Pensamiento del día: si te falta tiempo
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Reza a tiempo y a destiempo
reza con gusto y sin él,
reza si te sobra tiempo
y, si te falta, también.
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Un viejo adagio latino dice primum vivere, deinde philosophari. Es decir, primero hay que vivir, en el sentido de hacer lo más urgente, como comer y beber, tener un techo bajo el que refugiarse, etc. y solo después filosofar. Tiene sentido, desde luego, porque, aunque filosofar sea algo muy bueno, para poder filosofar es necesario mantenerse vivo.
Algo similar podría decirse de casi cualquier otra actividad humana, desde crear obras de arte a coleccionar tapones de corcho, desde ser Presidente del Gobierno a escribir un blog. Lo necesario para la vida es anterior a todas esas actividades y más importante que ellas, porque, por muy importantes que sean, todas requieren estar vivo para practicarlas.
Digo “casi", sin embargo, porque hay algo que es más importante que la vida misma. O mejor dicho, hay Alguien que es más importante la vida misma: tu gracia vale más que la vida, dice el Salmista. Dios siempre está primero, porque, por su propia naturaleza, no puede estar en otro lugar. En ese sentido, el primum vivere no se aplica a la oración, que es la relación con el absolutamente Primero.
Por eso, si uno no tiene tiempo para rezar, lo saca de donde sea. Si es necesario postergar, omitir, retrasar, olvidar o rehusar otras cosas para rezar, así se hace. Como decía un buen jesuita, si cuando te acuestas derrengado recuerdas que no has rezado, pégale fuego al colchón, pero no te duermas sin haber hecho oración. Rezar es más importante que dormir, más importante que comer y más importante que trabajar. Es, por supuesto, incomparablemente más importante que la gran mayoría de las cosas que hacemos, mientras nos decimos, como fariseos y mentirosos, que no tenemos tiempo para rezar.
De ahí el epigrama que he puesto al principio de este articulito y que es la regla práctica para decidir estas cuestiones. ¿Es hora de rezar? Reza. ¿No es hora de rezar? Reza. ¿Te apetece rezar? Reza. ¿No te apetece rezar? Reza. ¿Te sobra tiempo? Reza. ¿Te falta? Reza también. Echo un vistazo a mi vida y veo, con vergüenza, que saltarme esta regla ha sido el origen de todos mis problemas, mis desesperanzas y mis pecados.
Para el cristiano, primum orare, deinde cetera omnia, lo primero es rezar y después todo lo demás.
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Vivimos en un mundo que se muere. La civilización occidental cristiana, que durante dos milenios transformó por completo la historia de los hombres, se encuentra hoy en franca decadencia y, salvo milagro, se vislumbra ya su práctica desaparición. Ante un panorama tan desolador, este libro nos ofrece cuatrocientos epigramas, o frases cortas e incisivas en verso, que se dejan de tonterías y van directamente al grano.
Epigramas para un mundo que se muere refleja una visión profundamente cristiana que a la vez lamenta lo perdido, critica sin piedad los males y errores de nuestro tiempo y ofrece una esperanza firme. Gobiernos indignos, filosofías modernas, cristianos acomodados, clérigos desnortados y tantas otras lacras de nuestro tiempo reciben punzantes (y merecidos) dardos, pero sin caer en el pesimismo o la desesperanza ni perder el saludable buen humor. ¡Citable diez veces al día!
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Aquí como la amiga de Jesús, Marta, que además es mi nombre real, atareada en mil quehaceres y dejando de lado muchas veces lo más importante.
“El enemigo es astuto, el Señor lo es más”, nos dice la Virgen. Arroja escombros e inmundicia a nuestro paso para demorar nuestro avance hacia la victoria de María. Se retira a la desbandada, carece de un plan realizable, obra como terrorista.
Vivimos el tiempo de la Misericordia. “Ha venido la Misericordia ¿Y no la aceptan?” (Mens. de Jesús en San Nicolás).
El círculo se cierra entorno de quienes rechazan a María, Madre de la Misericordia, la eluden o la silencian. “Cargarán con sus culpas”, nos dice la Virgen.
La oración nos lleva a entender que la Evangelización debe ser llevada a toda la humanidad. Los casi ocho mil millones de hermanos la esperan, aún sin saberlo.
Europa, España en particular, tienen la oportunidad de movilizar su pueblo cristiano una vez más, para esta causa nunca abordada en su total dimensión. Porque hoy no cabe hablar de evangelizar aldeas; o abordamos el mundo de hoy en su totalidad, o lo hará el NOM. Nos ha sido lanzado el desafío total. Estamos obligados a responder bajo la conducción de la Señora Vestida de Sol que avanza frente a su ejército de las milicias angélicas, de bienaventurados, y de sus hijos fieles de la tierra.
Un día el demonio le reprochó al cura de Ars el rezar en cualquier momento y circunstancia ya que, según decía, no todos los momentos y circunstancias son aptas y decorosas para dirigirse a Dios. Concretamente acusaba al cura de que incluso en el momento de estar haciendo sus necesidades también aprovechaba para rezar. A lo que el cura le contestó que lo que subía siempre iba para Dios y lo que bajaba para él.
Por eso yo defiendo que se debe rezar siempre aunque una acabe frustrada porque se reproche no hacerlo con unción. A mi me reconforta que después de haber rezado recuerde cada misterio o, aunque se me haya la cabeza a otro sitio en alguna ocasión, algunas avemarías han sido rezadas pensando en la Virgen y, cuando rezo el Credo, lo hago con la máxima atención. Dios nos conoce, sabe cómo somos y perdona nuestras miserias. El hábito de rezar es importante, independientemente de que no siempre reces igual.
Al contrario que otras personas, que están muy preocupadas por otras cosas todas ellas muy buenas, a mi me preocupa el desplazamiento de Dios de su posición central como pide el Primer Mandamiento y que esa posición haya sido ocupada por alguien o algo que no es Él.
Al día siguiente le venían a preguntar: "Don Fulano, ¿podemos rezar mientras fumamos?, a lo que Don Fulano respondía que ¡POR SUPUESTÍSIMO!, TODA OCASIÓN AGRADA A NUESTRO SEÑOR.
Lo que pasa es que lo empleamos mal.
Es necesario que la Iglesia promueva una acción masiva del clero y de los fieles, que se la plantee con la responsabilidad intelectual que corresponda.
La Evangelización de la humanidad es condición ineludible para llevar a cabo las grandes obras que el Reino requiere hoy. Una humanidad unida en Cristo, conducida por la Aurora de María, dispondrá de los recursos espirituales y materiales necesarios, sólo así podrá realizar lo que es propio del todo, y que ninguna de las partes puede llevar a cabo por sí misma.
Puesto se trata de edificar el Reino que se resuelve en Cristo, que ha asumido la totalidad de lo creado en Él: ángeles, hombres y cosmos.
El Plan trazado por Dios dista de los proyectos del mundo, cuanto dista la Sabiduría y Omnipotencia, de la pequeñez del “hombre viejo del pecado”.
Por esto, Dios envía a Su Madre para que, irradiando su Aurora la Luz de la Gloria de Cristo, se manifieste en nosotros nuestro “hombre nuevo”, que dispone de los medios sobrenaturales y naturales adecuados para la tarea proféticamente prevista por los tres grandes Pontífices.
El camino que prepara María a la Venida del Señor, es un Amanecer creciente de Cristo que ya se aproxima al horizonte de la Iglesia, de la humanidad y del universo.
La Evangelización debe orientarse a este objetivo. La humanidad puesta de pie, aclamando a Cristo que viene (Apoc).
Juan XXIII (creo): El peor rosario es el que no se reza.
Chesterton: Si vale la pena hacer una cosa, vale la pena hacerla mal.
N.S. Jesucristo: Velad y orad, para no caer en tentación.
Así que ánimo, Dios no nos abandona y sabe perfectamente de qué pasta estamos hechos. No dejemos la oración, con ganas o sin ellas.
Si faltan los alientos necesarios, que oren a María, Madre y Tesorera de todas las gracias. Cristo les concederá por su Mediación, los recursos para escapar de la ciénaga que los rodea y paraliza. Tomados de las Manos de María podrán avanzar bajo su Conducción.
El tiempo urge. El orgullo de satanás es una densa tiniebla que impide ver. Es evidente la resistencia a María que se advierte en el Santo Padre Francisco, en gran parte del clero y de los fieles,
Oremos a la Virgen nos permita participar de la Misión que Cristo le ha confiado: derrotar al NOM, moderna Babilonia, la ramera del Apocalipsis; convertir a la humanidad; y pisar la cabeza del dragón. Para preparar, así, el camino a Cristo que viene.
Arrepentida por las otras horas.
El buen Jesuita ¿Quién es?
Tengo una frase parecida en la cómoda de mi dormitorio.
El fuego no me atrevo a meterlo.
¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 8).
La contemplación busca al “amado de mi alma” (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en Él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.
La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 27 [teológica 1], 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.
La elección del tiempo y de la duración de la oración contemplativa depende de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.
Lo adoran también los agradecidos, para mí ser conscientes de que todo aquello que, aparentemente, ha sido conseguido por tu propio esfuerzo es obra de Dios es el principio de la humildad. Tenemos la tentación de apuntarnos la buena gestión de nuestros proyectos, o valorar nuestro trabajo sin tener en cuenta la acción del Espíritu Santo inspirador.
También es importante preguntarse: "Señor, hazme saber para qué soy bueno para alabarte mejor". Desde luego hemos recibidos dones pero no siempre aquellos que nos gustarían, evita la frustración y la queja hacer introspección para saber de verdad para aquello que se nos dio talento y para lo que no. Todo esto es oración.
El que ha nacido en una buena familia cristiana tiende a no darse cuenta de ello porque, en principio, cree que todo el mundo ha sido obsequiado con ese favor del cielo, pero la vida te enseña que tal cosa puede ser un privilegio, que no es una suerte como muchos piensan, sino un designio de Dios.
Pensar todas estas cosas es orar, como cuando los Evangelios dicen: "María guardaba todas estas cosas en su corazón".
Feri suele echar mano de muchas citas, yo cito muy poco, pero el que es católico de verdad puede repetir la letra o puede decirla con sus propias palabras. Se sabe si se es católico cuando hablas por tu cuenta y no contradices el Magisterio, como hacía Chesterton, por eso yo no he pedido más de una vez que, si algo digo contrario a la Tradición, la Doctrina y el Dogma, se me haga saber.
Siempre he sido así, cuando estudiaba se reprochaba a la educación del momento (franquista) que obligara a repetir de memoria lo aprendido, nada más lejos de la realidad. Si hubiese sido así habría suspendido una y otra vez y no lo hice, lo que los profesores querían saber es si me había enterado del asunto, no que hiciera de loro.
Por eso mientras otros hablan sobre la oración según éste o el otro, según Santa Teresa de Jesús o San Gregorio Nacianceno, yo lo hago sin consultar. Se supone que un católico ya ha recogido estas enseñanzas.
«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r: Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p 389-390).
“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]).
La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado a la alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15, 5)
Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón “El espíritu [] está pronto pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Cuanto más alto es el punto desde el que alguien toma decisiones, tanto mayor es la dificultad. El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.
Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25) ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser “vida nuestra”, si nuestro corazón está lejos de él?
«No pretendas conseguir inmediatamente lo que pides, como si lograrlo dependiera de ti, pues Él quiere concederte sus dones cunado perseveras en la oración» (Evagrio Pontico, De oratione, 34). Él quiere «que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos» (San Agustín, Epistula 130, 8, 17).
“No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar” (Evagrio Pontico, Capita practica ad Anatolium, 49).
«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina [], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).
«Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil [...]. Es imposible [...] que el hombre [...] que ora [...] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 5) «Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, pars 1, c 1)
A mi me parece que no es éste el medio para enseñar al que no sabe, la acedia es muy complicada y no es igual en Evagrio Póntico que en Santo Tomás de Aquino.
Por cierto, la frase "El espíritu está pronto, pero la carne es débil", visto así, a bote pronto no parece ir de consuno con la acedia porque ésta es un mal del espíritu, no de la carne. Uno puede estar físicamente muy bien y padecer de acedia y los hay enfermos (con enfermedades del cuerpo, naturalmente) que no la padecen.
Si se percibe una paradoja hay que darle vueltas y la frase pronunciada por Jesús en Getsemaní es paradójica: "El espíritu está pronto, pero la carne es flaca". Cuando a mí me visita la acedia no ataca a mi carne ya que la desgana es un mal espiritual, no corporal. Jesucristo es Dios y, por lo tanto, su Espíritu es complejo, en cambio su carne no; nosotros somos solamente humanos y tanto nuestro espíritu como nuestra carne son débiles. Sabemos que Jesucristo, en cuanto a la carne - es el Verbo Encarnado -sentía lo mismo que nosotros, pero el hecho de que es Dios plantea dudas con respecto a cómo fue su espíritu mientras vivió en este mundo. Es un misterio el hecho que pudiera tener también debilidades espirituales porque, si las tuvo y fue capaz de vencerlas con su naturaleza humana, es extraño que dijera que el espíritu está pronto porque en las personas humanas el espíritu no está pronto..
¿Ves? Esto lo pienso solita y si viene alguien más docto y me lo explica se lo agradezco.
Los Ángeles Caídos no pudieron ser lastrados por un cuerpo que no tenían. Si los ángeles pecaron es que se puede pecar aunque seas un espíritu, lo que hace paradójica la frase de Jesucristo, como no sea que una lo aplique al contexto en que aparece y no pretenda sacarlo de ahí.
La relación entre el alma y el cuerpo es misteriosa, solo Dios sabe cómo se interrelacionan. Y más misteriosa aún es la Resurrección de la Carne y está en el Credo.
Es un acontecimiento que divide la Historia de la Salvación en dos: el tiempo del “hombre viejo” que termina, y el amanecer del “hombre nuevo” que consumará la obra de la Evangelización, es decir, nos conducirá nuevamente a la “armonía primitiva” (Pío XII), a la “Civilización del Amor” (S. Pablo VI), a “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S. J. P. II).
El “hombre viejo” que subsiste hasta hoy en el cristiano, ha demostrado ser incapaz de superar el desafío lanzado desde hace ocho siglos (cuando el tomismo es abandonado progresivamente). Es menester que se manifieste en nosotros el “hombre nuevo”, provisto de los dones necesarios para llevar adelante los trabajos ingentes que suponen el advenimiento de un Mundo Nuevo.
La Aurora de María está abriendo el camino a tal acontecimiento.
Hay por ahí un librito titulado "Oraciones cotidianas" que lleva a modo de subtítulo "que vuelven el mundo del revés" (esto último debe ser un error, pues creo que lo correcto seria lo contrario), de un tal Bruno Romero Ramos (Editorial Vita Brevis, 2020) que a mí me ha ayudado mucho a vivir (y a dormir, dicho sea sin ánimo crítico, pues lo tengo como "libro de cabecera"): te transmite una paz de espíritu tal que no pides más (bueno sí, el libro, pero es muy baratito). ¡Y no cobro comisión!.
Por eso, el patrimonio excelente de la Iglesia acumulado durante veinte siglos por la liturgia, doctrina, órdenes religiosas, catedrales, bibliotecas, santidad de vida, orden jerárquico, y demás bienes con que Dios la enriqueció para que pudiera llevar adelante su misión de evangelizar la humanidad, y extender así el Reino de Dios, ha venido a ser insuficiente para contener el ataque violento del demonio en estos últimos tiempos, “porque sabe que le queda poco tiempo” (Apoc.)
Es una verdad que olvidan en general los Pastores y sacerdotes, que ellos son débiles miembros de la Iglesia, falibles y pecadores, a quienes el demonio sacude con rabia y astucia hasta volver efímera su acción. Y olvidan, y tampoco advierten su inoperancia en los tiempos actuales, en los que la Iglesia tambalea y se ha detenido su misión de evangelizar.
Por esta razón, Dios había previsto desde la Eternidad, la creación de su Obra Maestra, la Santísima Virgen María. La Señora Vestida de Sol que pisará la cabeza del anti-cristo, o dragón.
Ella posee a su disposición como Tesorera de los bienes celestiales los recursos de Sabiduría, Santidad y Poder, otorgados por Cristo, para hacer posible a la Iglesia consumar su misión. María convoca a todos a “trabajar en Su Causa”, que no es otra que “preparar el camino del Señor que Viene”.
Por eso, es insuficiente apelar a los bienes del patrimonio cristiano sino lo hacemos tomados de las Manos de María. Somos vasijas de barro que no podemos contra los ataques poderosos del demonio, no somos capaces de emplear debidamente ese venerable tesoro, porque las tinieblas que nos rodean impiden dar en el objetivo, y de este modo nuestros discursos e iniciativas son hojarasca inofensiva.
Urge que nos convirtamos a María para que así nos convirtamos a Cristo Verdadero, no a un Cristo sin María, al que algunos insolentes pretenden disminuir a Su Madre, eludirla y silenciarla en Su Misión de batallar contra el anti-cristo y sus secuaces. Audaces, llevados por el orgullo, mundano disimulado, creen poder enderezar la Iglesia que se derrumba, acomodándola a sus medidas, pero manteniendo vigente el mundo, un mundo que no quieren que sea derribado como la Babilonia del Apocalipsis.
Por eso rechazan a María, ponen reparos a la Eminencia de su Lugar en la Iglesia. “No, ni un extremo, ni el otro” afirman estos auto proclamados administradores del Honor, Santidad, Majestad, Omnipotencia de María Trono y Santuario de la Santísima Trinidad. Porque el triunfo de Su Corazón Inmaculado implica el aniquilamiento del mundo moderno, sea "primer mundo" u otro cualquiera.
La Aurora aumenta anunciando el Gran Día del Señor.
https://www.youtube.com/watch?v=VAX7xxWkqhY&t=195s
Cuando un niño enciende la luz de su dormitorio, o abre la canilla para lavar sus manos, ignora que ha activado un complejo sistema de artefactos y personas que lo operan.
Algo semejante sucede con nuestra oración, simples palabras dirigidas a Dios. Ignoramos que su ejercicio está asegurado por el complejo sistema cielo-tierra. En general la conciencia de nuestra percepción cae sobre cosas y hechos que se corresponden a nuestra dimensión humana. No nos ocupamos de una grano de arena, o de una partícula de polvo, quizás tampoco de una hormiga ni de una estrella determinada.
Sin embargo, la realidad que nos afecta y constituye, está integrada por un número casi infinito de entes y de acontecimientos que determinan de modo directo nuestra existencia. Hay un cosmos y un microcosmos de átomos, y hay un tiempo y un micro tiempo de momentos o instantes, cada uno de los cuales puede ser entendido y valorado como un abismo del tiempo. Como no existe una partícula límite en la materia, no existe un momento o instante de duración límite en el tiempo.
Es en este ámbito, donde los entes y los aconteceres colman cada instante de nuestro existir por sus vínculos con nosotros, desde el que elevamos nuestra oración.
Es bueno saber que cuando oramos activamos el complejo sistema de nuestra existencia, lo que pedimos, agradecemos y glorificamos, conmueve al sistema tierra-cielo. El universo se agita siempre en búsqueda de participar más y más en el Verbo Creador, en la Quietud y Paz del que Es.
"Porque tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria. Amén"
Señor "estoy a la puerta y llamo" (Apoc 3, 20).
En un Mensaje dado en San Nicolás, la Virgen nos dice: “La Venida del Señor es inminente y como dice la Escritura, nadie sabe el día ni la hora; pero será y ciertamente para esa hora, debe el alma del cristiano prepararse. Hasta las piedras sabrán de Él” (26-3-1988)
Bien, no encontró mejor forma de eludir la verdad sobre Cristo Rey del universo que, con esa astucia quizás enseñada en los seminarios (porque es más que frecuente), acudir en su predicación a la celebración del 14 de setiembre de la Exaltación de la Santa Cruz.
Cargó con todo el horror de los sufrimientos de Cristo, los cuales, después de recordarlos, hizo notar que habían pagado generosamente las cuentas por nosotros, Que debíamos vivir en el gozo y gratitud de sentirnos redimidos, seguros de encontrarnos un día con nuestros seres queridos en el Paraíso.
Tranquilizados los ánimos y las conciencias, podíamos vivir despreocupados de que Cristo no era un “déspota sanguinario” (sic), que pretende imponernos violentamente normas sin respetar nuestra libertad.
Pero se guardó muy bien de mostrar el espanto de los enemigos de Cristo cuando Él vuelva: “Decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero, porque ha llegado el día grande de su ira, y ¿quién podrá tenerse en pie?” (Apoc 6. 16).
“Yo soy Aquel que soy”.
“¡Oh!, Vos que sois, oíd, pues, oíd y atended benévolamente!” (E. Hello. El Hombre, El Estilo).
Y bien, la oración tiene por recinto la tierra desde la que se eleva de la que recibe su estilo humano: la palabra. La oración hace de la Tierra el centro del universo, mal que les pese a las teorías heliocéntricas, extra galácticas, de expansión del universo, del corrimiento hacia el rojo, y de cualquier otra concepción contraria a la concepción geocéntrica, elaboradas desde Copérnico, Galileo y sus discípulos, dominados por la obsesión de desplazar al hombre del centro del universo.
Hay en esta obsesión un callado rechazo contra el señorío del hombre sobre la Creación. Del hombre hecho a imagen y semejanza del Creador. Ha causado gran daño en la mentalidad y piedad cristiana, porque ha apagado la conciencia de nuestra responsabilidad en el mundo, ha infundido un prejuicio de falsa humildad, que ha llevado a deponer ante las ciencias racionalistas, empíricas, mecanicistas y ateas, la sabiduría fundada en la Revelación. Y hasta avergonzarse de ella.
La Tierra es el centro del universo, no desde el sistema mecánico total que ignoramos, y que es totalmente secundario, sino en su realidad cósmica, biológica, humana, teológica, ontológica y cristiana.
El universo está ordenado desde la Creación de modo tal que ha hecho posible que la Tierra sea el centro excelente del cosmos en virtud de haber alcanzado las condiciones físicas que hacen posible la vida.
Masa de nuestro planeta, fuerzas gravitatorias del Sol, Luna y demás, que determinan los ciclos del día y de la noche, los anuales del clima, y las múltiples consecuencias de la atmósfera que nos aseguran el aire y el agua indispensables para vivir. Dicho brevemente, la Tierra es el paraíso del universo. Y no conocemos de ningún otro.
Y aún, si lo hubiera, la Tierra tiene en el cosmos la pre-eminencia de ser la morada en que Dios creó al hombre, a Adán que dialogaba con Dios. Y por cuya “oh, feliz culpa”, como la invoca la Iglesia en el Viernes Santo, “merecimos un tan grande Redentor”.
La ciencia moderna debe convertirse; si ha errado en su miope mecanicismo en esta verdad fundamental acerca del lugar central que ocupa la Tierra en el universo, el cual gira y se desplaza en torno a nosotros y por nosotros conforme al designio divino y a la verdad empírica-racional, ¡en cuántos errores habrá incurrido, y le estarán impidiendo unirse a la oración fundamental: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Si la ciencia no reconoce al Creador, no puede comprender el magno misterio de su obra, caerá en la ciénaga de los errores y perversiones a que conduce el orgullo del racionalismo ateo.
La sabiduría llama a la ciencia a que retome su camino, que no menoscabe su objetivo inmenso, inexplorado, eminente y santo: trabajar por "restablecer la armonía primitiva" (Pío XII), volver al universo a sus quicios originales y hacer de él el inconmensurable jardín de una humanidad cada vez más numerosa que lleve hasta los espacios siderales los bienes y bellezas de la morada humana, centro del universo.
Cristo Rey del universo nos participa su Señorío de Creador y Redentor; Él ha asumido la Creación en Sí ( cf. Col 1, 17; Ef 1, 18-23).
Cristo, no sólo no nos ha destronado, sino que ha sobre-elevado nuestro señorío como su mandato de extender el Reino. Aquí no caben falsas humildades, ni falsos ecumenismos, sino la obligación de hacer valer el Señorío de Cristo en la tierra y en el universo.
La astucia del demonio ha hecho que por medio de la ciencia mermara la conciencia de nuestro designio eminente, que comprende la tierra y la vastedad de los espacios siderales.
Debemos revertir la herejía de la ciencia y de los ingenuos cristianos acomplejados frente a la soberbia de los falsos prodigios del mundo moderno; se han replegado pusilánimes, deponiendo nuestros derechos a Evangelizar la Verdad en el mundo todo.
Las órbitas heliocéntricas de la Tierra y los planetas del sistema solar sirven a la verdad cristocéntrica que hace de la Tierra el lugar eminente donde y desde el cual tiene lugar la Redención. Es necesario restablecer en las conciencias esta verdad: la Tierra y el hombre somos el centro de gravitación intelectual, moral, teológico y ontológico del universo.
De lo cual debe seguirse una decidida vocación de evangelizar a nuestros casi ocho mil millones de hermanos.
La Aurora de María viene a ayudarnos con los recursos del “hombre nuevo” nacido en Cristo por el Bautismo.
¡Basta de apocados discursos que sólo miran al pasado! Hay un futuro que nos aguarda, que ha de transfigurar la realidad del mundo del “hombre viejo”: “He aquí, que hago todo nuevo”.
Entonces se manifestará la gloria de la Creación, todas las cosas se vestirán de nuevo esplendor, y la Tierra en la que nació, vivió, y plantó Cristo su Cruz, irradiará su luz sobre todo el universo.
Estos son los títulos que nos habilitan para poner las manos al arado y abrir los surcos del Reino en todas direcciones. Mas para ello, acudamos humildes y confiados a la Aurora de María que nos proveerá de la sabiduría y alientos para la magna empresa de la conversión de la humanidad, condición sine que non para llevar a cabo lo que ha de segur.
S. Pablo VI proclamó la Civilización del Amor como hito fundamental del Reino de Dios. Esto supone la conversión de la humanidad por medio de la evangelización.
Por lo tanto, amor-oración- evangelización-conversión constituyen una unidad.
La oración pone en movimiento los dones de Dios; la Aurora de María los irradia sobre la Iglesia, la humanidad y el universo.
Las cosas son verdaderos reservorios del amor que el Verbo Creador les participó, que luego sobre-elevó al asumir la Creación en Sí ( cf. Col 1, 17; Ef 1, 18-23).
El mundo, esto es, la humanidad y el universo, necesitan una explosión de amor que los transfigure. El amor que contienen las cosas supera la energía de los átomos.
La Civilización del Amor se establecerá mediante la unidad de la gran familia humana.
Oremos a fin de que también las cosas se sumen a la edificación del Reino, liberando el amor que contienen. El amor es la salud del mundo. Y sólo la oración puede lograrlo.
Una civilización importa un cúmulo de realidades cultivadas por el hombre y hechas fructificar con sus esfuerzos hasta el punto de constituir una unidad que asegura permanencia a quienes viven en ella y de ella.
Ante el mundo moderno que se desploma en su conjunto, el intento de sustituir la moderna Babilonia por un mundo nuevo resulta tarea ciclópea. Requiere medios extraordinarios capaces de reinstalar a la humanidad en una morada de “novísima” construcción “escatológica”; por eso la llamo “novísima”. Los “novísimos” o “nuevos tiempos de María” han inaugurado una nueva edad del Reino de Cristo entre nosotros.
De la Aurora de María descienden rayos de sabiduría, alientos, santidad y poder que han de permitir tal sacro empeño. No es obra sólo humana, sino aunada entre la tierra y el cielo.
La oración mueve montañas, también es capaz de mover un mundo y “re-edificarlo desde sus fundamentos” (Pío XII). La tierra gime bajo el peso de los pecados, por su rebelión contra Dios, por su orgullo apóstata, ciego e imbécil. Y por su rebelión contra María que ha recibido de Su Hijo la Misión de llamarlo a la conversión.
No todos hemos recibido de Cristo un mismo oficio, pero todos podemos y debemos orar. Oremos, como señala Bruno: “Reza a tiempo y a destiempo reza con gusto y sin él, reza si te sobra tiempo y, si te falta, también.”
Se trata de crear una Civilización cristiana integrada por todos nuestros hermanos del mundo.
No cabe ni remotamente hablar de restaurar el Occidente Cristiano tal como lo dio a luz la cristiandad durante estos veinte siglos, sino de que éste, puesto de pie, proyecte una nueva luz que convoque a todos los hombres, en la medida que la evangelización los vaya aportando a la Iglesia, a aunar los esfuerzos en pro de una obra común, bajo la inspiración y alientos de la sabiduría y santidad que irradia la Aurora de María.
Ninguna civilización anterior o actual elaborada por el “hombre viejo del pecado” puede intentar obra tan tamaña y trascendente.
La Nueva Evangelización conduce a una conversión profunda y transfigurante de la humanidad, tal como no la hubo nunca hasta ahora: la manifestación del “hombre nuevo” nacido en Cristo por el Bautismo. “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros os manifestaréis también con Él en gloria” (Col 3, 4).
Cristo manifiesta la Luz de su Gloria por medio de la Aurora de María.
Es bueno que cambiemos ideas respecto a cómo llevar adelante la Nueva Evangelización a escala planetaria. Quizás, me atrevo a pensarlo, el Espíritu Santo difunda sus dones en ese Nuevo Pentecostés que espera e invoca la Iglesia. De modo que haya un movimiento general en favor y búsqueda de la conversión. Cada cristiano puede mediante la oración integrar una comunidad de evangelizadores, allí donde él esté, sin esperar una organización visible, la que podrá sobrevenir con el tiempo como consecuencia natural.
María, la Primera Evangelizadora, nos guiará y alentará para anunciar el evangelio mediante la oración y vida cristiana allí donde Ella juzgue conveniente, sin que sea necesaria nuestra presencia física, pero sí la presencia espiritual. A ejemplo de Santa Teresita del Niño Jesús.
Entre los elementos constitutivos de la Civilización del Amor cabe esperar la conversión de la filosofía, de la ciencia, de la técnica, del arte, de la política, de la cultura y costumbres. “Es todo un mundo que debe ser construido desde sus fundamentos (Pío XII).
Las ciencias y técnica modernas trabajan según los parámetros mentales del “hombre viejo”, y sobre “las cosas sometidas a la esclavitud del pecado” ( Rom 8). Es menester una transfiguración de nuestros cánones por la Aurora de María, a fin de conducir la Creación toda a “participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8).
La oración es la llave que abre el Corazón de Cristo y el Corazón Inmaculado de María. Sólo por ella podremos construir la “Civilización del Amor” (S. Pablo VI).
A poco que reflexionemos, advertimos lo inmensa y compleja que es la tarea, en cuanto depende de nosotros como instrumentos de Dios para la edificación de Su Reino.
Ante todo es necesario una profunda conversión al amor, el cual ha de abrir nuestra alma a la aceptación de los dones que Cristo nos ofrece por Medio de Su Madre.
El “hombre nuevo” se manifestará de más en más en nosotros en tanto seamos iluminados por la Aurora de María. Entonces, podremos llevar adelante nuestros trabajos, conscientes de que ingresamos en el Misterio de las cosas de Dios.
Porque no será obra humana, sino exclusivamente obra del Espíritu Santo, que nos vivificará y guiará hacia la sabiduría, santidad y poder necesarios para obrar en el Reino.
La teología, filosofía y ciencias se ayudarán mutuamente en su camino hacia el conocimiento pleno de la realidad de las cosas materiales, que “debemos administrar y restablecer en su armonía primitiva” (Pío XII).
Las artes deberán insuflar en la humanidad los esplendores de la Belleza participada por Dios a la Creación.
La Liturgia dispuesta bajo la autoridad, sabiduría y guía de la Iglesia será la fuente y el vínculo eminente de los hombres con Dios, por medio de la cual alabamos, imploramos, damos gracias y glorificamos al Señor Rey del universo.
De estos y demás medios cristianos surgirá de modo progresivo esa magna “Civilización del Amor”, cuyos inicios han comenzado.
Lo primero: que la Iglesia asuma la conducción de la empresa, sin perjuicio de que quienes adhieran a ella, decidan sus propias acciones. Es un trabajo de la Iglesia jerárquica, Madre y Maestra, y de los laicos en tanto responsables del orden temporal. Ambos órdenes deben concurrir con sus aportes específicos.
La oración es el motor que da vida al conjunto. Cristo obra por Medio de Su Madre, Ella trae la Misión de presidir la preparación del camino a la Venida de Su Hijo. De esto se trata.
Una Civilización del Amor comprende muchas cuestiones de orden teológico, filosófico, científico, técnico, político, cultural y demás realidades humanas.
Es fundamental comprender tiene alcances mayores que cualquiera de las civilizaciones precedentes, porque su razón de ser es de orden escatológico, debe responder a los “nuevos tiempos de María”, vivificada por la Luz de la Gloria de Cristo que irradia la Aurora de la Virgen: “Estoy anunciando a Cristo, anuncio su Reino, anuncio su Amor. Aleluia” (Mens. de la Virgen en San Nicolás, 10-9-1986); “Causa de la Aurora más resplandeciente es el Señor, Yo haré que la veáis” (San Nicolás 9-3-1986).
Un mundo en el que el racionalismo-irracional ha perdido la conciencia del ser, ignora lo absoluto y eminente de la verdad; la trascendencia del mundo visible hasta las profundidades abismales de la realidad inteligible.
Es necesario sanar la inteligencia, que recupere la noción del misterio en el que se resuelve toda cosa y todo acontecer. Lo cual implica restablecer la sabiduría, frente a la ciencia empírico-racional que sólo atina a lo profano, sin comprender la sacralidad de las cosas materiales. El conocimiento empírico-matemático es fundamental, pero debe profundizar con sentido cristiano más allá de la superficie de las apariencias sensibles, hasta vislumbrar y, si le es posible, relacionarla con el discurso inteligible del verbo que late en lo hondo de la realidad.
Verbo participado por el Verbo Creador, verbo de sabiduría y amor que impulsa al universo en sus ciclos portentosos.
La Civilización del Amor asume la realidad de la Creación como dominio confiado por Cristo a su señorío participado, a fin de que conduzca las cosas de la tierra y de los espacios a una creciente perfección, ejecutando de más en más el gran designio del Creador. Todo lo cual deberá ser integrado como parte de la gran Liturgia de la Iglesia.
Naturalmente, la tarea de promover la Civilización del Amor es de pleno derecho de la Iglesia. Lo cual no impide que los fieles advirtamos algunas circunstancias que deben superarse: tal la condición general del clero y fieles limitada por el “hombre viejo del pecado”, causa de la parálisis de la evangelización, de la no comprensión de los “nuevos tiempos de María”, de la presencia de la Aurora que irradia la Luz de la Gloria de Cristo en la Iglesia, en la humanidad y en el cosmos, del llamado urgente a “la conversión del mundo entero”, de haber iniciado María la preparación del camino a la Venida del Señor, del triunfo del Inmaculado Corazón de María en el mundo, la consiguiente caída de la Babilonia o mundo moderno (NOM), el “restablecimiento de la armonía primitiva” (Pío XII), el “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S. J. P. II).
Son realidades escatológicas, que un clero mal formado y sometido a la prédica activa e insidiosa de miembros de la Iglesia adheridos a la cultura impuesta por el racionalismo anti aristotélico-tomista, oscurecidas las inteligencias y voluntades por el “humo de satanás”, infiltrados por la masonería, lisonjeados por el espíritu mundano, domesticados timoratos por la democracia liberal triunfante después de la Segunda Guerra Mundial, carecen de la conciencia del señorío que Cristo nos participa.
Una Iglesia en tales condiciones, reducida casi a una ONG, a discursos quejumbrosos, a papelería de documentos, a burocracia vaticana y episcopales, a conversaciones sin fin en sínodos, encuentros y demás alardes, ciertamente no está dispuesta a concebir grandes emprendimientos. Y como no los entiende, menos la entusiasman.
Por eso, cabe esperar que María con su Aurora ilumine a la Iglesia y la rejuvenezca, que prepare el nuevo Pentecostés anunciado, y así, podamos esperar confiados con la certeza absoluta expresada por las afirmaciones proféticas de los tres Papas ya mencionados.
Agradezcamos al Señor que ha enviado a Su Madre a anunciarnos tales buenas nuevas, que lleguen hasta los confines del mundo, despierten a nuestros hermanos y se dispongan a avanzar hacia la Nueva Edad del Reino de Dios.
“La sabiduría es pura, pacífica, indulgente, llena de misericordia y de buenos frutos” (Sant 3, 17).
La oración es el medio para conseguir la sabiduría que Dios nos participa hoy en medida extraordinaria por Medio de la Aurora de María.
Si de lo que se trata es “edificar un mundo desde sus fundamentos” (Pío XII), es evidente que necesitamos sabiduría, y no sólo humana, sino sobre todo del Espíritu Santo.
El mundo del “hombre viejo del pecado” llega a su término a causa de su propia condición perecedera.
Mas la Escritura nos revela nuevas vías para seguir adelante. La manifestación del “hombre nuevo” nacido en Cristo por el Bautismo nos abre un horizonte inmenso en el espacio y en el tiempo, un abismo que muestra la realidad bajo nuevas dimensiones.
En ella no existe lo profano, todo es sacro, vivificado por la semejanza del Creador. La Historia de la Salvación sigue su curso humano-temporal, pero reconociendo en las cosas y en los aconteceres su esperanza de “participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8).
La Civilización del Amor nos pide ascendamos a un plano superior.
Hubo un experimento que intentó que un ciego de nacimiento visualizara el color rojo; tras largos e ingeniosos recursos, el ciego exclamó: “Ya lo veo, es así como un toque de clarín”. Algo parecido puede ocurrir con los intentos de hacer comprender a las inteligencias modernas la realidad objetiva de las cosas, esto es, del ser presente en ellas. Tan perturbados están sus atributos para realizar el acto de intus legere, el leer adentro, tras los datos del conocimiento sensible, las evidencias de la realidad objetiva extramental. El subjetivismo ha desmoronado el artefacto de la inteligencia, privándola de reconocer su objeto propio, como el color para la vista.
En una situación así, el cristiano que se proponga evangelizar, debe atinar antes de todo intento, dirigir su oración a Dios, pidiendo sane el sentido común de las inteligencias. De no hacerlo, tropezará con el laberinto sin salida que encierra al mundo moderno.
Civilización de orden escatológico, porque corresponde a los “nuevos tiempos de María”, de su Aurora que irradia la Luz de la Gloria de Cristo que se aproxima al horizonte de la Iglesia, de la humanidad y del universo. “Anuncio a Cristo, anuncio su Reino, Anuncio su Amor” (San Nicolàs).
Tres Papas avalan implícita y explícitamente con sus enseñanzas proféticas la proximidad de esta nueva Civilización escatológica, por lo tanto, nunca habida desde la creación del mundo: la “restauración de la armonía primitiva” (Pío XII); la “Civilización del Amor” (S. Pablo VI); “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S. J. P. II).
Si la Iglesia, me refiero a sus Pastores, sacerdotes y fieles, entienden que ante el precipicio que amenaza sólo cabe esperar el designio de Dios anunciado por estos tres Papas, el que ha sido confirmado extensamente por la Virgen en sus Mensajes al Movimiento Sacerdotal Mariano (P. E. Gobbi) y por los dados por Ella y por Jesús en San Nicolás (Argentina), si así lo entienden, deberán arbitrar los medios para comenzar a trabajar en esta dirección.
Trabajar por crear los “fundamentos de un mundo a edificar” (Pío XII), supone una sabiduría y alientos de convicción que sólo la Virgen puede darnos desde su Aurora.
Es una opción ineludible, porque sólo la Iglesia está facultada por Cristo para extender su Reino.
Una Iglesia alicaída, como la actual, es probable no preste atención a este eminente llamado, su vigor está exhausto, pero además, se le pide un salto descomunal desde el plano del “hombre viejo del pecado” al plano escatológico del “hombree nuevo” nacido en Cristo por Bautismo.
Es un paso dado fuera del “tiempo histórico” para ingresar en los tiempos de la Nueva Edad del Reino. San Juan Pablo II denominó esta decisión: “Cruzando el umbral de la Esperanza”.
Tras este “umbral” nos espera la “restauración de la armonía primitiva” (Pío XII), que permitirá liberar en toda la Creación el amor participado por el Verbo Creador, última constitución de todo ente creado, e instaurar mediante él la nueva Civilización del Amor (S. Pablo VI).
Quienes vislumbren, siquiera, este Acontecimiento inaudito, serán poseídos por el entusiasmo ilimitado que acompaña a las empresas memorables.
¿Quién puede hablar de “restablecer la armonía primitiva” con todo lo que ella implica, sino ubicándose en el orden escatológico? ¿O, entender que la Iglesia está llamada a “preparar el camino a la Venida del Señor” bajo la Conducción de la Virgen que ha recibido esta Misión?
Los Pastores han sido puestos en alerta máxima; ellos tienen la responsabilidad de responder afirmativamente a los llamados de Dios hechos por Medio de María, a fin de evitar que la estructura humano-jerárquica de la Iglesia se deteriore aún más, y que la humanidad se despeñe por el precipicio. “¡Qué densa la tiniebla que os envuelve!...¡En qué abismo habéis caído” (Mens. al Mov. Sacerdotal Mariano, P. E. Gobbi, 13 de mayo de 1987).
En principio, no se requiere sínodos, ni documentos de la Santa Sede, basta con que algunos Pastores cambien ideas entre ellos, y sobre todo que comprendan la Misión que Cristo ha encomendado a Su Madre.
Los Pastores son los artífices primeros, los responsables de abrir el camino a la nueva Civilización escatológica del Amor.
Wojtyla expone en ellos el escenario de los últimos veinticinco años del siglo XX, los que considera “bajo el signo de una gran espera. Concluye en su párrafo final: “nuevo Adviento de la Iglesia y de la humanidad. Tiempo de espera y, juntamente, de una decisiva tentación,…la misma que conocemos por el capítulo tercero del Génesis, pero en un sentido cada vez más radical. Tiempo de grandes pruebas, pero también de gran esperanza. Precisamente para este tiempo se nos ha dado la señal: Cristo, “signo de contradicción” (Lc 2,34). Y la Mujer revestida del sol: “señal grande en el cielo” (Ap 12, 1).
Tal el pensamiento que orientaba ya entonces a quien fuera luego el Papa Juan Pablo II, que años después desarrollara en “Cruzando el umbral de la Esperanza”.
Para responder a este “nuevo Adviento de la Iglesia y de la humanidad”, no basta permanecer en una ortodoxia de brazos cruzados, incapaz de ir a la conquista y recuperación de las feudos del Reino de Cristo usurpados por el demonio. Debe despertar la conciencia que tuvo en los comienzos, más audaz ahora en la amplitud de su objetivo: la humanidad, la Tierra, el universo.
En este sentido, Fátima es un faro inextinguible que anuncia en trazos comprimidos el desarrollo de los acontecimientos que se han de cumplir en estos tiempos últimos del “hombre viejo del pecado” y que dan inicio a los “nuevos tiempos de María”, tiempos transhistóricos, escatológicos, en los que tienen lugar los “novísimos”. El triunfo del Corazón inmaculado de María en el mundo, los contiene y los da a luz.
La Virgen anuncia desde San Nicolás (Argentina): “Ya desde el Sur puede el cristiano esperar la Nueva Alianza, porque está encamino.
“No todo está destruido, el Señor ha fijado una meta, ha puesto sus ojos en determinado lugar; esta tierra es la elegida por Él, aquí nacerán nuevos sarmientos para Su Viña” (22-10-87).
Estamos, entonces, ante momentos extraordinarios, ante el paso de un tiempo histórico, a un tiempo meta-histórico. De una Iglesia yacente, paralizada y tambaleante, por causa de la inanición y finitud del “hombre viejo”, convocada por María a ponerse de pie, despertar y poner sus manos sobre el arado que el Señor le ha confiado desde un principio.
Creo que no se trata de opinar o decidir acerca del covi 19, o de la vacuna. Lo que se pone de manifiesto es más grave que la pandemia: es la pérdida de confianza acerca de los que gobiernan las distintas áreas del mundo, sea la política, la religiosa, la científico-tecnológica o cualquier otra.
Ha caído en descrédito el hombre, nadie confía en nadie. A esta situación ha conducido la descomposición de un mundo confiado en los prodigios del “progreso”. Ahora se comienza a dudar del mismo, a poner sospechas en sus voceros, a sospechar que la corrupción y perversión general destruye la confianza en instituciones, dirigentes, sus opiniones y productos.
El mundo está entrando en algo peor que un virus: el estado de anarquía creciente y generalizado. Un mundo de desconfiados, se asemeja a un manicomio.
Es el castigo a su orgullo, a su racionalismo materialista y ateo, a su hedonismo triunfalista y consumista, a la imbecilidad impuesta y pagada para hartar a las gentes de estupideces, a su idolatría democrática y tiránica, a sus acuerdos subterráneos de farsantes locales o internacionales, todos regidos por el culto al cinismo, impuesto por los alacranes de la penúltima guerra mundial, genocidas, sodomitas, pornos, asesinos de sus hijos, mafiosos de salones redondos, ovales, cuadrados, de parlamentos y demás refugios que no cejan de vomitar acuerdos suicidas, mientras sólo el infierno anestesia sus infames delirios y disimula su extravío.
Sólo Cristo, en su infinita Misericordia puede librarnos mediante Su Madre de este espasmo de desenfrenos, de posesión diabólica colectiva.
Una vez más, insisto; urge que los Pastores apelen a la Aurora de María para detener la marcha hacia el abismo de una humanidad conducida por irracionales, que difunden y contagian su irracionalidad más que el virus de la pandemia.
Quizás no lo hayan advertido: ¡haber si pueden salir del calendario gregoriano¡ Los veremos enloquecer del todo.
Porque entre tantas utopías provocadas por el odio a la Edad Media, al tomismo aristotélico, a la Tradición, al Occidente Cristiano, ninguno de los regímenes que odian a Cristo y a la Iglesia han podido renunciar al Calendario Gregoriano fijado por el Concilio de Trento y la bula Inter Gravissimas de Gregorio XIII.
Quizás, el recordárselo los revuelva de odio, quiera Dios se confundan más de lo que están. “Los confundiré y los dejaré con las manos vacías”, dice la Virgen.
“Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudentes” (I Cor 1, 19)
Imagino el desconcierto que les ha de producir este comentario. En un sistema satelital de comunicaciones, interconectado a nivel mundial, empresas, gobiernos, ciencia, tecnología, servicio de electricidad, bancos, salud pública, medios de transporte, relaciones internacionales, armas nucleares, etc., resulta imposible salir del Calendario Gregoriano católico. Le deben nada menos que el cómputo del tiempo minuto a minuto.
No creo que el anti-cristo tenga el poder para sustituirlo, de modo que tendrá que avenirse a sujetarse a este Calendario, o a enloquecer de odio.
No tengo la menor duda de que el Calendario creado por la Iglesia confiere cierta sacralidad al tiempo, que puede ser profanado como se profana el recinto de un templo.
Comenzaré a fechar mis trabajos: día, mes, año C.G. (Calendario Gregoriano), como corresponde también señalar que el cómputo de los años y de los siglos es “Después de Cristo”, d.C.
El Occidente Cristiano conserva cosas que aprisionan a los enemigos, les guste o no. Por algo, la Providencia las ha previsto.
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