Dios no es amor
El lunes por la mañana, al llegar a la oficina, Pepe llamó a unos cuantos compañeros, diciéndoles:
—Venid, que os cuento lo que me ha pasado este fin de semana.
—Cuenta, cuenta —respondieron ellos, frotándose las manos, porque Pepe era conocido en la oficina por lo bien que contaba historias.
—Pues resulta que el sábado por la noche, volvía a casa en el coche a eso de las dos o las tres de la madrugada con mi mujer, porque habíamos ido a una boda, y nos perdimos. Os lo imagináis: noche cerrada, ni la más remota idea de dónde estábamos y cruzando un vecindario malísimo, una especie de mezcla entre el Bronx y Corea del Norte.
—Esas cosas siempre te pasan a ti —dijo uno de los compañeros.