Cristianos de ayer y de hoy (V): Arístides el defensor d
Después de terminar la época de los Padres Apostólicos, que habían conocido a los Apóstoles, empieza en la Iglesia el tiempo de los llamados Padres Apologetas o defensores de la fe. Estos padres intentan no sólo predicar el Evangelio, sino también dar razón de él ante el mundo pagano, donde el cristianismo se considera algo extraño y absurdo.
Arístides fue un cristiano ateniense que, como él mismo dice, se acercó a la fe movido por la razón y la contemplación de la creación. Cuando en aquella zona del mundo se desató una persecución contra los cristianos apoyada en calumnias y falsedades, Arístides tuvo la osadía de escribir, en el año 124, al emperador Adriano, para explicar lo que era realmente el cristianismo.
Como verán los lectores, Arístides va considerando, de forma razonada las creencias en los ídolos, los dioses de la naturaleza y la mitología griega y egipcia y concluye que no satisfacen a la razón humana. También muestra la forma de actuar de los cristianos, incluyendo el amor a los enemigos, como un signo de que han encontrado la verdadera vida.
Quien desee leer el interesantísimo texto completo, puede encontrarlo .
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Yo, !oh rey !, por providencia de Dios, vine a este mundo y, habiendo contemplado el cielo y la tierra y el mar, el sol y la luna y lo demás, me quedé maravillado de su orden. Pero, viendo que el mundo y todo cuanto en el hay se mueve por necesidad, entendí que el que lo mueve y lo mantiene es más fuerte que lo mantenido. Digo, pues, que es Dios, el mismo que lo ha ordenado todo y lo mantiene fuertemente asido, sin principio y eterno, inmortal y sin necesidades, por encima de todas las pasiones y defectos, de la ira y del olvido y de la ignorancia y de todo lo demás; por Él subsiste todo. No necesita de sacrificio ni de libación ni de nada de cuanto aparece, pero todos necesitan de Él.
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Y se me ocurre maravillarme, !oh rey!, de cómo los llamados entre ellos filósofos no comprendieron en absoluto que también los mismos elementos son corruptibles. Si, pues, los elementos son corruptibles y sometidos por necesidad, ¿cómo son dioses? Y si los elementos no son dioses, ¿cómo lo son las imágenes hechas en honor de aquellos?
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Los que creen que la tierra es diosa, se equivocan, pues la vemos injuriada y dominada por los hombres, cavada y ensuciada y que se vuelve inútil. Porque si se la cuece se convierte en muerta, pues de una teja nada nace. Además, si se la riega demasiado, se corrompe lo mismo ella que sus frutos. Es también pisada por los hombres y por los otros animales, se mancha de la sangre de los asesinatos, es cavada y se llena de cadáveres y se convierte en depósito de muertos. Siendo esto así, no es posible que la tierra sea diosa, sino obra de Dios para utilidad de los hombres.
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Los que creen que el sol es Dios, se equivocan, pues vemos que se mueve por necesidad y que cambia y que pasa de signo, poniéndose y saliendo, para calentar las plantas y las hierbas en utilidad de los hombres. Vemos también que tiene divisiones con los demás astros, que es mucho menor que el cielo, que sufre eclipses de luz y que no goza de autonomía alguna. Por eso, no es posible pensar que el sol sea Dios, sino obra de Dios.
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Los que creen que el hombre es Dios, yerran; pues vemos que es concebido por necesidad y que se alimenta y envejece aun contra su voluntad. Unas veces está alegre, otras triste, y necesita de comida y bebida y vestidos. Vemos además que es iracundo y envidioso y codicioso, que cambia en sus propósitos y tiene mil defectos. Se corrompe también de muchos modos por obra de los elementos y de los animales y de la muerte, que le está impuesta. No es, pues, admisible que el hombre sea Dios, sino obra de Dios.
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Introducen a Zeus, de quien dicen que es rey de todos sus dioses y que toma la forma de animales para unirse con mujeres mortales. Y, en efecto, cuentan que se transforma en toro para Europa y Pasfae; en oro para Danae, en cisne para Leda; en sátiro para Antiope, y en rayo para Smele, y que luego de estas le nacieron muchos hijos: Dionisio, Zeto, Anfin, Heracles, Apolo y Artemisa, Perseo, Castor, Helena y Plux, Minos, Radamante, Sarpedn y las siete hijas que llamaron musas. Luego igualmente introducen la fábula de Ganímedes. Sucedió, pues, !oh rey!, que los hombres imitaron todo esto y se hicieron adúlteros y pervertidos e, imitando a su dios, cometieron toda clase de actos viciosos. ¿Cómo, pues, es concebible que Dios sea adúltero y pervertido y parricida?
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Los cristianos, sin embargo, tienen su origen en el Señor Jesucristo y éste es confesado como Hijo de Dios Altísimo en el Espíritu Santo, bajado del cielo por la salvación de los hombres. Y engendrado de una virgen santa sin germen ni corrupción, tomó carne y apareció a los hombres, para apartarlos del error de los muchos dioses. Y habiendo cumplido su admirable dispensación, gustó la muerte por medio de la cruz por propia voluntad, según su maravilloso plan, y después de tres días resucitó y subió a los cielos. La gloria de su venida, puedes, !oh rey!, conocerla, si lees la que entre ellos se llama santa Escritura Evangélica.
Éste tuvo doce discípulos, los cuales, después de su ascensión a los cielos, salieron a las provincias del Imperio y enseñaron la grandeza de Cristo, al modo que uno de ellos recorrió nuestros mismos lugares predicando la doctrina de la verdad. De ahí que los que todavía sirven a la justicia de su predicación, son llamados cristianos. Y éstos son los que más que todas las naciones de la tierra han hallado la verdad, pues conocen al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo, y no adoran a otro Dios fuera de éste.
Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y los guardan, esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Los que no quieran se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos, son mansos y modestos… Se contienen de toda unión ilegítima y de toda impureza… No desprecian a la viuda, no contristan al huérfano; el que tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le acogen bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma…
Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes… Este es, pues, verdaderamente el camino al reino eterno, prometido por Cristo en la vida venidera.
Y para que conozcas, !oh rey!, que no digo estas cosas por mí propia cuenta, inclínate sobre las Escrituras de los cristianos y hallarás que nada digo fuera de la verdad.
7 comentarios
No he visto a Mikimos en unos días. Lamento que no aceptase tu reto. Hubiera disfrutado con vuestra polémica.
Un saludo
Yo creo que no vio lo que le proponía. Si vuelve a aparecer, se lo sugeriré otra vez, a ver si se anima.
Dices que "el corazón humano es en si mismo muy egoista y no es fácil alcanzar la perfección que Cristo nos pide".
Pienso que es necesario ser realista: es imposible alcanzar esa perfección por nuestras solas fuerzas. Sólo Dios puede regalarnos esa perfección como un don de su gracia, como un milagro.
Dios ya sabe lo egoístas que somos y que la perfección no está a nuestro alcance sin su gracia. Por eso mismo, si así lo queremos y se lo pedimos, poniendo de nuestra parte lo poco que podemos hacer, él sin duda nos regalará lo demás.
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