InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Biblia

15.01.24

No, no podemos esperar que el infierno esté vacío

La existencia del infierno es uno de los grandes escándalos para la ideología posmoderna. Buenistas, relativistas y adolescentes perpetuos no pueden soportar la idea misma de un infierno, porque va contra su religión (que ni siquiera saben que tienen). Por eso, hoy en día, muchos, muchísimos “cristianos” progresistas simplemente no creen en el infierno. Han abandonado esa parte de la fe como si fuera un trasto viejo, estropeado e inservible, sin darse cuenta de que con la verdad y la fe no se negocia, es todo o nada. Como ya enseñaba Santo Tomás, no se pueden escoger algunas verdades o partes de la fe más agradables y rechazar otras, porque quien lo hace, en realidad, está abandonando la fe por completo y sustituyéndola por sus propias opiniones.

Esto está claro para cualquiera que conserve aún la fe católica. ¿Qué pasa sin embargo con esa idea que se ha ido extendiendo en ámbitos pretendidamente ortodoxos de que podemos, e incluso debemos, esperar que el infierno esté vacío? Es justamente lo que el mismo Papa Francisco acaba de afirmar al ser entrevistado en un programa de la televisión italiana: “Me gusta pensar que el infierno está vacío. Sí, es difícil imaginarlo. Esto que digo no es un dogma de fe, sino una cosa mía personal: me gusta pensar que el infierno está vacío. ¡Espero que así sea!”.

A primera vista, es una posibilidad admisible para un católico. A fin de cuentas, la Iglesia ha canonizado a muchos santos, asegurándonos que están en el cielo, pero no tiene “anticanonizaciones” para declarar que una persona concreta está en el infierno. Además, la Escritura enseña que Dios quiere que todos se salven, de modo que nosotros debemos desear lo mismo. ¿Qué persona razonable puede desear que alguien se condene? Por lo tanto, mientras defendamos la existencia del infierno como posibilidad, parece razonable y hasta encomiable esperar y confiar en que, en la práctica y por la misericordia de Dios, esté vacío, ¿no? No.

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22.11.23

¿Por qué no se habla del Juicio Final? (II)

Hace un par de semanas, estando yo en tierras norteamericanas, me llamó la atención en la Misa dominical que la segunda lectura apenas duró diez segundos. Refunfuñé por lo bajo y pensé lo que supongo que pensarían los demás: ya se ha equivocado el señor que está leyendo, se ha saltado casi toda la lectura, deberían escogerlos con más cuidado, etc.

Después, sin embargo, me picó la curiosidad y fui a comprobar el texto de la lectura de ese día. Descubrí que el buen señor no se había saltado nada y se había limitado a leer la “versión corta” que aparecía en el leccionario. El problema era que esa versión corta era un ejemplo asombroso de corrección política en formato eclesial.

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11.09.23

Aprendamos de la mujer

Cuando un pasaje de la Escritura nos choca o no conseguimos entenderlo, el problema siempre está en nosotros, digan lo que digan algunos modernos “exegetas” que miran por encima del hombro a la propia Palabra de Dios y pretenden corregirla. El problema que nos impide comprender bien un pasaje bíblico puede ser de muchos tipos, pero la mayoría de las veces se reduce a dos carencias básicas muy comunes entre los católicos. En primer lugar, no conocer bien la Tradición de la Iglesia (incluido lo más esencial, que es la fe católica y, dentro de ella, las partes que están menos de moda), una ignorancia que lleva necesariamente a malinterpretar la Biblia, que forma parte de esa gran Tradición.  En segundo lugar, no estar suficientemente familiarizados con el resto de la Escritura, porque los distintos libros y pasajes bíblicos, al proceder del mismo Autor, se explican unos a otros.

En ese sentido, me ha parecido que conviene detenernos un poco en el pasaje de la mujer sirofenicia del que hablábamos el otro día. No solo es una parte del Evangelio habitualmente malentendida por los heterodoxos habituales, sino que ese malentendido muestra con gran claridad las dos grandes carencias que mencionaba en el párrafo anterior, así que puede servirnos para entenderlas mejor.

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6.08.23

El milagro de los milagros

Un lector llamó mi atención el otro día sobre una “minihomilía” acerca de la transfiguración del Señor publicada por un sacerdote cuyo nombre omitiremos discretamente. Es significativo que se trate de un texto brevísimo, porque sería muy difícil decir más barbaridades en menos líneas. Juzguen ustedes mismos:

“Nuestra fe no se basa en fábulas fantásticas , sino en el testimonio de la grandeza de una vida de entrega a Dios y, por eso mismo, volcada en procurar el bienestar, la paz y la plena realización del ser humano. Eso es lo que se transfigura en el monte para que los discípulos de entonces, como los de ahora, no busquemos espectáculos de magia, ni derroches de poder, no fascinaciones momentáneas, sino que podamos reconocer en la vida de Jesús, en su predicación del evangelio y sus gestos de compasión la verdadera naturaleza de nuestro Dios: el amor que se da para que todos podamos vivir de verdad”.

Supongo que, aparte del pelagianismo ramplón que rezuman estas palabras, los lectores estarán de acuerdo en que es asombroso que alguien termine de proclamar el Evangelio diciendo “Palabra del Señor”, para a continuación asegurarnos tranquilamente que lo que afirma esa Palabra de Dios es una fábula fantástica. ¿Quién predica el día de la transfiguración para explicar que, en realidad, no hubo ninguna transfiguración en el sentido milagroso y sobrenatural del término que siempre ha enseñado la Iglesia? Incluso dando por supuesta la buena intención, se requiere un intelecto completamente deformado para mantener esos pensamientos contradictorios y más aún para expresarlos en público, pero ese es, desgraciadamente, el resultado de décadas y décadas de mala formación sacerdotal.

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21.07.23

¿No hay que hacer sacrificios?

Todos los años, tanto en cuaresma como en días como hoy, cuando en las lecturas de la Misa se lee aquello de “misericordia quiero y no sacrificios”, ya temo de antemano lo que va a pasar. Y, desgraciadamente, mis temores siempre se hacen realidad, porque un gran número de sacerdotes predican sobre esa frase diciendo algo que suena muy bien a oídos modernos, pero no tiene nada que ver con lo que enseña la lectura.

Sea por la pésima formación que han recibido, porque no conocen a los padres de la Iglesia, porque no se molestan en leer los versículos de más arriba o los paralelos bíblicos o por lo que sea, muchos sacerdotes aprovechan esa frase para asegurarnos que Dios no quiere que nos sacrifiquemos, sino que seamos misericordiosos con los demás. Es desolador. Quizá debería darles una pista de que algo no va bien el hecho de que su afirmación, de ser cierta, condenaría lo que la Tradición de la Iglesia ha enseñado sobre hacer sacrificios durante dos milenios, pero aparentemente eso no les preocupa en lo más mínimo.

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