Castillos de arena

Caminar por la orilla del mar ayuda bastante a pensar sobre las cosas de Dios. Y si no, que se lo pregunten a San Agustín. Yo, más modestamente, paseando por las playas de la Manga, me he fijado en un castillo de arena. Sin duda, había sido construido con gran trabajo y mucho tiempo, porque era un buen castillo, pero bastó un segundo para que una ola más grande que las demás lo destruyera totalmente y apenas quedara nada. Vanidad de vanidades, como dice el Eclesiastés.

El castillo de arena me ha recordado, no sé porqué, los cuatro grandes rascacielos que se están construyendo en Madrid y que dominan, desde la distancia, la silueta de la ciudad. Cuando uno se acerca a Madrid, lo primero que se ve en la distancia son ahora estos edificios, que superan con mucho la altura de las torres inclinadas de Plaza Castilla. También al alejarse de la ciudad, lo último que se ve son estos nuevos rascacielos en construcción.

En cambio, en el camino hacia Murcia, la carretera pasaba frente a muchos pueblos, de esos que apenas han cambiado en siglos, y sus siluetas siempre están centradas en la del campanario de la iglesia del pueblo. Las casas, muchas o pocas, rodean desordenadamente a la parroquia, como un rebaño esculpido en piedra en torno a su pastor.

No se trata, creo yo, de una simple característica urbanística de esos pueblos, sino que es expresión de una forma distinta de entender la vida. Los que fueron construyendo esos pueblos sabían muy bien qué era lo más importante de sus vidas. Eran conscientes de que la vida entera es un regalo y, por ello, su sentido sólo puede estar en la acción de gracias, que en griego se dice Eucaristía.

En cambio, nuestras ciudades y poblaciones modernas están dominadas por los grandes rascacielos de oficinas y, sobre todo, por los monstruosos centros comerciales. Los hipermercados son el mejor exponente de un mundo centrado en el consumo y que mide el valor de la vida en términos puramente materiales: qué cosas te puedes permitir, cuánta salud tienes, los kilos que pesas, qué trabajo has conseguido, tu sueldo, tus vacaciones… la vida no es un regalo, sino una transacción comercial.

Arquitectónicamente, las iglesias están hechas con un movimiento ascendente. No son un fin en sí mismas, sino que apuntan hacia Otro. Como la divisa española, gritan siempre: ¡Plus ultra! ¡Más allá! Su fachada mira hacia Oriente, donde nace el sol que viene de lo alto, que es el símbolo de Cristo. Todo, en su interior, converge hacia el altar y el sagrario, donde se hace presente aquel a quien los cielos no pueden contener. Incluso el campanario es como una gran flecha que señala permanentemente al cielo.

En cambio, los centros comerciales, que podrían ser el emblema representativo de nuestra sociedad, son como una trampa. La música ambiental, demasiado alta y sin interrupciones, está preparada para que se piense lo menos posible y se compre más. La distribución interior forma un embudo arquitectónico que exprime y luego concentra el dinero de los clientes en las cajas registradoras. Todo en ellos está pensado para atraer a los compradores y que permanezcan allí el mayor tiempo posible. ¡Non plus ultra!, gritan, no más allá. Intentan convencerte, a menudo con éxito, de que todo lo que necesitas para ser feliz está allí mismo.

Son dos modelos contradictorios, que revelan dos mundos distintos: una sociedad de consumidores o una sociedad de creyentes. No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero. De hecho, la trampa que atrapa al hombre en la red del consumismo sólo puede romperse por la flecha que señala hacia el cielo.

No se trata, por supuesto, de decir que los centros comerciales, los rascacielos de oficinas o el propio dinero sean algo malo en sí. Lo que de verdad importa es dónde colocamos el centro de nuestra vida y de nuestra sociedad y qué consideramos que es lo verdaderamente valioso. Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.

Quienes confían en sus propias fuerzas, en su dinero, en sus habilidades, en su trabajo o en sus pequeñas seguridades humanas, sean las que sean, son como niños que piensan que su castillo de arena, tan bien hecho, durará para siempre. La realidad es que, antes o después, llegarán las olas del tiempo y tirarán abajo el castillo, como lo han hecho con innumerables otros castillos anteriores. Los cristianos, en cambio, a pesar de nuestra fragilidad y confiando en la misericordia de Dios, podremos decir, una vez más, lo mismo que el Salmista hace tres mil años: Ellos cayeron derribados, nosotros nos mantenemos en pie.

12 comentarios

  
boff
Bruno: "nuestras ciudades y poblaciones modernas están dominadas por los grandes rascacielos de oficinas y, sobre todo, por los monstruosos centros comerciales. Los hipermercados son el mejor exponente de un mundo centrado en el consumo y que mide el valor de la vida en términos puramente materiales: qué cosas te puedes permitir, cuánta salud tienes, los kilos que pesas, qué trabajo has conseguido, tu sueldo, tus vacaciones? la vida no es un regalo, sino una transacción comercial".
Muy buena reflexión; en efecto, esto es el liberalismo, y el centro comercial es su templo simbólico.
10/09/07 3:34 PM
  
boff
Bruno: "nuestras ciudades y poblaciones modernas están dominadas por los grandes rascacielos de oficinas y, sobre todo, por los monstruosos centros comerciales. Los hipermercados son el mejor exponente de un mundo centrado en el consumo y que mide el valor de la vida en términos puramente materiales: qué cosas te puedes permitir, cuánta salud tienes, los kilos que pesas, qué trabajo has conseguido, tu sueldo, tus vacaciones? la vida no es un regalo, sino una transacción comercial".
Muy buena reflexión; en efecto, esto es el liberalismo, y el centro comercial es su templo simbólico.
10/09/07 3:34 PM
  
Inmaculada
Muy bueno tu artículo, Bruno.
efectívamente, los centros comerciales son, hoy día, los nuevos templos, los lugares a donde la gente acude en sus ratos de ocio; no hay más que observar cómo se llenan los fines de semana. Es la sociedad del consumo, el llenarse de cosas para, en cierto modo, ahogar el vacío interior, que sólo Dios consigue hacer pleno. Y cuanto más se consume, más se da uno cuenta que no consigue llenar ese vacío, y por lo tanto, más se consume...
Es muy triste cuando, al hablar con mucha gente, su único tema de conversación es "me he comprado", "necesito comprarme", "tengo que comprar"...
¿Dónde queda el momento de mirar hacia el interior de uno mismo, y descubrir ahí el hambre de Dios, y emplear el tiempo en saciarla, en vez de agrandarla cada vez más con el consumo que nunca se sacia?
10/09/07 5:07 PM
  
Carmen Bellver
Por misteriosos designos del azar, hoy nuestros blogs tienen algo en común: el consumismo.

Cuando tu preciosa criatura comience a solicitar zapatillas marca..., bolis...libretas....etc. Encomiendate a Santa Rita, abogada de los imposibles. Digo, por si consigues sustraerla del efecto publicidad.
10/09/07 7:53 PM
  
Carmen Bellver
donde dije digo "designios". Los dedos están rebeldes.
10/09/07 7:55 PM
  
Bruno
Vaya, qué maravilla. Hoy estoy completamente de acuerdo con todos los comentarios sobre el artículo. Es una (agradable) novedad.

Gracias a todos por los comentarios y un saludo desde Murcia.
10/09/07 10:26 PM
  
Isaías
Pues si, lo importante es mantenerse en pie con la ayuda de Dios. La fe mueve montañas. De todas formas los centros comerciales tambíen tienen una buena función siempre que se utilicen como se tienen que utilizar, el problema está en dejarnos llevar por "fiebres consumistas" y en "endiosar" los centros comerciales y todo lo relativo con el consumo. No es malo consumir siempre que se haga con moderación y comprando lo que realmente se necesita, el problema está si el "comprar" se convierte en una enfermedad, en una compra compulsiva.
11/09/07 1:33 AM
  
La palabra
Bruno:
¿Como mantener este Castillo, hecho de PALABRAS?
En este caso.La profecía de Natán

1 Crón. 17. 1-15
7 1 Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, 2 el rey dijo al profeta Natán: "Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña".

3 Natán respondió al rey: "Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo".

4 Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: 5 "Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite?

6 Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada.

7 Y mientras caminaba entre los israelitas, ¿acaso le dije a uno solo de los jefes de Isra...
11/09/07 11:13 AM
  
La palabra
Bruno:
¿Como mantener este Castillo, hecho de PALABRAS?
En este caso.La profecía de Natán

1 Crón. 17. 1-15
7 1 Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, 2 el rey dijo al profeta Natán: "Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña".

3 Natán respondió al rey: "Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo".

4 Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: 5 "Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite?

6 Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada.
11/09/07 11:21 AM
  
Bruno
Isaías:

Estoy de acuerdo. El comercio, en sí, es algo bueno. Eso sí, además de evitar que se convierta en algo compulsivo (lo cual intentan también los que no conocen a Dios), además hay que cuidar de que no tome en nuestro corazón el puesto de Dios. Es decir, hay que tener cuidado de no esperar la felicidad de lo que podemos comprar, sino sólo de Dios.

Un saludo.


Palabra:

Me temo que no entiendo muy bien lo que quieres decir en este caso.
11/09/07 3:04 PM
  
la palabra
Si,Bruno: Tienes que leer, 2 Samuel 7.Pacto de Dios con David. Y pasar a, San Juan 1 El Verbo heco carne
11/09/07 4:32 PM
  
Mª del Pilar
De hecho vivimos en una sociedad donde prima "la economía". Todo se "valora" en función del dinero que cuesta.

Lo triste es que uno se considere en función de lo que compra o tiene. Entra aquí lo del ser o tener. Y tal como es la sociedad, muchas veces ni nos percatamos de que obramos o nos valoramos por el tener.

Lo de que las cosas no dan la felicidad, se debe ser muy "burro" para no darse cuenta. Si preguntas te diran que lo que te hace estar a gusto o te llena son los amigos, o la familia, y en el caso del creyente, Dios.

Hay muchos matices en el tema del consumismo, ¿por qué miramos (por ejemplo) de diferente manera unos zapatos comprados en los chinos que en una tienda más cara?
14/09/07 10:55 PM

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