El escándalo del pan
Mucho se ha hablado ya de la famosa parroquia de Entrevías, por lo que sólo quiero comentar un aspecto de este asunto que me parece curioso. Quizá lo que más ha llamado la atención de los católicos, en relación estos sucesos, ha sido el hecho de que, aparentemente, se utilizaban bizcochos o rosquillas para la “consagración”. Me parece que esta reacción es muy significativa. De alguna forma, muchos cristianos intuyen que aquí se toca algo esencial, incluso cuando no son capaces de expresarlo con claridad.
En contra de esta intuición de tantos cristianos, apareció en Religión Digital, hace unos días, un artículo de M. Unciti que defendía la posibilidad que cada cultura utilice sus propios alimentos típicos para la Eucaristía. Para este articulista, lo importante es el hecho de compartir la comida, beber de la misma copa, sin importar cuál es el alimento concreto que se comparte o la bebida que se utiliza.
A pesar de que estoy totalmente en desacuerdo con el artículo de Unciti, hay una única cosa en la que coincido con él: no me causa el menor escándalo el asunto de los bizcochos y las rosquillas. No me parece en absoluto escandaloso, muy al contrario, creo que es algo totalmente razonable. En mi opinión, el escándalo no consiste en que en Entrevías hayan usado rosquillas en sus “eucaristías”, el escándalo está en que en las miles de parroquias y altares restantes sí que usemos pan para la consagración.
Intentaré explicarme. La única razón de que se utilice pan en la Eucaristía y no cualquier otro alimento o sustancia reside, simplemente, en que así lo hizo Jesucristo en su última cena. Es una muestra de que en verdad creemos que el Hijo eterno de Dios se hizo carne en un rincón del mundo que podemos señalar en el mapa, en el seno de una familia concreta y de una nación en particular y en unos años concretos del comienzo de nuestra era. Constituye el reconocimiento, increíblemente audaz, de que la salvación para todos los hombres no viene de la Sabiduría, la Bondad o el Amor en abstracto, sino de las acciones singulares de un hombre que vivió hace dos milenios.
Sería imposible encontrar una creencia más escandalosa: es algo prácticamente increíble. ¿Acaso es posible creer hoy en día que de la predicación, la muerte y la resurrección de un judío de Palestina, que apenas fueron presenciadas por un puñado de testigos, pueda depender la salvación de los miles de millones de seres humanos que han vivido y vivirán en el futuro? La fe católica se ha convertido en un escándalo para la mentalidad moderna, en una pretensión insoportable que, sea como sea, hay que diluir, limar o domesticar.
Las disquisiciones de M. Unciti, de los sacerdotes de Entrevías y de tantos otros no son más que una reacción comprensible ante este escándalo: la perenne tentación del gnosticismo que intenta borrar el escándalo y sustituirlo por sabiduría humana. ¿No resultaría mucho más lógico, más sabio, más comprensible prescindir del particularismo del pan y de la historia concreta? ¿No sería mejor y más universal usar en cada caso el “material básico de una comida familiar", como signo de que los asistentes ofrecen “lo mejor que tienen"? ¿No deberíamos dejar que, en nuestras reuniones litúrgicas, unos lean el Corán, otros el Evangelio y otros el periódico, ya que, en el fondo, todo es lo mismo?
Ante estas preguntas, la respuesta de la Tradición eclesial bimilenaria, del Magisterio y del sensus fidei de los católicos es un firme ¡No! La Eucaristía no es en primer lugar una reunión fraterna, la expresión de nuestro compartir o una comida en la que se acoge a todos y que, como tal, definimos y modificamos a nuestro antojo. Ante todo y en primer lugar, la Eucaristía es la conmemoración que, por la fuerza del Espíritu Santo, vuelve a hacer presente ante nosotros la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida para la salvación de los hombres. Es algo que nos es regalado, no algo que nosotros construimos.
Sólo desde el sacrificio voluntario de Cristo, ocurrido de una vez para siempre y anticipado en su última cena, en la que tomó pan, lo partió y lo repartió transformado en su propia carne, cobra sentido nuestro compartir, nuestra fraternidad o nuestra acogida a todos los hombres.
Los cristianos, en medio de nuestra debilidad, no nos cansamos de proclamar que la salvación no se encuentra en la sabiduría humana, sino sólo en Cristo crucificado, escándalo para algunos y necedad para otros. No es ésta la primera vez, ni será la última, que Jesucristo, “la piedra que desecharon los arquitectos, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo”. Bendito escándalo.
10 comentarios
No soy española, no hablo bien el español, y tuve que buscar "rosquillas" en el Google images.
Es que las rosquillas no son pan, y cuando leí por primera vez algo de Entrevías, me pareció una ironía este término. Suena a fiesta, fiesta popular, ruidos.
Mientras, busca en Machado y verás "el pan bendito"; y en el idioma de todos figura "pan" como lo que sustenta la vida.
Muchas gracias por su comentario. Creo que, por lo razonado e importante, merece ser respondido en un nuevo post que intentaré publicar hoy o, a lo sumo mañana.
Yo incluiría otro aspecto: el creerse dueño de la Eucaristía. La Eucaristía es don, nos es dada, la acogemos, la celebramos, la vivimos. Pero no somos sus dueños. Nos viene dada. Salvo que un cura se la apropie y la modifique a su gusto, para auto-expresarse en lugar de expresar la fe de la Iglesia.
Para no ser española, tienes un nombre precioso y muy español.
Gracias por tu comentario. Intentaré responder a lo que me dices en mi próximo post.
Pues hace poco leí algunos de estos magníficos milagros con los que Moisés intentó conseguir permiso para marcharse con los syos. Habla de la última cena antes del éxodus; está en Éxodo 12, y es muy solemne:
"...desde el primer día no habrá levadura en vuestras casas....y quien..comiere pan con levadura será borrado de Israel."
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