InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Familia

11.01.25

Tiempo de regalos

En la época navideña que estamos terminando, tan tradicionales como los polvorones o los villancicos son las advertencias en las homilías contra la obsesión con los regalos y las cosas materiales. Así debe ser, por supuesto, porque nuestro mundo tristemente lo comercializa todo, convirtiéndolo en consumo y reduciéndolo a un intercambio económico. Sin embargo, no puedo evitar pensar que quizá haya algo más profundo en todo esto.

A fin de cuentas, los regalos son algo universal y existen en todas las culturas, naciones y clases sociales. ¿A quién no le gustan los regalos? Esto implica que los regalos tocan muy de cerca la esencia misma del ser humano. De alguna forma, en un regalo hay algo especial, que no se agota en el mero objeto que se regala, porque, como todos sabemos, no es lo mismo comprarse una cosa que recibirla como regalo. Este último suscita una ilusión, causa una sorpresa y tiene una magia que no pueden compararse con una simple compra.

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23.12.24

Flores de naranjo

Presentación en el Templo - Colección Thyssen

Como todos los años, tengo el placer de felicitar la Natividad del Señor a los lectores con un villancico compuesto y cantado en familia. Espero que puedan ir más allá del caos musical y nuestra desincronización crónica para alegrarse con nosotros de lo que celebramos y nos está salvando año tras año.

El villancico recuerda la Presentación del Señor. Es un tema que apenas aparece en los villancicos modernos, pero estaba muy presente en los antiguos. Se trata de un momento fundamental, en el que el mismo Señor entra en el antiguo Templo, como un Niño pequeño. Los padres de la Iglesia aplicaban a esa entrada el salmo 23, que dice: “¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria”.

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12.12.24

28.11.24

El Gran Libro de Aventuras y Curiosidades

Una de las cosas que echo de menos de cuando era pequeño es que, de alguna forma, las cosas eran más reales. Una tarde, un domingo o un verano consistían en que los niños nos ensuciábamos, salíamos a la calle o al campo, subíamos a los árboles y a las rocas, leíamos libros que se podían tocar y oler, montábamos en bicicleta, intentábamos sin éxito cazar un pájaro o una lagartija, nos rompíamos de vez en cuando un brazo, cogíamos peces y renacuajos, nos peleábamos, cantábamos, tirábamos piedras, volvíamos a nuestras madres con heridas en las rodillas… No sigo, que me puede la nostalgia.

Ahora da la impresión de que la vida de los niños es cada vez más electrónica, a menudo para mal. También es menos peligrosa, con innumerables medidas de seguridad que, a la vez que protegen, también atan y limitan. La técnica nos ha traído grandes ventajas y, sobre todo, comodidades, pero también nos ha separado de la realidad, encerrándonos en mundos virtuales. Los juegos se han ido haciendo cada vez menos reales, para hacerse más seguros y adictivos. No todo es malo, ciertamente, pero ¡cuánto hemos perdido!

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25.11.24

Tienen derecho a que seamos santos

Al traducir el libro San Juan Bosco, el santo alegre, me llamaron la atención muchas cosas, pero estas últimas semanas no he dejado de pensar especialmente en el papel de la madre del santo en la vida de su hijo.

Las palabras y sobre todo la santidad personal de Margarita, o “Mamá Margarita”, como la llamaban los niños de la calle a los que cuidaba, fueron determinantes para que su hijo consagrara su vida a Dios:

“era una educadora nata y el principio y el final de todo lo que enseñaba era Dios. Por la mañana y por la noche, todos los miembros de la familia se arrodillaban juntos y pedían el pan de cada día tanto para el alma como para el cuerpo, el valor necesario para actuar bien y el perdón por lo que no hubieran hecho tan bien”.

El joven Juan Bosco recordaría toda su vida las enseñanzas de su madre: el catecismo, a cantar himnos a nuestra Señora, a saber que Dios siempre nos ve y a darle gracias por todo, y tantas otras cosas. Junto a esas enseñanzas, se le quedó grabado el ejemplo de fe y caridad de su madre al ejercer la caridad heroica con los pobres, al atender a los enfermos del pueblo o al esforzarse tenazmente para que su hijo pudiera estudiar y así llegara a ser sacerdote un día. Cuando, una vez ordenado, don Bosco se dedicó a educar y a catequizar a los niños de la calle, su madre tomó sus escasas posesiones, vendió su vestido de novia que era lo más preciado que tenía y se fue con él sin dudarlo, sabiendo que pasaría el final de su vida trabajando como una esclava.

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