamente, de camping en camping y llevando la comida y casi todo lo que necesitábamos desde España, para poder alargar nuestra ruta todo lo posible.

Así conocimos multitud de países y lugares que fascinaban a un niño como yo: las casi verticales viñas del Rin entre castillo y castillo; las inundaciones de Venecia y sus autobuses flotantes; el más suntuoso palacio de los papas en Francia; la torre inclinada de Pisa que, al menos en esa época, no tenía barandillas; las cataratas del Rin en Suiza, donde el piloto del barco turístico conseguía arrancar un grito a los visitantes acercándose hasta el mismo borde de las rugientes masas de agua; la no-tan-oscura Selva Negra y los castillos del Rey Loco; las catacumbas romanas con ecos de mártires en sus pasadizos… Decenas de lugares sorprendentes y con nombres exóticos y misteriosos. Sin embargo, entre todas las cosas sorprendentes que vi, se ha grabado especialmente en mi memoria el misterio del pueblo sonriente.

Uno de los veranos, decidimos dar una vuelta por Portugal, recorriéndolo de arriba a abajo y visitando Lisboa, Sintra, Coimbra, Batalha u Oporto. Aproximadamente en el centro de Portugal, se encuentra un pueblo grande, no muy conocido, llamado Tomar, con algunas iglesias antiguas muy bonitas y una plaza pintoresca.

Como hacía mucho calor, fuimos recorriendo el pueblo en coche, yendo de una iglesia a otra. Enseguida nos dimos cuenta de algo muy extraño: todas las personas con las que nos encontrábamos sonreían. Fuéramos por donde fuéramos, la gente nos miraba y sonreía de oreja a oreja. Nos llamó mucho la atención y empezamos a darle vueltas al misterio para encontrar su solución. ¿Era un pueblo de gente feliz? ¿Habría tocado la lotería en el pueblo? ¿Era aguardiente lo que manaba de las fuentes del lugar en vez de agua? ¿Eran todos extraterrestres que no dominaban muy bien los gestos humanos? Pasamos un rato divertido dando vueltas al enigma, pero sin encontrar ninguna explicación que pudiese solucionar el extraño enigma del pueblo sonriente.

Al final, nos decidimos a preguntar a alguien y descubrimos la solución del misterio: era 14 de agosto. El catorce de agosto, los tomarenses celebran la batalla de Aljubarrota, que tuvo lugar a pocos kilómetros de Tomar. En esta batalla del s. XIV, las tropas portuguesas derrotaron a las castellanas, de manera que fue Juan I de Portugal quien se apoderó del trono luso vacante, en lugar de Juan I de Castilla. Para los portugueses, esta batalla consiguió evitar la incorporación de Portugal a la corona española, así que consideran que es un símbolo de la independencia de Portugal y de su victoria frente a España.

Por lo tanto, en aquel día de celebración de la victoria portuguesa sobre los españoles, cuando los habitantes de Tomar veían nuestra matrícula española y el escudo de España en la parte trasera de la furgoneta, no podían evitar reírse, sin mala intención. Lo cierto es que no nos molestó nada, sino que nos pareció algo normal: siempre da gusto ganar algo, aunque sea una batalla de hace seis siglos.

Me he acordado de este pueblo porque el Papa canonizó hace unos días a cinco nuevos santos, cuatro de ellos italianos y uno portugués. Todos sus nombres me resultaban desconocidos, pero me fijé en el portugués porque fue, precisamente, el héroe de la batalla de Aljubarrota: San Nuño Alvares Pereira.

San Nuño fue un noble portugués y gran guerrero. Llegó a ser Condestable de Portugal, general y consejero del Rey Juan I, fue el artífice de las victorias portuguesas de Atoleiros y Aljubarrota y su hija Beatriz se casó con el Rey Alfonso I de Braganza. Los portugueses le conocen como “o Santo Condestável”, el santo Condestable y los obispos lusos le han propuesto como ejemplo de que también los hombres de Estado y gobernantes están llamados a ser santos. En los últimos años de su vida, tras la muerte de su mujer, abandonó sus palacios, su gloria y su vida en la corte para convertirse en fraile carmelita en un convento que él mismo había fundado años antes. Tomó el nombre de Fray Nuño de Santa María y permaneció en aquel convento hasta su muerte. En su tumba, estaba escrito el siguiente resumen de su vida:

“Aquí yace el famoso Nuño, el Condestable, fundador de la Casa de Braganza, excelente general, beato monje, que durante su vida en la tierra tan ardientemente deseó el Reino de los Cielos después de la muerte, y mereció la eterna compañía de los Santos.

as terrenales fueron incontables, pero les volvió la espalda.Fue un gran Príncipe, pero se hizo humilde monje. Fundó, construyó y dedicó esta iglesia donde descansa su cuerpo".

Me hizo mucha ilusión enterarme de la canonización de San Nuño. Desde ahora, cuando oiga hablar de Aljubarrota o pase por Tomar, yo también sonreiré como lo hacían los tomarenses aquel día. A fin de cuentas, pese a las apariencias, el santo Condestable estaba de mi lado, al menos en la batalla que verdaderamente importa. Él nos ha precedido en el combate por hacer la voluntad de Dios, por vivir una vida santa, por imitar a Cristo y alcanzar la vida que no se acaba. Quizá dentro de mil años sólo los estudiosos se acuerden de España y Portugal y es probable que Aljubarrota sea un simple nombre perdido entre otros muchos en los libros de Historia. Sin embargo, San Nuño Alvares seguirá bendiciendo a Dios, intercediendo por unos y por otros y disfrutando, en compañía de los santos, del Reino de los Cielos que tan ardientemente deseo durante su vida.

Mientras escribo estas líneas, una sonrisa va trepando desde mis dedos en el teclado hasta llegar a mis labios. Tengo un nuevo protector, amigo e intercesor, San Nuño, que se preocupa por mí y me espera en la Jerusalén del cielo. Además, me he dado cuenta de que el verdadero pueblo sonriente no es Tomar, sino la Iglesia. A los cristianos sí que nos ha tocado la lotería. En la Iglesia está Aquel que ha vencido a la muerte y ha llevado a su pueblo a la victoria de la vida inmortal. Todos nosotros, sean cuales sean nuestros países, nuestros lugares de nacimiento, nuestras cualidades y nuestros pecados, estamos invitados a pertenecer a ese pueblo. Y eso sí que es un Misterio.