Cristianos de ayer y de hoy (II): Ignacio de Antioquia
San Ignacio de Antioquía es uno de los llamados Padres Apostólicos. Eso significa que conocieron a los propios Apóstoles y recibieron la fe de su predicación. Por lo tanto, nos muestran de una forma especial lo que enseñaron los Apóstoles y el comienzo de la Tradición en la que está basada la Iglesia y de la que nos podemos fiar plenamente. El propio Ignacio de Antioquía fue el primero en llamar “Católica” (universal) a la Iglesia.
Ignacio, obispo de la ciudad de Antioquía, fue discípulo de los apóstoles Pedro y Juan. ¡Imagínense, poder escuchar el Evangelio de la boca de los que conocieron al mismo Jesucristo en esta tierra! Los textos que nos han quedado de él son cartas que escribe a las comunidades de , Filipo, , Esmirna, Tralia y mientras le llevan detenido a Roma para ser devorado por los leones en el año 107, en tiempos del emperador Trajano. Increíblemente, no pide que hagan lo posible por liberarlo, sino que se muestra contento de dar la vida por Cristo y lo que hace es animar a las distintas comunidades al amor al enemigo y a no apartarse de Jesucristo ni de la fe de la Iglesia. Benedicto XVI pronunció una sobre él.
Hoy les regalo algunos párrafos de la carta que escribe a la comunidad de Éfeso:
Yo no os doy órdenes como si fuera alguien. Porque, aunque estoy encadenado por el Nombre, no soy aún perfecto en Jesucristo. Ahora empiezo a ser discípulo y os dirijo la palabra como a condiscípulos míos. Más bien, soy yo quien tendrá necesidad de ser ungido por vosotros con fe, exhortaciones, paciencia, longanimidad. Pero ya que la caridad no me permite callar respecto a vosotros, es por eso que he tomado la delantera para exhortaros a caminar de acuerdo con el pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida inseparable, es el pensamiento del Padre, como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo.
También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. Que cada uno de vosotros también, se convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, a fin de que os escuche y que os reconozca, por vuestras buenas obras, como los miembros de su Hijo. Es, pues, provechoso para vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre de Dios.
Si en efecto, yo mismo en tan poco tiempo he adquirido con vuestro obispo una tal familiaridad, que no es humana sino espiritual, cuánto más os voy a felicitar de que le estéis profundamente unidos, como la Iglesia lo está a Jesucristo, y Jesucristo al Padre, a fin de que todas las cosas sean acordes en la unidad. Que nadie se extravíe; si alguno no está al interior del santuario, se priva del pan de Dios. Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda la Iglesia. Aquél que no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a sí mismo, pues está escrito: Dios resiste a los orgullosos. Pongamos, pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios.
[…]
Yo he sabido que algunos venidos de allá han pasado por vosotros, portadores de una mala doctrina, pero no les habéis permitido sembrarla entre vosotros, tapasteis vuestros oídos para no recibir lo que ellos siembran, ya que vosotros sois piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hacia Dios. Entonces todos vosotros sois también compañeros de ruta, portadores de Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados en todo de los preceptos de Jesucristo. Por mi parte, con vosotros me alegro porque he sido juzgado digno de mantenerme con vosotros mediante esta carta y de regocijarme con vosotros que vivís una vida nueva, no amando nada más que a Dios.
Orad sin cesar por los otros hombres, porque hay en ellos esperanza de arrepentirse, para que lleguen a Dios. Permitidles, pues, al menos por vuestras obras, ser vuestros discípulos. Frente a sus iras, vosotros sed mansos; a sus jactancias, vosotros sed humildes; a sus blasfemias, vosotros mostrad vuestras oraciones; a sus errores, vosotros sed firmes en la fe; a su fiereza, vosotros sed apacibles, sin buscar imitarlos. Sed hermanos suyos por la bondad y buscad ser imitadores del Señor: -¿quién ha sido objeto de mayor injusticia? ¿quién más despojado? ¿quién más rechazado?- para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en Jesucristo, en la carne y el espíritu.
6 comentarios
Esta carta no le vendría mal leerla a algún que otro obispo de esta España nuestra, que seguramente la habrán leido ya en algún momento de su vida pero no estaría mal recordársela.
Sobre todo el último párrafo es esencia pura del cristianimo y ahí está lo dificil, ser mansos frente a las iras, humildes frente a lo jactanciosos,firmes en la fe frente a sus errores (eso si que está hoy muy vigente, que se lo pregunten a más de un seminarista), apacibles ante su fiereza. Ciertamente ser buen cristiano no es nada fácil, sin la ayuda divina imposible.
Me voy a permitir una maldad: seguro que quienes pregonan la vuelta a las comunidades primitivas, a la primera Iglesia, siguen el ejemplo de S. Ignacio antioqueno, gustan de su teología.
A veces, la "iglesia primitiva" a la que algunos quieren volver no existe más que en su imaginación.
Por suerte, la realidad es testaruda y San Ignacio de Antioquía decía las cosas muy claritas.
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