Cuidado, que nos lo estamos creyendo
Al volver, hace unos días, de las vacaciones de invierno, los alumnos y profesores de una universidad norteamericana de los Jesuitas, el Boston College, se encontraron con un curioso cambio en la decoración. El Presidente de la Universidad, el padre William P. Leahy, S.J., decidió que ya era hora de que todas las aulas de esta universidad católica tuviesen un crucifijo o un icono. Así que, dicho y hecho, durante las vacaciones se colocó una imagen de Cristo en cada una de las clases.
En primer lugar, quiero decir que ¡bien por los jesuitas del Boston College! Me parece una medida estupenda. En cierto modo, la sensación es agridulce, porque resulta triste que uno se tenga que alegrar por algo que debería ser lo más normal del mundo, pero, en cualquier caso, es un paso en la buena dirección.
No creo que sorprenda a nadie si cuento que, como suele suceder con las buenas ideas, esta decisión del Boston College ha sido duramente criticada. Es posible, sin embargo, que les sorprenda la identidad de los críticos. Las protestas no vienen del nuevo Presidente norteamericano, ni de las asociaciones musulmanas, judías o budistas, ni de grupos ecologistas que denuncien la tala de árboles para fabricar crucifijos de madera. Aparentemente, la crítica más dura proviene de una parte de los profesores de la propia universidad católica.
Como imaginarán, en algunos casos se trata de las típicas luchas de poder que, por desgracia, son tan habituales en los ámbitos docentes universitarios. Muchos profesores se quejan porque no les han consultado. Aparentemente, consideran que es una decisión que debían haber tomado los profesores y no la “administración” de la universidad, es decir, aquellos que, según dicen, “no son intelectuales serios y respetados”. Resulta verdaderamente infantil esa idea de que sólo los grandes “intelectuales” están capacitados para tomar decisiones, que deberán ser aceptadas con agradecimiento por los demás mortales. Hay una frase de San Pablo que debería grabarse a fuego en todas las salas de profesores universitarios del mundo: La ciencia hincha; sólo el amor edifica.
En otros casos, en cambio, la motivación es más profunda. Les molesta la presencia en sí del crucifijo. Algunos profesores han llegado a amenazar con dimitir y uno de ellos se ha negado a utilizar una clase con crucifijo y se ha trasladado a una sala auxiliar. Quizá sería apropiado un sencillo experimento científico: obtener un pulverizador en el laboratorio de química y rociar discretamente a alguno de estos profesores con un poco de agua bendita, a ver si se pone a hervir.
La explicación que dan estos profesores para su actitud es surrealista a fuer de políticamente correcta: consideran que poner crucifijos en las aulas es imponer a los alumnos el cristianismo. Sí, sí, han leído bien. Imponer el cristianismo. Según estos profesores, los crucifijos “vulneran la libertad religiosa de los alumnos”. El jefe de un departamento afirmó que los crucifijos son “contrarios a la letra y al espíritu del discurso intelectual abierto que hace que la educación merezca la pena y distigue a las universidades de primera clase de las mediocres y provincianas” (¡vaya frasecita!). El jefe de otro departamento, simplemente los consideró “ofensivos".
Cuando leo este tipo de cosas, me asaltan irresistiblemente preguntas sobre la lucidez de los interesados y tengo que hacer grandes esfuerzos de caridad para desecharlas de mi mente. ¿Están hablando de su propia experiencia? ¿Tan débiles de voluntad son, que lo último que ven les impone sus ideas? ¿Tienen que cerrar los ojos mientras conducen por la carretera para no verse forzados a fumar Marlboro, pararse a comer una rosquilla o lavar su ropa con Ariel? ¿Tendrán los crucifijos efectos insospechados sobre ellos y la semana que viene pedirán la quema de herejes en la hoguera? ¿Saben donde trabajan, es decir, en una universidad católica, o sus respectivas esposas les tienen que dar un planito todos los días para que puedan llegar al trabajo? ¿Entienden la palabra “jesuitas” o siempre han pensado que la universidad está dirigida por un grupo de amiguetes que casualmente se llaman todos Jesús y gustan de vestir en tonos grises o negros? ¿Comprenden el significado de “libertad religiosa”? ¿Han visto un alumno alguna vez en sus vidas o se trata de alumnos imaginarios con existencia puramente teórica?
En fin, si cumplen su amenaza y dimiten, lo cual me parece poco probable, la universidad habrá salido ganando. Ayer mismo hablábamos de lo importante que es que todos los colegios o universidades católicos tengan profesores que piensen y enseñen como católicos. De otro modo, ¿para qué sirven esos colegios y universidades?
Lo que más me llama la atención de todo esto, es el hecho de que los mismos cristianos nos creemos la propaganda que se hace contra nosotros. Entiendo perfectamente que un ateo desee acabar con los crucifijos, como símbolo para él de oscurantismo o ignorancia. Entiendo que un musulmán suspire por sustituirlos por suras del Corán. Lo verdaderamente triste es que nosotros los cristianos, acomplejados, nos creamos de forma totalmente acrítica lo que se nos dice e incluso lleguemos a convertirnos en furibundos defensores de ideas totalmente ajenas al cristianismo y, como en este caso, al sentido común.
Precisamente en este sentido, son indispensables las imágenes externas que expresan nuestra fe y que constituyen una manifestación concreta y visible de la forma cristiana de ver el mundo. Cuando uno rechaza de plano esta manifestación, es muy probable que lo que realmente rechace sea esa fe y esa forma de ver el mundo. Nuestra fe se expresa naturalmente de forma gráfica y artística, en imágenes religiosas, que nos ayudan a orar y evangelizan nuestros sentidos, además de anunciar al mundo aquello en lo que creemos.
Como quedó claro en la crisis iconoclasta que sufrió la Iglesia en los siglos VIII y IX, las representaciones visuales de Cristo son una consecuencia de la Encarnación. Como dice San Juan: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos. Los cristianos tenemos la audacia de defender que el Invisible se hizo visible y anduvo entre nosotros. Ésa es nuestra alegría y nuestra esperanza. Si nos avergonzamos de ello, seremos los más desgraciados de todos los hombres.
20 comentarios
Por lo demás una noticia que todos los centros dependientes de la Iglesia, ya sean diocesanos o de ordenes religiosas deberían copiar.
Es que los crucifijos son muy peligrosos, como todo el mundo sabe.
Esto ya lo han advertido muchos. Pero como desde ayer he decidido convertirme en representante comercial de D. José Miguel Ibáñez Langlois, dejo que te lo explique él mismo:
«Un crucifijo es la inmensidad del amor de Dios
colgada en cualquier parte
pintada
de bolsillo
se abre cualquier habitáculo de la historia de la salvación
y aparece la inmensidad descolgándose del mismo cielo
y aparece tranquilamente en su espejo Dios».
J. M. Ibáñez Langlois (2006), «Oficio (antología poética)» (Númenor cuadernos de poesía n°15).
Como ves, un enorme peligro para la ciudadanía.
Saludos cordiales
Es absolutamente increíble que esto siga pasando. Tenemos al Enemigo en casa.
"Por tanto, todo el que declare su adhesión a mí ante los hombres, también yo declararé mi adhesión a él ante mi Padre que está en los cielos; pero el que me niegue ante los hombres, también yo lo negaré a él ante mi Padre que está en los cielos" (Mt. 10, 32-33)
El que tenga oídos...
Aparentemente, los grupos judíos y musulmanes existentes en la Universidad afirmaron que a ellos no les molestaban en absoluto los crucifijos, pero los profesores en cuestión debían de saber mejor que ellos mismos lo que pensaban...
¿A quién se le ocurre dejar un crucifijo cargado y sin seguro en una clase de "niños" de veintitantos años?
Está claro que voy a tener que leer a Langlois.
Un saludo.
Por lo que he leído, el P. Leahy también es "culpable" de prohibir actos de asociaciones gays y proabortistas en la universidad, así que parece que no se deja influir por lo políticamente correcto.
Saludos.
Y otras perlas por el estilo.
Por eso es que los "sencillos" les llevan la delantera en el camino al cielo.
Me alegro de verte por aquí. Me temo que no es un profesor, sino un grupo de bastantes profesores. Por otra parte, como he señalado, pasó lo mismo en Georgetown hace algunos años, así que está claro que saben como están las cosas.
Entiendo que el problema es que, una vez contratado, es muy difícil echar a alguien. Quienes metieron verdaderamente la pata fueron los que les contrataron originalmente, que no se molestaron en comprobar que fueran profesores adecuados para una universidad católica.
Un saludo.
Santo Tomás de Aquino es, para mí, un ejemplo de persona sencilla (uno de esos bienaventurados limpios de corazón que verán a Dios), pero también es una de las personas más inteligentes que han existido en la Historia.
Creo que el problema surge cuando se confunde el amor cristiano por la Verdad, que es Jesucristo, con la "ciencia que hincha" de la que habla San Pablo y que es claramente un ídolo. O, por decirlo de otra manera, cuando se piensa que la Sabiduría es simplemente adquirir muchos conocimientos, como tú dices.
Saludos.
He estado leyendo un poco de lo escrito por Francis Xavier Clooney y, provisionalmente, yo diría que, además de escribir de una forma terriblemente pedante, tiende a difuminar la diferencia entre el cristianismo y las religiones (aunque sólo es una primera impresión).
En cualquier caso, todos sabemos que hay numerosos jesuitas bastante desorientados. Me temo que eso es lo más difícil de solucionar en cualquier universidad o colegio jesuíticos.
Un saludo.
Lo moderno es ser aceptado por todos y tolerante con todos. He allí la gran trampa! porque no somos iguales, siempre existió el antagonismo entre los que miran hacia Dios y los que miran hacia el mundo.
Aceptar la persecución e impopularidad que conlleva el tomar firmemente la decisión de vivir para Cristo es lo que le hace falta a tanto "intelectual cristiano".
Se confundió la caridad cristiana con el ser permisivo con el mundo. El cristianismo nunca fue negociable, ni democrático (como se entiende democracia hoy en día), se vive o no se vive, y siempre hasta las ultimas consecuencias. 2000 años de martires por la fe no se pueden borrar de un plumazo en aras de volvernos "modernos".
La Societatis Iesus está así,¡lástima de Teilhard de Chardin!.
¡Que Dios os bendiga,ahora y siempre!.
¿Ya sabes la última del asalariado Tamayo?. Al parecer la bienvenida del Estado a Bertone le ha sentado como una purga doméstica.
Por lo visto prefiere que nos den patadas en el trasero. Qué pena de hombre.
Lo que usted me cuenta no tiene nada de extraño. Yo estoy vinculado, desde hace poco tiempo, a un centro docente de la Compañía y le aseguro que el problema más serio está en una parte del profesorado, consagrados incluidos.
Se publicó a finales de 2007 una guía de universidades católicas que son verdaderamente católicas tras un estudio de dos años, y sólo 21 universidades católicas calificaron como verdaderamente católicas. Se dividen en tres categorías: gozosamente católicos, nacidos de la crisis y luchando contra la corriente.
Se puede leer aquí en inglés:
http://www.catholichighered.org/TheNewmanGuide/TableofContents/tabid/352/Default.aspx
La guía incluye análisis muy buenos de la situación.
Pero, hay esperanza. Hace poco oí en programas de EWTN que la siguiente edición incluirá más universidades en la lista (aunque no sean muchísimos).
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