Creo por la oficina de correos
Al ser traductor, tengo que ir frecuentemente a la oficina de correos de mi barrio, para enviar traducciones juradas a mis clientes. No hace mucho, fui a enviar una de estas traducciones y, como suele suceder, la oficina estaba abarrotada. Hacía calor y, como había pocos funcionarios y no se daban mucha prisa, los ánimos se habían caldeado bastante.
El calor favorecía que la tensión fuese aumentando cada vez más y el propio ambiente de tensión, en un círculo vicioso, ponía nerviosa a la gente, lo cual, a su vez, hacía que aumentara la tensión del ambiente. La gente se quejaba, unos en voz baja y otros de forma más que audible. Algunos discutían entre sí, por el puesto en la cola, por el uso de un bolígrafo o simplemente porque sí.
Como la impaciencia es de las enfermedades más contagiosas que existen, rápidamente me impacienté y empecé a quejarme yo también por lo bajo, refunfuñando por todo. Analicé la lentitud de cada funcionario en particular, las razones por las que deberían despedirle y las mil y una formas en que la oficina podría organizarse de forma más eficiente. Yo, que nunca miro la hora y ni siquiera llevo reloj, sentí la necesidad de saber qué hora era cada dos minutos.

He leído que, en Turquía, el Kanal T de televisión ha ideado un nuevo reality show, titulado “
No, no voy a hablar de los casos de pederastia. Son algo inexpresablemente horrible pero, al menos, son poquísimos en comparación con el número total de sacerdotes. Voy a hablar de algo mucho más extendido, que me resulta más cercano y cuyas consecuencias he sufrido en multitud de ocasiones.
Hace algunos días, se discutió en el blog de Fray Nelson un tema interesantísimo, al hilo de una referencia a Romano Amerio: ¿Ha habido algo bueno para la Iglesia en la época posterior al Concilio Vaticano II?



