Cristianos de ayer y de hoy (IX): Fray Bruno, a solas con Dios
Hoy quiero hablarles de mi santo: San Bruno. Nació en Colonia, en Alemania, en el siglo XI. Se ordenó sacerdote y fue profesor de teología, Canciller de la diócesis de Reims y maestro espiritual para muchas personas, entre otras el futuro papa Urbano II. Llegaron a ofrecerle el cargo de Arzobispo de la ciudad, pero lo rechazó y decidió emprender una vida de oración, uniéndose a los monjes cistercienses que estaban comenzando a crear su orden. Sin embargo, Bruno tenía deseos de una soledad aún mayor y marchó a buscar un lugar donde cumplir esa vocación.
San Hugo, obispo de Grenoble, tuvo un sueño en el que siete estrellas llegaban a un bosque de su diócesis y allí edificaban un faro que iluminaba todo a su alrededor. Al día siguiente, se presentaron ante el Bruno y sus seis compañeros, rogándole que les permitiera dedicarse a la oración y a la penitencia en algún lugar remoto. El obispo recordó su sueño y les cedió el monte que había visto en él. Aquel paraje era conocido como Cartuja (Chartreuse), así que los monjes desde entonces recibieron el nombre de Cartujos.
Los Cartujos llevan una vida de grandísima austeridad y soledad total, para poder dedicarse enteramente a Dios. Su divisa, Stat Crux, dum volvitur orbis (mientras el mundo da vueltas, la Cruz permanece firme), muestra que en esa soledad han hallado lo único que verdaderamente importa en la vida.
El Papa Urbano II mandó a Fray Bruno que fuera a Roma para ser su consejero. A pesar de que lo que el Papa le mandaba era contrario a la vida retirada de oración que él deseaba, obedeció inmediatamente. Con el tiempo, pudo fundar una nueva Cartuja en Italia, para así estar cerca del Papa y poder, a la vez, ser fiel a su vocación de soledad con Dios.
Sólo se han conservado de él . Aquí les ofrezco una de ellas, que envió a sus Cartujos y en la que muestra el amor paternal que les tiene y su cariño por la vida contemplativa. Fíjense en las tiernas palabras que dirige a los más pequeños de entre sus monjes: los hermanos legos (los monjes analfabetos que no podían rezar el oficio divino ni ordenarse sacerdotes, pero que amaban igualmente al Señor).
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Fray Bruno, saluda en el Señor, a sus hijos ardientemente amados en Cristo.
Me he enterado del inflexible rigor de vuestra observancia razonable y digna de todo elogio, gracias al detallado y consolador relato que me ha hecho nuestro tan afortunado hermano Landuino; le he escuchado contarme vuestro santo amor y vuestro incansable celo por la pureza de corazón y la virtud. Por este motivo, mi espíritu exulta en el Señor.
Sí, exulto y me siento impulsado a alabar y a dar gracias al Señor; y sin embargo, suspiro amargamente. Exulto, como es debido, al ver crecer y fructificar vuestras virtudes; pero sufro y me avergüenzo de permanecer estéril y negligente, postrado en el oprobio de mis pecados.
Alegraos, pues, mis carísimos hermanos, por vuestra feliz suerte y por la abundancia de gracias que Dios ha prodigado en vosotros. Alegraos de haber escapado de las tumultuosas aguas del mundo, y de todos sus peligros y naufragios. Alegraos de haber llegado a poseer el sosiego y la seguridad, anclando en el más resguardado puerto.
Muchos son los que quisieran arribar a él; muchos, incluso, se esfuerzan por alcanzarlo, sin lograrlo; muchos, en fin, después de haberlo conseguido, no son admitidos, porque a ninguno se lo había concedido el cielo. Por tanto, hermanos míos, estad seguros y convencidos: quien ha gozado de esta dicha tan deseable y luego la pierde, por la razón que sea, sentirá un continuo pesar, si tiene algún interés por el bien de su alma.
De vosotros, mis amados hermanos legos, digo: “Mi alma glorifica al Señor”, pues veo su inconmensurable misericordia descansar sobre vosotros, al oír hablar a vuestro amantísimo Padre y Prior, que tanto se gloría y se goza de vosotros.
También yo reboso alegría, viendo que en vosotros, que no sabéis leer ni escribir, el Dios Todopoderoso escribe con su dedo, en vuestros corazones, el amor y el conocimiento de su santa ley. Sí; demostráis con vuestras obras lo que amáis y lo que conocéis, cuando practicáis con tanta prudencia y generosidad la verdadera obediencia. Es entonces, cosa evidente, que sabéis recoger el fruto infinitamente suave y vital de lo que Dios escribe en vosotros.
Esa verdadera obediencia que practicáis, es el cumplimiento de los quereres de Dios; al mismo tiempo abre acceso a la sumisión completa según el Espíritu, de la que es signo distintivo. No puede existir sin mucha humildad y una excepcional abnegación. Le acompaña siempre un amor muy puro del Señor y una auténtica caridad hacia los demás.
[…]
Quise retener conmigo al hermano Landuino a causa de sus graves y muchas enfermedades. Pero para él es imposible recuperar la salud, la alegría, la vida o algo que valga la pena, estando lejos de vosotros, y no ha aceptado. Sus abundantes lágrimas por vosotros, sus reiterados suspiros testimonian elocuentemente lo mucho que contáis para él, y el amor inquebrantable que os profesa a todos. Por eso no he querido forzarle para no herir a nadie: ni a él ni a vosotros, que me sois tan queridos por vuestras virtudes.
Pero entonces, hermanos, os advierto con toda franqueza, os suplico e insisto: manifestad en actos el amor que encerráis en vuestro corazón por él, vuestro Prior y Padre amadísimo. Con delicadeza y atención, procurarle todo cuanto exigen sus diversas enfermedades.
Es posible que rechace esos afectuosos servicios, prefiriendo comprometer su salud y su vida antes que faltar en algo al rigor de la observancia. Pero no es cuestión de aceptar eso. Tal vez se avergüence, él, el primero de la comunidad, al verse el último en este punto y tema que por su culpa alguno caiga en la relajación; pero a mi juicio, no hay nada que temer en este sentido. No queriendo, sin embargo, que quedéis privados de esta gracia, os autorizo a hacer mis veces, de modo que podáis obligarle, respetuosamente, a aceptar lo que dispongáis para su salud.
En cuanto a mí, hermanos, tenedlo bien presente: después de Dios no tengo más que un deseo, ir a veros. Y en cuanto pueda lo realizaré con la ayuda de Dios.
Adiós.
9 comentarios
Llama la atención positivamente como una regla tan austera y difícil de cumplir como la de San Bruno es llevada en estos tiempos tan bien en contraste con otras órdenes, que son conocidas por sus miembros heterodoxos.
Puedes encontrar aquí una entrevista interesantísima con el prior de la antigua Cartuja de Jerez, que habla de ese tema.
Veamos el significado de este hecho.
A pesar del inequívoco mensaje evangélico de Jesús y a pesar del 5º mandamiento de la Ley de Dios, el papa Urbano II promovió e hizo todo lo humanamente posible para, violando ambos preceptos, iniciar y provocar una de las guerras más salvajes, cruentas y genocidas de todos los tiempos (como seguramente lo son todas las guerras).
A este papa genocida, asesino y violador de la Ley de Dios, es al que el hermano Bruno obedecía mansa y cristianamente.
Es bueno, a pesar de lo sabido, que no nos olvidemos del poder, la fuerza, de la oración.
Tu post anterior y este me han hecho recordar un libro que recomiendo: "La vida a la escucha de los grandes orantes" de Jacques Loew.
Gracias por la recomendación. Intentaré encontrarlo.
Isaac:
San Bruno está reconocido como santo por la Iglesia. Lo puedes encontrar, por ejemplo, en la Liturgia de las Horas o en el Misal para el día 6 de octubre. Lo que pasa es que fue canonizado espontáneamente por el pueblo cristiano, como sucedían estas cosas antes del siglo XIII, que es cuando las canonizaciones se reservaron al Papa.
recomiendo esta lectura corta al sanedrin de añastro...que dios os-nos perdone...
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