Cristianos de ayer y de hoy (X): Francisco, Duque de Gandía<
Francisco nació en Gandía. Era pariente de Papas, reyes y emperadores, como miembro de una familia de la alta nobleza: los Borja, también llamados Borgia en Italia. Desde pequeño, permaneció en la corte del emperador Carlos V, al que luego acompañaría en sus batallas. Se casó y tuvo ocho hijos.
Es muy conocida la historia de su conversión. En 1539, le encomendaron escoltar el féretro de la fallecida emperatriz Isabel de Portugal hasta su tumba en Granada. La emperatriz había sido muy bella y había muerto muy joven. Al abrirse el ataúd al final del viaje, a Francisco le impresionó tanto la corrupción de aquella cuya belleza había admirado que se propuso “nunca más servir a un señor que se pudiera morir”.
Desde ese momento, su vida cambió. Dejó de interesarse por las fiestas, cacerías, bailes y el esplendor cortesano y comenzó a dedicarse a los actos religiosos, a visitar a los pobres y a las conversaciones sobre Dios con personas consagradas. Sin embargo, el emperador le nombró Virrey de Cataluña, así que tuvo que entregarse al gobierno de aquella región, sin por eso dejar de buscar a Dios con todas sus fuerzas. Poco después murió su padre, de forma que heredó el título de Duque de Gandía y grande de España.
Cuando murió su esposa, decidió hacerse jesuita. Inmediatamente le ofrecieron nombrarle cardenal, pero él lo rechazó. Cedió el Ducado de Gandía a su hijo mayor, renunció a todos sus bienes e ingresó en la Compañía de Jesús, con gran escándalo de la sociedad de su tiempo (San Ignacio dijo sobre este hecho: “el mundo no tiene orejas para oír tal estruendo”). Allí le asignaron el puesto de ayudante del cocinero, para que acarreara el agua y la leña y barriera la cocina.
Terminó siendo Superior General de los jesuitas y murió agotado por la austeridad de su vida, por las exigencias del puesto y por las misiones a las que el Papa le enviaba.
Tiene San Francisco de Borja sobre la vida espiritual que no tienen desperdicio. El texto que hoy les ofrezco es de uno de ellos y me ha parecido especialmente apropiado porque creo que nos da el secreto de la santidad, encontrado por alguien que quiso vivir dedicado a Cristo en medio de sus ocupaciones familiares y de gobierno.
El tratado se llama “Espejo de las obras del cristiano”, porque lo único que sugiere es que absolutamente todo lo que hagamos a lo largo del día, lo hagamos intentando imitar a Jesucristo y ofreciéndolo junto con él al Padre. Eso hará que hasta las cosas más pequeñas y ordinarias de la vida tengan un valor eterno ante Dios. Es algo muy sencillo, que está al alcance de cualquiera, sea cual sea su situación, y que puede cambiar totalmente la vida.
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Pues, no queda ahora sino que, imitando al profeta Isaías, que dice: mi obra con mi Dios, pongamos todas nuestras obras en Dios y por Dios, porque, si queremos que permanezcan, no tenemos otro remedio; y por cuanto nuestros hechos de por si ninguna cosa valen, para que sean agradables y entren delante el divino acatamiento, ofreceremos cada una de ellas a una de las que Jesucristo nuestro Señor quiso obrar por su caridad en la tierra por los hombres; y por los méritos de las suyas, merecerán las nuestras, si con humildad van ofrecidas, ser aceptas delante el consistorio divino; que para esto fue servido de vestirse de nuestras miserias, para que nos pudiésemos vestir de sus riquezas. Y así quiso ayunar, comer, ayunar, dormir, velar y hacer diferentes y maravillosas cosas, para que de todas nos pudiésemos aprovechar, ofreciéndolas al eterno Padre.
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Cuando esté en pie. Ofrecerlo al Señor en pie delante los jueces.
Cuando está asentado. Ofrézcase a cuando estando Cristo asentado se burlaban diciendo: «Ave rex Iudeorum».
Cuando anda. A los caminos de Samaría y del monte Calvario.
Cuando está cansado. A cuando el Señor fatigado del camino se asentó sobre la piedra.
Cuando va a caballo. Cuando el Señor entró en Jerusalén asentado en el asna.
Cuando visita a los enfermos. A cuando el Señor visitaba y sanaba.
Cuando son contradichas nuestras buenas palabras. Ofrézcase a cuando le contradecían sus santos hechos, murmurando porque curaba en sábado.
Cuando somos mal respondidos. A cuando le dijeron: ¿así respondes al Pontífice? dándole una bofetada, hiriendo en aquel sacratísimo rostro, espejo de los ángeles y consolación de los santos.
Cuando padecemos hambre. A la que quiso padecer en el desierto.
Cuando sentimos frío. Al que pasó en el pesebre cuando nació.
Cuando habemos sed. A la que tuvo en la cruz cuando dijo: «Sitio» (tengo sed).
Cuando nos despiertan estando con sueño. A cuando le despertaron en la nave estando durmiendo.
Cuando nos dejan nuestros amigos en las necesidades. A cuando fue dejado de sus discípulos.
Cuando nos apartamos de nuestros amados. A cuando se despidió de su bendita Madre.
Cuando son murmuradas nuestras buenas obras. A cuando, lanzando los demonios, decían que en virtud de Belcebúch echaba los demonios.
Cuando suceden cosas de afrentas públicas. A cuando le sacó Pilato al pueblo diciendo: Ecce Homo.
Cuando falsamente somos acusados o reprendidos. A las informaciones falsas que recibieron en casa de Caifás.
Cuando nos hacen agravio e injusticia. A la sentencia injusta que le dieron.
Cuando padecemos graves enfermedades o dolores. A los que padeció en los azotes, en la coronación de las espinas y en la cruz, y así desde la cabeza a los pies fue herido para que, en cualquier parte de nuestro cuerpo que sintamos dolor, tengamos a qué ofrecerle.
Finalmente, cuando nos viéremos en el artículo de la muerte, ofrezcamos nuestro espíritu a cuando dijo a su Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu, y ofreciendo nuestra vida por su muerte mereceremos vivir con él en su gloria. Amen.
[…]
¿Quién será, pues, el perezoso que, ofreciéndosele este maná y este tesoro tan grande, deje de aprovecharse dél? ¿Cuál será el ingrato que deje de satisfacer a Cristo, siquiera en algo, estos sus actos tan excelentes, hechos con tan gran amor y tan sin necesidad? Oh alma devota, no pierdas tanto bien, considera cuán poco te pide tu Dios y cuánto te quiere dar, porque Él no te pide sino que las cosas ordinarias, que así como así las ha de pensar, que no las pierdas; porque, cierto, no te puedes excusar de andar, de comer, de trabajar y de enfermar, y al fin has de morir. Todo esto, si por ti solo o por el mundo lo pasas, con mayor trabajo lo pasarás, porque será sin consolación alguna, y después de pasado, ningún fruto sacarás, antes mucha pena, porque no te aprovechas de ello. Pues mira que, si por Cristo lo quieres pasar, será con más alivio, porque el Señor está con los atribulados, y después de pasado te lo pagará en cosa que ni el ojo vio ni la oreja oyó, ni la lengua puede decir lo que el Señor tiene aparejado para los suyos.
3 comentarios
Según tengo entendido toda su vida fue muy religioso, pero como primogénito aceptó su condición. Al enviudar y tener a los hijos ya mayores, decidió ingresar en los jesuitas.
Existe una pintura del Greco que retrata bien la impresión que recibió al ver el cadáver de la reina.
Es muy de agradecer y tener en cuenta, la generosidad que adorna a Bruno, cuando divulga, estimula, acerca, y, pone al alcance de todos el tesoro de la Buena Doctrina. El que de verdad ama a su prójimo, y lo quiere favorecer, no encontrará manera más eficaz que la que practica Bruno, acercando y repartiendo el pan del cielo.
Dios es JUSTICIA
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