Morir en lunes de pascua
El lunes de Pascua es un día bonito para morir. Sin hacerle sombra al Maestro, pero con la esperanza de resucitar corporalmente como Él para la vida eterna. Toda la octava de Pascua, además, es como un solo gran día de celebración, porque la Iglesia sabiamente reconoce que algunas celebraciones son tan importantes que se necesitan más de veinticuatro horas para ellas.
Grande es la alegría de esta fiesta porque sabemos que, aunque seguimos muriendo, la muerte ya no tiene el poder de matar para siempre. La última palabra la tiene la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Desde aquella primera Pascua de Resurrección, los cristianos, como Santa Maravillas, sabemos que “morir ya no es morir, morir se acaba”. Por eso el Apocalipsis puede proclamar: dichosos los que mueren en el Señor.
No obstante, la mayoría de nosotros, incluidos los papas, moriremos con bastantes cosas que purificar en nuestras almas. Eso es lo que significa la palabra purgatorio: purificatorio o limpieza. Lo indicado, pues, es rezar por los que mueren, para que Dios vaya quemando en ellos, con el fuego de su misericordia, todo lo que les impide entrar en el cielo. Recuerdo a un simpático norteamericano que decía: “si a alguien, en mi funeral, se le ocurre decir que ya estoy en el cielo o algo similar, os ruego que le agarréis firmemente de los brazos y le echéis sin contemplaciones a la calle; voy a necesitar muchas oraciones cuando muera”.