Tiempo de regalos

En la época navideña que estamos terminando, tan tradicionales como los polvorones o los villancicos son las advertencias en las homilías contra la obsesión con los regalos y las cosas materiales. Así debe ser, por supuesto, porque nuestro mundo tristemente lo comercializa todo, convirtiéndolo en consumo y reduciéndolo a un intercambio económico. Sin embargo, no puedo evitar pensar que quizá haya algo más profundo en todo esto.

A fin de cuentas, los regalos son algo universal y existen en todas las culturas, naciones y clases sociales. ¿A quién no le gustan los regalos? Esto implica que los regalos tocan muy de cerca la esencia misma del ser humano. De alguna forma, en un regalo hay algo especial, que no se agota en el mero objeto que se regala, porque, como todos sabemos, no es lo mismo comprarse una cosa que recibirla como regalo. Este último suscita una ilusión, causa una sorpresa y tiene una magia que no pueden compararse con una simple compra.

En efecto, hay dos aspectos del regalo que lo hacen especial. En primer lugar, el hecho de que los regalos requieren que el donante emplee su tiempo en pensar el regalo, en conseguirlo, en prepararlo (de ahí la importancia de algo tan inútil como el envoltorio de los regalos) y en darlo. En ese sentido, todo regalo, aunque sea un objeto material, tiene algo de espiritual, de vida entregada por el donante, que se manifiesta en el tiempo que el donante ha empleado en el regalo y que es una parte de su misma vida. Es decir, todo verdadero regalo incluye el amor del que lo da, porque amar es entregar la vida por el otro. En consecuencia, a la recepción de un regalo le corresponde el agradecimiento, porque no tiene otro pago posible.

En segundo lugar, los regalos tienen como elemento característico la gratuidad. Si pago por algo, ya no es un regalo. Lo comprado es lo contrario de un regalo, porque no es gratis. Si lo obtengo por mi esfuerzo, tampoco es un regalo, sino un sueldo, un premio o una conquista. Lo llamativo del regalo es que no lo merecemos. En ese sentido, el regalo tiene una dimensión trascendente, metafísica e incluso inabarcable, que apunta más allá de las leyes habituales de la naturaleza, la economía o el derecho. Por eso, ante un regalo, lo que surge es la sorpresa de algo que no era necesario, a lo que yo no tenía derecho y por lo que no he pagado.

En resumen y según la vieja expresión latina, en última instancia los regalos se dan gratis et amore, gratuitamente y por amor. Esos dos aspectos hacen que cada regalo sea algo especial y, como hemos dicho antes, tocan el corazón de hombres de todas las culturas, naciones y épocas históricas. Los regalos satisfacen una necesidad que tenemos dentro y que no entendemos muy bien, a diferencia de nuestra necesidad de comida, bebida, alojamiento o ropa con que vestirnos.

Esta necesidad, sin embargo, no se ve satisfecha por mucho tiempo al recibir un regalo. No hay nadie en este mundo que diga “ya he recibido un regalo y ya no quiero recibir más”. El deseo de regalos no se sacia y es mucho mayor que cualquier regalo individual y que cualquier cantidad de regalos. Hay una inmensa desproporción entre el deseo y el cumplimiento. De ahí viene esa obsesión con tener más regalos y más cosas materiales, que tan apropiadamente critican los sacerdotes en sus homilías: la gente intenta acumular más y más regalos, especialmente en Navidad, para ver si así satisface de una vez ese deseo infinito, pero siempre sin éxito.

Esto nos indica algo fundamental: si los regalos no bastan, necesariamente tiene que ser porque lo que anhela el ser humano es un gran Regalo con mayúsculas, que no tenga fin y que pueda saciar el vacío inabarcable que hay en nuestro interior. No lo merecemos, porque los regalos no se pueden merecer, pero los seres humanos lo deseamos aquí y en la China, hoy y hace cinco mil años, en las chabolas y en los palacios. Queremos el gran Regalo y nada más nos puede saciar. Hasta que lo recibamos, todos los regalos individuales nos hablarán insistentemente del verdadero Regalo y, si algún día por fin lo descubrimos, todos los pequeños regalos que recibamos después nos lo recordarán.

¿Cuál es ese gran Regalo al que apuntan todos los regalos? ¿Quién nos da ese Regalo, que, como todos los regalos, es un signo de Amor porque supone la entrega de la propia Vida del donante? ¿Quién es capaz de darnos gratis lo que no podemos ganar con todas nuestras fuerzas ni pagar con todo el dinero de la tierra? Estas preguntas solo tienen una respuesta, el verdadero secreto de la Navidad, que el mundo ha olvidado ya.

Ojalá los regalos que hemos recibido en estos días de Navidad, en vez de distraernos y deslumbrarnos, nos hablen al oído del gran Regalo, del que solo son humildes heraldos y misioneros. Como dice un villancico que canta mi familia desde hace años:

La Navidad ha llegado,
tiempo de regalos es,
porque Dios, como regalo,
nos dio al Niño Manuel.

3 comentarios

  
María de África
La percepción del regalo ha cambiado con el tiempo: antes el donante suponía que la recepción del regalo agradaría por el mero hecho de ser un regalo; ahora no agrada si al receptor no le gusta. Muchos de ellos se compran para que se puedan cambiar en caso de no gustar y otra mucha gente opta por el dinero contante y sonante que siempre gusta.
Hace mucho tiempo que no me atrevo a comprar nada a nadie a no ser que sepa de antemano lo que le gustaría recibir. En un mundo en el que cada cual es un mundo cerrado en sí mismo ya no se puede generalizar como antes en los que regalar una muñeca o un cuento a una niña y un trenecito y otro cuento a un niño era un éxito seguro.
Regalas un ramo de flores y te tropiezas con una alérgica, un buen jamón y das con un vegano, un trenecito y el niño no sale de su móvil,...Imposible.
A mi me regalan un bolso y siempre que me veo con la persona que me lo ha regalado llevo el bolso, yo regalo lo que sea y no vuelvo a saber nada del asunto. Los regalos han quedado atrás con el mundo feliz de mi infancia.
11/01/25 6:47 PM
  
Jorge Alberto
Hermoso ensayo. Gracias. El Niño Jesús incluso recibió los regalos de los Reyes Magos.
11/01/25 7:16 PM
  
JDom
Bruno, simplemente gracias por este y por tus últimos artículos que me han parecido fantásticos. Hace un mes un colega, me comentaba que tuvo un problema informático con una aplicación de la administración que no conseguía resolver, llamó, lo atendió un funcionario, le preguntó el nombre, le preguntó sobre su trabajo, le tranquilizó, -seguro que es alguna actualización de windows- resolvieron el problema, cuando colgó, pensó, esta persona podría haberse limitado a cumplir con su deber, lo que ha hecho es regalarme un cuarto de hora de su tiempo. Me parece que hemos de tratar de descubrir tantos regalos que recibimos en nuestra vida cotidiana, desde los más sublimes, como la Eucaristía o la Confesión como a tantos favores que nos hacen los demás y que se nos pueden pasar desapercibidos.
11/01/25 9:32 PM

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