El secreto de la vejez

Hace tiempo, se trasladaron los restos de una tía mía al lugar donde iban a reposar definitivamente, más o menos un año después de que falleciera. Un sacerdote tuvo la amabilidad de rezar un responso con nosotros en esa ocasión, cumpliendo así una de las obras de misericordia espirituales, tan olvidadas hoy.

Mientras rezábamos con el sacerdote por mi tía, por un momento me pareció vislumbrarla llegando a las puertas del cielo. Había muerto con más de ochenta años, pero yo la vi como una niña, con el pelo rubio liso y suelto, mirándolo todo con la curiosidad y la admiración que siempre tenía. El mismo Cristo salió a recibirla y le dio un gran abrazo. También nuestra Señora acudió con una sonrisa de cariño a dar la bienvenida a aquella niña que llevaba su nombre.

Solo fue un instante y probablemente no se tratara más que de mi imaginación, qué sé yo, pero me consoló mucho. En especial porque, justo después, me acordé de un icono oriental que había visto por primera vez en Jerusalén.

En la Basílica de la Dormición hay un icono que representa la Asunción de nuestra Señora (a grandes rasgos, Dormición es el nombre que utilizan ellos para lo que los occidentales llamamos Asunción o Tránsito de María). En el icono, curiosamente se invierte la imagen tradicional de la Virgen con el Niño pequeño en sus brazos y se representa a Jesús llevando al cielo en sus brazos a María, pintada como una niña pequeña y envuelta en pañales. ¡Subió al cielo como una niña!

Nada hay de extraño en ello, porque fue el mismo Cristo quien dijo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Ese y no otro es el secreto de la vejez: es un tiempo para hacerse como niños, para aprender de una vez a vivir en humildad, sencillez y alabanza, es decir, para ir acostumbrándonos a vivir como viviremos en el cielo, si Dios quiere.

Si no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos. Hay gentes que envejecen mal, haciéndose viejos de cuerpo y de alma, y, ante el despojamiento progresivo de la ancianidad responden endureciéndose en el egoísmo, la desesperanza o el cinismo. Es algo muy comprensible en los que no tienen fe y consideran que la muerte es el final de todo y la aniquilación de todo, pero los cristianos no podemos vivir la vejez como si fuéramos paganos.

No se trata de que hagamos un tremendo esfuerzo por soportar estoicamente los achaques y sinsabores de hacernos viejos. Se trata de que nosotros sabemos algo que los paganos no saben, aunque a veces lo olvidemos: la vejez es un regalo que se nos da para que aprendamos a poner los ojos solo en Dios, como un niño pequeño solo tiene ojos para su madre o su padre.  Es el secreto de la vejez, nosotros lo tenemos y lo cambia absolutamente todo.

A medida que nos hacemos viejos, vamos perdiendo las fuerzas y la autosuficiencia. Poco a poco, igual que un niño, ya no podemos valernos por nosotros mismos y dependemos en todo de otros: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras. Esto resulta duro para nuestro orgullo, pero no es un sufrimiento absurdo ni algo que carece de sentido, sino un signo de esperanza, un anuncio de que nos está aguardando el cielo y nos toca prepararnos para el viaje.

En la vejez se nos quitan todas las cosas a las que podemos agarrarnos, una por una: las fuerzas, los logros profesionales, la forma física, la salud, el pelo, los dientes, la belleza, la independencia, la memoria… hasta que solo nos queda la mano de Dios y somos como un niño agarrado con fuerza a la mano de su Padre. Igual que un niño sabe que puede estar tranquilo y seguro mientras su padre le lleve de la mano, aunque nos falte todo y veamos cerca la muerte podemos estar tranquilos y confiados porque el Señor no nos suelta de su mano. “Mi Dios y mi todo”, decía San Francisco.

Así, a trompicones y medio a regañadientes, podemos (si queremos) ir aprendiendo primero la humildad, mediante ella la sencillez y, por fin, la alabanza constante, que será nuestro oficio en el cielo. Es el secreto de la vejez y, como todos los secretos de Dios, esconde un gran milagro. Si no lo aprendemos en esta vida, por la infinita misericordia de Dios quizá podamos hacerlo después, purificándonos en el purgatorio de todo lo que nos impide entrar en el cielo.

Dios quiera hacer esa obra en nosotros, para que un día podamos entrar en el cielo como nuestra Señora y como ojalá haya sido el caso de mi anciana tía: como niños, humildes, admirados, sencillos, agradecidos y con el corazón rebosante de alabanza. Así, el Señor podrá decir de nuevo dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis. Y después, maravilla de las maravillas, quizá nos dé también un gran abrazo para siempre.

16 comentarios

  
Haddock.
En la vejez perdemos todo lo que habíamos ganado y se nos ofrece lo que nunca merecimos.

23/02/25 11:19 AM
  
Providencia
Excelente artículo.
23/02/25 11:42 AM
  
María de África
Las edades del hombre no son iguales para todos, pero yo diría que, si no hay un deterioro cognitivo de por medio, de las tres facultades del alma: memoria, entendimiento y voluntad, la que queda es el entendimiento. De ahí que se recurriera a la sabiduria de los ancianos en ciertas culturas.
No es tanto la experiencia personal sino el paso de la historia lo que da una mirada menos presentista y más desde arriba, porque el que nació ochenta años atrás ha visto los tropezones que ha dado muchas veces influido por ideologías que en un momento parecieran ofrecer soluciones que han sido un fracaso, lo que implica que las actuales también pueden serlo. La lectura de los signos de los tiempos no se pueden hacer con veinte años, con excepción de personas excepcionalmente lúcidas, se hacen a toro pasado.
La pérdida de todo, incluyendo los propios sentidos, da una idea de la fragilidad de la vida que nos acerca más a Dios. Lo que queda es la esencia desprovista de todo lo demás, se reconoce una misma conectando con cada una de las etapas por las que pasó, por eso la imagen de la niña llevada al Cielo tiene todo el sentido del mundo.
23/02/25 11:42 AM
  
Bruno
Haddock:

"En la vejez perdemos todo lo que habíamos ganado y se nos ofrece lo que nunca merecimos"

¡Magnífico aforismo! Y sobre todo, gran verdad.
23/02/25 11:50 AM
  
Bruno
Providencia:

Me alegro de que le haya gustado.
23/02/25 11:51 AM
  
Bruno
María de África:

"Lo que queda es la esencia desprovista de todo lo demás"

Eso es, como el oro en el crisol.
23/02/25 11:53 AM
  
Marta de Jesús
Como no puedo añadir nada a lo que maravillosamente ha expuesto, le ofrezco una oración por su tía, por si estuviera camino del Cielo. Si ya estuviera allí, mi oración quedaría en una petición de intercesión por quienes todavía estamos en lucha.

A Haddock le doy un 10 también. Sobresaliente a ambos. En este tiempo de inmediatez, de dificultad para la calma, lo resumido se aprecia mejor.

Señor, ten piedad.
23/02/25 2:00 PM
  
Cen
Bellísimo artículo, que nos sirve también para los que acompañamos a nuestros padres en su vejez y con durísimas enfermedades en sus últimos años de vida terrenal.

Solo para su información: en el icono ortodoxo de la Dormición, Cristo no lleva en sus brazos a María como niña. En la iconografía ortodoxa es sólo el alma de María lo que Cristo lleva en sus brazos, mientras su cuerpo queda en la tierra. No existe en las iglesias ortodoxas la idea y mucho menos el dogma de la Asunción.
23/02/25 2:24 PM
  
Antonio
Curiosamente desde hace tiempo he imaginado el cielo como un eterno jardín de infantes, donde todos tenemos 4 años y solo hay juego y diversión, como una fiesta permanente, todo es nuevo y nos maravilla descubrirlo sin fin, nadie se casa, ni le interesa, no hay aburrimiento, preocupaciones, tristeza ni dolor, todos somos felices y nos la pasamos extraordinariamente bien con la paternidad de Dios y la maternidad de la Santísima Virgen María.
23/02/25 3:03 PM
  
Cen
Corrijo mi anterior comentario en el sentido de que los ortodoxos sí creen (sin reconocerlo como dogma) en la resurrección de María, que partcipa ya de la resurrección de la carne.

Pero la “niña” del icono de la Dormición es el alma de la Theotokos.
23/02/25 3:42 PM
  
claudio
Estimado Bruno.

Tu afirmación "haciéndose viejos de cuerpo y de alma" es un aviso muy certero, ese el el gran peligro.
El tiempo que se nos da gratuitamente es para la maduración no es para pasarlo.
Para ganar en libertad entendida como San Agustín (de Argelia), "la verdadera libertad no consiste en hacer lo que me da la gana, sino en hacer lo que tenemos que hacer porque nos da la gana". Ser. 344,4.

Sin entrar en cuestiones dogmáticas (que entre otras cosas fueron usadas para la política como "consubstancial") la Iglesia de la Dormición es un acto de Fe, y la cripta "sobresale".

Había un monje anciano cuando estuvimos por el Monte Sión y le pedí que bendijera unos recuerdos, filipino hablaba español y charlamos, que de aquí que de allá...de manual se juntó más gente.

De pronto dijo "saben lo que ocurrió aquí ?....silencio total:
Él la vino a buscar a su Mamá para llevarla...

Cómo la ves...
23/02/25 3:47 PM
  
Urbel
Si la Santísima Virgen María murió y resucitó, o no murió sino que se durmió, no es cuestión definida. Ambas creencias están abiertas para los católicos.

El dogma de la Asunción se definió con precisión en 1950: terminado el curso de su vida mortal, la Virgen fue asunta al cielo en cuerpo y alma.

Terminado el curso de su vida mortal. Fuese por la muerte o por la dormición.

Feliz domingo de Sexagésima.
23/02/25 4:03 PM
  
Bruno
Cen:

Las cosas son un poco más complicadas, como siempre sucede. Los ortodoxos creen y han creído siempre en la Asunción, porque esa es la fe de la Iglesia desde el principio (de hecho, al menos en algunos idiomas, utilizan mucho más frecuentemente el término "asunción" que el de dormición. El problema está en que, desde el cisma, los ortodoxos intentan subrayar en todo lo posible su distinción con los católicos (cosa que no sucede en dirección contraria), magnificando pequeños detalles teológicos sin mayor importancia. Así lo hacen en lo relativo a la Imaculada Concepción, a su Asunción, al purgatorio, etcétera. En el caso de la Asunción, en lugar de hablar de Asunción en cuerpo y alma a los cielos, generalmente dicen que la Virgen murió y a los tres días fue resucitada por Cristo y fue asunta al cielo con su cuerpo. Esto es lo que los norteamericanos llaman una distinción sin diferencia, porque en ningún sitio está escrito cómo fue exactamente la Asunción, si todo sucedió en un instante o en una hora o en tres días. Todo son meras suposiciones dentro del dogma de que María fue asunta a los cielos en cuerpo y alma y no conoció la corrupción, que es el núcleo de fe de la cuestión.

Basándose en esa suposición teológica de los ortodoxos (que no es ni puede ser de fe), suelen interpretar que la representación en los iconos es solo del alma de María, que sería seguida por su cuerpo tres días después. Pero eso no es más que una interpretación, posiblemente bastante sesgada, o al menos absolutizada, por ese deseo (propio de todos los cismas) de diferenciarse en todo lo posible de la Iglesia Católica y no corresponde necesariamente con el sentido original del icono primitivo.

Por otro lado la Basílica de la Dormición es una basílica católica, regentada por benedictinos como parte de la Abadía de Hagia Maria, así que este icono en particular debe interpretarse con criterios católicos.

Todo eso en cuanto al tema en abstracto, porque, en cualquier caso, todo eso da igual para el tema tratado en el artículo, ya que lo cierto es que la Virgen, sea en cuerpo y alma o solo en alma en ese momento, es representada subiendo al cielo como una niña. Basta ver el icono, en el que Cristo está representado como un adulto y la tiene en brazos, pequeñita, exactamente igual que la Theotokos le tiene a el en brazos cuando es Niño. Además, la Virgen está envuelta en pañales, que al mismo tiempo son las vendas del sepulcro, exactamente igual que aparece en los iconos del nacimiento de Cristo, cuando está acostado en el pesebre, que también hace referencia al futuro sepulcro. Eso es de lo que hablo en el artículo, como es lógico, ya que, evidentemente, en ningún caso mi tía podría estar ahora mismo en el cielo en cuerpo y alma, sino solo en alma.

Un saludo.
23/02/25 4:40 PM
  
Bruno
Cen (II):

"los que acompañamos a nuestros padres en su vejez y con durísimas enfermedades en sus últimos años de vida terrenal"

Importantísima misión, en la que hay que tener mucho cuidado de no caer en la ideología mundana que cree que lo importante es "entretener" a los ancianos y que no piensen en la muerte para que no se preocupen. Los cristianos sabemos que esa concepción de la vejez es un despropósito.

Sin duda alguna, Jesús acompañaría a San José en sus últimos años con los ojos puestos en el cielo y no en la mera comodidad terrenal.
23/02/25 4:55 PM
  
Bruno
Urbel:

"Si la Santísima Virgen María murió y resucitó, o no murió sino que se durmió, no es cuestión definida"

La idea que intenta transmitir es, por supuesto, correcta, pero creo que conviene hacer una precisión. La palabra griega utilizada para dormición es un sinónimo de muerte. Así aparece en el Nuevo Testamento, cuando Esteban "se durmió en el Señor", es decir, se murió (en su caso no hay duda de lo que pasó, porque lo apedrearon). En ese sentido, la distinción no está entre dormición y muerte, sino entre muerte y "muerte" en sentido amplio o entre muerte y muerte excepcional o entre muerte y fin de vida en la tierra o directamente entre muerte y no muerte. En cualquier caso, ambas cosas son admisibles dentro del dogma.

"Feliz domingo de Sexagésima"

Qué bonitos los domingos de septuagésima y de sexagésima y qué pena que los quitaran.
23/02/25 4:56 PM
  
Bruno
Claudio:

"Él la vino a buscar a su Mamá para llevarla..."

La fe de los sencillos, en boca de un monje-niño.
23/02/25 4:56 PM

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