En un artículo publicado hoy en español en El País y titulado “Un llamamiento al papa Francisco“, un anciano Hans Küng rememora una vez más todos los “agravios” que le ha causado la Iglesia. Según nos cuenta, en sus memorias ya “demostró” que la condena de su teología por parte de Juan Pablo II fue una "acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente". Lo más gracioso es lo de “teológicamente infundada", teniendo en cuenta que, en el mismo artículo, niega al menos media docena de dogmas de la Iglesia y prácticamente toda la moral sexual católica.
El ateólogo suizo, sin embargo, se reserva la última palabra ante la condena de la Iglesia, una última palabra rebelde, desafiante, optimista y (en su mente) demoledora: “Pero mi reputación ante el pueblo creyente no pudo ser destruida".
Debo confesar que, en esto, estoy completamente de acuerdo con el profesor Küng. Es más, yo diría que es una afirmación tan verdadera que podría considerarse una tautología. En efecto, es absolutamente imposible destruir algo que no existe.
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