InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Biblia

11.09.23

Aprendamos de la mujer

Cuando un pasaje de la Escritura nos choca o no conseguimos entenderlo, el problema siempre está en nosotros, digan lo que digan algunos modernos “exegetas” que miran por encima del hombro a la propia Palabra de Dios y pretenden corregirla. El problema que nos impide comprender bien un pasaje bíblico puede ser de muchos tipos, pero la mayoría de las veces se reduce a dos carencias básicas muy comunes entre los católicos. En primer lugar, no conocer bien la Tradición de la Iglesia (incluido lo más esencial, que es la fe católica y, dentro de ella, las partes que están menos de moda), una ignorancia que lleva necesariamente a malinterpretar la Biblia, que forma parte de esa gran Tradición.  En segundo lugar, no estar suficientemente familiarizados con el resto de la Escritura, porque los distintos libros y pasajes bíblicos, al proceder del mismo Autor, se explican unos a otros.

En ese sentido, me ha parecido que conviene detenernos un poco en el pasaje de la mujer sirofenicia del que hablábamos el otro día. No solo es una parte del Evangelio habitualmente malentendida por los heterodoxos habituales, sino que ese malentendido muestra con gran claridad las dos grandes carencias que mencionaba en el párrafo anterior, así que puede servirnos para entenderlas mejor.

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6.08.23

El milagro de los milagros

Un lector llamó mi atención el otro día sobre una “minihomilía” acerca de la transfiguración del Señor publicada por un sacerdote cuyo nombre omitiremos discretamente. Es significativo que se trate de un texto brevísimo, porque sería muy difícil decir más barbaridades en menos líneas. Juzguen ustedes mismos:

“Nuestra fe no se basa en fábulas fantásticas , sino en el testimonio de la grandeza de una vida de entrega a Dios y, por eso mismo, volcada en procurar el bienestar, la paz y la plena realización del ser humano. Eso es lo que se transfigura en el monte para que los discípulos de entonces, como los de ahora, no busquemos espectáculos de magia, ni derroches de poder, no fascinaciones momentáneas, sino que podamos reconocer en la vida de Jesús, en su predicación del evangelio y sus gestos de compasión la verdadera naturaleza de nuestro Dios: el amor que se da para que todos podamos vivir de verdad”.

Supongo que, aparte del pelagianismo ramplón que rezuman estas palabras, los lectores estarán de acuerdo en que es asombroso que alguien termine de proclamar el Evangelio diciendo “Palabra del Señor”, para a continuación asegurarnos tranquilamente que lo que afirma esa Palabra de Dios es una fábula fantástica. ¿Quién predica el día de la transfiguración para explicar que, en realidad, no hubo ninguna transfiguración en el sentido milagroso y sobrenatural del término que siempre ha enseñado la Iglesia? Incluso dando por supuesta la buena intención, se requiere un intelecto completamente deformado para mantener esos pensamientos contradictorios y más aún para expresarlos en público, pero ese es, desgraciadamente, el resultado de décadas y décadas de mala formación sacerdotal.

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21.07.23

¿No hay que hacer sacrificios?

Todos los años, tanto en cuaresma como en días como hoy, cuando en las lecturas de la Misa se lee aquello de “misericordia quiero y no sacrificios”, ya temo de antemano lo que va a pasar. Y, desgraciadamente, mis temores siempre se hacen realidad, porque un gran número de sacerdotes predican sobre esa frase diciendo algo que suena muy bien a oídos modernos, pero no tiene nada que ver con lo que enseña la lectura.

Sea por la pésima formación que han recibido, porque no conocen a los padres de la Iglesia, porque no se molestan en leer los versículos de más arriba o los paralelos bíblicos o por lo que sea, muchos sacerdotes aprovechan esa frase para asegurarnos que Dios no quiere que nos sacrifiquemos, sino que seamos misericordiosos con los demás. Es desolador. Quizá debería darles una pista de que algo no va bien el hecho de que su afirmación, de ser cierta, condenaría lo que la Tradición de la Iglesia ha enseñado sobre hacer sacrificios durante dos milenios, pero aparentemente eso no les preocupa en lo más mínimo.

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11.07.22

Vuelve el "Jesús" de Pagola

Leyendo sobre temas literarios he llegado, a través de los mágicos vericuetos de la red de redes, a un artículo escrito en el portal de Vida Nueva por uno de sus blogueros, Rafael Narbona. Como ya sabrán los lectores, Vida Nueva es una revista católica propiedad de PPC, que a su vez pertenece a SM, la editorial de los Marianistas.

A veces es conveniente comentar un artículo porque es excepcionalmente bueno; otras por todo lo contrario. Ya les adelanto que este corresponde a la segunda categoría. Se titula “El Jesús de José Antonio Pagola” y hay que reconocer que es un título muy apropiado: el autor describe certeramente el (completamente imaginario) Jesús que Pagola pretendió hacer pasar por histórico en su libro condenado por el Vaticano. El problema es que lo describe, lo defiende, lo ensalza y se jacta de preferirlo al verdadero Jesucristo que aparece en los Evangelios y en la fe de la Iglesia. ¿Qué pinta un texto frontalmente anticatólico como este en un portal que pretende ser católico? Probablemente lo mismo que el libro de Pagola en casi todas las librerías pretendidamente católicas de España.

Como siempre, el texto original va en negro y mis comentarios en rojo.

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22.02.22

La humildad del corazón

¿Cuál es el principal problema de los cristianos corrientes? Me refiero a los de Misa dominical o incluso diaria, los de buena intención, los que hacemos lo posible por vivir en gracia y nos confesamos regularmente, rezamos el rosario y nos esforzamos por convertirnos en cuaresma o abrir el corazón en adviento. Problemas tenemos muchos, claro, como todo el mundo, pero ¿cuál es el principal, el que siempre está presente, como una piedra molesta e irritante en el zapato de la que no nos podemos librar?

Creo que, si lo pensamos un poco, no hay duda de que ese problema es generalmente la rutina y la tibieza. Para el cristiano, los pecados se solucionan confesándose, pero ¿y esa mediocridad de la que no podemos salir? ¿Para eso nos redimió Cristo en la cruz, para que viviéramos más o menos como los demás hombres, sin grandes vicios, pero también sin grandes virtudes? ¿Para que fuéramos tirando por la vida? ¿Acaso no estamos llamados a ser santos? ¿Por qué nos confesamos una y otra vez, año tras año, de lo mismo y parece que no avanzamos nada? ¿Por qué pasan cuaresmas y cuaresmas y no nos convertimos?

Esto nos lleva al problema real, que no es la tibieza en sí misma, sino algo más profundo: ¿de dónde viene esa tibieza? ¿Por qué nos domina? ¿Por qué estamos tan esclavizados por ella que no podemos liberarnos? ¿Es que no tiene remedio y solo un puñadito de santos estaba llamado a salir de la mediocridad? ¿Y nosotros?

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