Leo en InfoCatólica que, en Inglaterra, están pensando modificar la ley existente para permitir los “matrimonios” homosexuales en las iglesias. No me extraña nada, la verdad. Era algo previsible, vista la trayectoria del Primer Ministro, David Cameron, cuyo conservadurismo es esencialmente económico. También se veía venir teniendo en cuenta a sus compañeros de coalición del Partido Liberal Demócrata de Nick Clegg (lo más parecido que hay en el Reino Unido a Izquierda Unida, salvando las distancias). Finalmente, era previsible si recordamos que la Iglesia Anglicana inglesa, que ahora afirma estar en contra de esas uniones dentro de las iglesias, es la que más ha hecho, desde hace décadas, para que se acepten las uniones homosexuales en el seno de la sociedad británica.
Así pues, al tratarse de algo previsible, me había hecho ya a la idea de que iba a suceder. Al leerlo, pensé “una más de las leyes inmorales y suicidas que guían a Europa hacia su desaparición” y casi me encogí de hombros. Sin embargo, ha habido algo que me ha molestado de una forma muy especial: el hecho de que nos traten a los cristianos como si fuéramos tontos. En lugar de decir las cosas como son, nos dedican una propaganda hipócrita, con argumentos tan burdos como políticamente correctos. Peter Thatchell, un defensor de los “derechos homosexuales”, ha declarado que “no se obligará a ninguna institución religiosa a celebrar uniones civiles si no desea hacerlo”. Creo que es evidente que esto va a ser la justificación fundamental de la nueva legislación y que políticos, periodistas, tertulianos y activistas lo repetirán por activa y por pasiva, con cara de haber descubierto América.
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