He recibido una serie de consultas de un lector (Ricardo) sobre el tema de los católicos divorciados en una nueva unión. Como me han parecido muy interesantes, voy a contestarlas en dos o tres posts (ya que la longitud de las respuestas hace inviable agruparlas en un solo artículo).
A mi juicio, en el tema del divorcio, las nuevas uniones y todo lo que llevan aparejado, hay que empezar siempre recordando que la Iglesia se ocupa de realidades. Si queremos comprender la cuestión y lo que dice la Iglesia sobre ella, siempre debemos mirar la realidad y adaptar a ella nuestras ideas y no al revés.
Esto resulta especialmente difícil en nuestra época, porque, especialmente en el ámbito de la sexualidad, se promueve constantemente un único mensaje: “Las acciones no tienen consecuencias, puedes hacer lo que quieras y nadie tiene derecho a reprocharte nada”. Este mensaje choca evidentemente con la realidad y con la experiencia humana de miles de años, de modo que se crea un mundo ficticio de lo políticamente correcto, en el que se olvida o incluso se niega la realidad. Es un clima de adolescencia social en el que no existen los deberes, sino sólo los derechos, y nadie tiene que hacerse responsable de sus actos.
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