Pájaros y electrones
El jueves pasado, dormí en un simpático albergue junto al río Mincio, en las cercanías de Mantua. En torno a la salida del sol, me despertó el canto de los pájaros. Hacía años que no me habían despertado los pájaros y ya no recordaba lo agradable que es escuchar sus cantos en lugar del despertador.
En cuanto fui consciente de dónde estaba y al oír esos trinos matinales, vino automáticamente a mis labios el cántico de Laudes: Aves del cielo, bendecid al Señor. Una de las ventajas que tiene rezar habitualmente la Liturgia de las Horas es que, al haber repetido muchas veces los salmos, terminan por hacerse parte de nuestra forma de pensar y de reaccionar ante lo que sucede, transformándonos poco a poco a imagen de Cristo.
Me encanta ese cántico de Laudes, tomado del Libro de Daniel. Toda la creación, por su misma naturaleza, bendice a Dios. Un pájaro es una alabanza a Dios por el hecho de ser lo que Dios ha querido que sea, por su pajareidad creada y querida por Dios. Lo mismo pasa con mares, ríos, cetáceos, ganados y todos los seres que nombra el cántico. Todo lo que existe ha sido creado por Dios y ha sido declarado bueno.