Las comparaciones son odiosas y, a veces, imposibles
Estos días, he leído con cierta impaciencia multitud de comentarios y artículos en la Red que comparaban la renuncia de Benedicto XVI con la decisión de Juan Pablo II de permanecer en su puesto hasta el final. Curiosamente, unas veces la comparación se hacía a favor de Juan Pablo II, por dar testimonio con su sufrimiento y con su humillación, dejándose en las manos de Dios, y otras veces se elogiaba a Benedicto XVI, por ser realista y no permitir que llegue un momento en el que no pueda dirigir adecuadamente la Iglesia.
A mi entender, la comparación entre la forma de actuar de los dos últimos papas no es simplemente una comparación odiosa, sino que se trata de una comparación imposible, pues compara dos cosas que nadie en este mundo puede comparar.