11.08.20

9.08.20

Preguntas sin respuesta

A veces me da por pensar que la información religiosa debería cambiar su nombre por algo más descriptivo, como Misterios sin Resolver, porque uno lee las noticias y no deja de hacerse preguntas sin respuesta.

Por ejemplo, ¿por qué el cardenal Turkson se dedica a pronunciar discursos sobre el turismo rural, la industria turística y los destinos turísticos extraurbanos? Es más, ¿realmente tiene que haber un Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y un Presidente del mismo que participa en Jornadas Mundiales de Turismo? Y, con todo el respeto a su Eminencia, en estos tiempos de tan gran escasez de sacerdotes, ¿no estaría mucho mejor el cardenal Turkson haciendo de párroco y dedicando sus horas a celebrar, predicar y confesar en una parroquia rural de esas que no tienen sacerdote? ¿No se beneficiarían más las “comunidades rurales” de una sola confesión que de todos esos discursos políticamente correctos?

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3.08.20

Haz mis pecados ridículos, Señor

En cierta ocasión, el irreverente pero siempre ingenioso Voltaire se jactaba en una carta de la única oración que rezaba: “En mi vida sólo he dirigido una plegaria a Dios, una muy corta: «Oh, Señor, haz a mis enemigos ridículos». Y Dios me lo ha concedido»”.

Aunque, obviamente, no se trataba de una auténtica oración, sino solo de una burla contra sus enemigos, la idea de Voltaire es buena. Pocas cosas aumentan más la moral de los soldados en una guerra que tener enemigos ridículos y dignos de desprecio. En ese sentido, teniendo en cuenta que los cristianos nos pasamos la vida luchando contra el pecado, nos resultaría muy útil ver ese pecado como realmente es: no solo malo y dañino, sino también ridículo y despreciable. El pecador no es un triunfador, sino el más triste y patético de los hombres.

Dándole vueltas a estos temas, he pensado que sería bueno escribir para los lectores una oración para pedir justamente eso a Dios: que haga nuestros pecados ridículos y así facilite nuestra conversión. Espero que les resulte tan útil como lo ha sido para mí.

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1.08.20

29.07.20

Elogio de la ineficiencia

En la historia, los proyectos centralizadores, reformadores y renovadores han perseguido casi siempre lo mismo: una mayor eficiencia del gobierno para que este, de una manera u otra, nos “solucione la vida”. Es un fin comprensible, acompañado en general por buenas intenciones, pero, como también nos dice la historia, las buenas intenciones son más peligrosas que un cajón de dinamita en manos del Coyote.

Las cosas buenas de la vida, las que mejor y durante más tiempo han funcionado y mayores frutos han ofrecido al ser humano, son completamente ineficientes y desorganizadas. Por ejemplo, la familia basada en el matrimonio indisoluble. ¿Cabe alguna duda de que sería mucho más racional, moderno y eficiente criar a los niños en las comunas de Platón? ¿O centralizar, organizar, estandarizar, y sujetar a control de calidad el cuidado de los niños, sustituyendo las obsoletas familias por unidades de crianza científica y socioeducativa? Sin embargo, siendo sinceros, ¿acaso no somos conscientes de que casi todo lo bueno que hay en nosotros se debe a esa familia radical y gloriosamente ineficiente en la que crecimos?

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