Ya tenemos innumerables diaconisas
La discusión sobre el diaconado de la mujer es una de esas discusiones modernas en las que todos saben que lo que se está discutiendo es otra cosa, pero unos fingen lo contrario para pescar a río revuelto y otros por un falso sentido del fair-play o, quizá, porque no tienen dos dedos de frente.
Lo cierto es que “diaconisa” significa dos cosas diferentes. En el original griego, significa simplemente “servidora". En otro sentido, haría referencia al femenino del diácono, como “sacerdotisa” es el femenino de sacerdote. ¿A cuál de los dos significados se refiere la discusión sobre las diaconisas? En realidad, como es fácil descubrir, a ninguno de los dos.
Si nos ceñimos al primero de los significados, el de “servidora”, que es el único ortodoxo y acorde con la Tradición de la Iglesia, las diaconisas desgraciadamente no le importan a nadie. Es el sentido que aparece en la historia de la Iglesia, en unas épocas en las que era inmediatamente evidente que “diaconisa” significaba servidora, porque el griego era la lengua habitual. Las mujeres, ya fueran vírgenes consagradas, viudas o seglares, servían a la Iglesia de múltiples maneras (como también hacían los hombres), ayudando a los enfermos y necesitados, transmitiendo la fe, cuidando de las cosas de la Iglesia e incluso ayudando en los actos litúrgicos donde no convenía que lo hiciera un varón (especialmente en los bautismos por inmersión de otras mujeres, por razones obvias).
Hoy en día, este significado no le importa a nadie porque “servir” no está de moda y suena (y es) profundamente antifeminista. De hecho, ya tenemos innumerables “diaconisas” de este tipo en todas las parroquias del mundo. Nadie ignora que la inmensa mayoría de los que ayudan a los párrocos, dan catequesis, preparan lo necesario para la liturgia, cuidan a los pobres, colaboran en los despachos parroquiales, ordenan, limpian, lavan, adornan, cosen y llevan a cabo un millón de tareas más son mujeres.
Las entrañables Rafaelas de las que habla D. Jorge son diaconisas en ese sentido amplio y no sacramental, pero a la vez sagrado y plenamente tradicional, de la palabra. Es una vocación que será su gloria en el cielo, porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y ellas le siguen de cerca. Si hay menos hombres servidores en este sentido no es por la superioridad del varón, sino por su cobardía ante el sacrificio oculto, sobre todo en las cosas cotidianas y aparentemente sin importancia. No fue casualidad que, junto a la cruz de Cristo, solo hubiera un apóstol y las demás fueran mujeres.
Nadie habla, en definitiva, de estas diaconisas (al menos hasta que las vean resplandecientes de gloria y majestad en el Reino de los Cielos), porque la discusión actual sobre el diaconado femenino no versa sobre el servicio, como exigiría el tema tratado, sino sobre el poder. Y absolutamente todo el mundo sabe que es así, aunque algunos finjan no enterarse.
En cuanto al segundo significado de la palabra, el femenino de “diácono” o la idea de impartir el sacramento del orden a las mujeres en su grado más bajo, podemos decir, con la misma seguridad, que tampoco le importa a nadie. Desgraciadamente, esta falta de interés no se debe a que la Tradición rechace esta posibilidad y, por lo tanto, sea algo imposible en la Iglesia. Nadie desea que las mujeres puedan ser diaconisas, ni siquiera los que hacen todo lo posible por conseguirlo, porque, reconozcámoslo, a nadie le importan los diáconos.
Vamos a decirlo de nuevo: es una discusión sobre el poder y los diáconos no tienen ninguno. Los diáconos ordenados son, humanamente hablando, servidores con alba y estola y muy poco más. Sirven al sacerdote en la Eucaristía, sirven a los pobres de la parroquia y sirven a los fieles predicando, bautizando y casando en las ocasiones poco solemnes, pero no tienen ningún poder en la Iglesia en general ni en la parroquia en particular. En otras épocas, esto no fue así, pero en la nuestra es algo indudable. Por eso, en realidad ese tema no les interesa en absoluto a los que parecen desear el diaconado femenino, ya que no significa un aumento de poder apreciable.
Lo que verdaderamente se discute es si las mujeres pueden ser sacerdotisas y obispesas, porque, a ojos de los que carecen de fe, los obispos y sacerdotes son los que tienen el verdadero poder en la Iglesia. Del mismo modo que ninguna feminista quiere que haya el mismo número de poceras o picapedreras que de poceros o picapedreros, pero sí desea que haya presidentas y directoras, se habla del diaconado femenino como un simple punto de entrada, una brecha en la muralla, para llegar al verdadero objetivo, que es el sacerdocio de las mujeres.
En la Iglesia, esto se da de frente con un gran obstáculo: la doctrina de que no es posible ordenar sacerdotes a las mujeres es irreformable e infalible, tanto por pronunciamiento específico de Juan Pablo II como por haber sido doctrina unánime de la Iglesia desde sus orígenes. Quien niega esa doctrina, se separa de la Iglesia. Esta doctrina irreformable resulta incómoda y molesta, de ahí que aquellos que no creen en ella prefieran atacarla indirectamente, promoviendo las diaconisas para obtener sacerdotisas, como ya sucedió en la Comunión Anglicana.
Parece evidente que lo que conviene es dejar de tolerar este engaño tan transparente. En estas discusiones, hay que empezar por preguntar al que defiende el diaconado femenino: ¿qué piensas sobre el sacerdocio de la mujer? Si responde que está a favor del sacerdocio de las mujeres o que espera que se apruebe en el futuro, entonces ya sabemos que no tiene sentido discutir con él, porque no tiene la fe de la Iglesia. Si responde que no está a favor del sacerdocio de las mujeres y que solo persigue el diaconado femenino, entonces ya sabemos que o bien está tratando de engañarnos o no ha entendido de qué trata realmente la discusión y, por lo tanto, no tiene sentido discutir con él. Si, antes de organizar una comisión sobre las diaconisas, el Vaticano hubiera seguido esta sencilla indicación (en lugar de incluir en ella a personas que no compartían la fe de la Iglesia sobre el sacerdocio), se habría ahorrado gran cantidad de tiempo, dinero y preocupaciones inútiles.
Si caemos en la trampa de utilizar los criterios del mundo para reflexionar sobre la fe, terminaremos pensando como piensa el mundo. Si dejamos que el campo de juego lo elijan los que piensan como el mundo, no podremos quejarnos después cuando planteen la cuestión de forma mundana. Si aceptamos la ficción de que estamos discutiendo algo que realmente no estamos discutiendo, perderemos el tiempo en una época en la que la Iglesia no puede permitirse ese lujo y, además, le haremos el juego a los que odian la fe. Si permitimos que en la Iglesia se defiendan posturas contrarias a la fe, ya hemos perdido de antemano la partida, porque eso significa que la fe ha dejado de ser el fundamento común de los católicos.
Gracias a Dios, los católicos sabemos que nuestras parroquias tienen ya innumerables diaconisas (y diaconisos) en el sentido tradicional, ortodoxo y humilde de la palabra y con eso nos basta. La verdadera liberación no está en alcanzar más poder e influencia, sino en imitar a Jesucristo, el varón de dolores, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Sigamos sus huellas.
53 comentarios
Es un criterio vocacional muy acertado, para discernir si hay vocación al diaconado, si el aspirante siente ese servicio, si está dispuesto a ser un "mindundi". Lo cual también nos da mucha libertad y paz a los diáconos para muchas cosas, entiéndaseme. Un seminarista, un presbítero joven o no tanto, tiende a querer "quedar bien", consciente o inconscientemente, ante sus superiores, a fin de un buen nombramiento, prebenda o carguito. Es desternillante ver como se pelean por cogerle el maletín o el sombrero cuando llega el obispo a la sacristía.
Aunque hay que purgarlo y discernir tu vocación, claro, te aleja de muchos males para el alma el saber que nunca vas a ser obispo, canónigo, arcipreste, ni siquiera párroco. Lo que llevo peor, lo confieso y procuraré enmendarme, es que a uno le den los bautizos o bodas que el párroco no quiere o no puede oficiar, o ver y callar las bobadas litúrgicas de turno. Pero estoy en camino de conversión.
De los diáconos no se acuerda nadie, ni los obispos diocesanos, ni los mismos obispos encargados por la CEE que no van a encuentros ni reuniones, ni tampoco aparecemos en campañas vocacionales, ni en planes pastorales, ni siquiera en las peticiones de misa (y falta nos hace que recen por nosotros).
Pero estoy de acuerdo, Bruno, que esto no lo quieren para sí los/las pro-diaconisas. Es simple y llanamente un paso necesario a la conquista de algo "más".
Y no lo dice nadie, pero todo el tema "viri probati" amazónico, supone un grave riesgo para la desaparición de la vocación al diaconado permanente (peligro que se da en muchos lugares que no entienden ésta). ¿Para qué quieres ser diácono si necesitamos presbíteros?
Y a otra cosa: todos estamos de acuerdo con Bruno, porque todos tenemos ojos para ver, que la presencia de la mujer en la Iglesia es hoy mayoritaria, abrumadora. Como fieles, como colaboradoras. Si no fuera por los curas y algunos fieles (en mi parroquia yo diría que es en torno a una quinta parte), se podría decir que la religión y alrededores son cosa de mujeres. Quien se acerca a un obispado o a una casa de la Iglesia, a las covachuelas de nuestra administración eclesial, verá eso mismo. Cosa que no era así hasta hace no tanto, como recordamos los viejos del lugar. Bruno, bondadoso y bienintencionado como siempre, atribuye a la abnegación femenina y al horror por el servicio oculto de los hombres dicha situación. Cosa que no me cuadra. Por dos motivos: todos los que hemos tenido la suerte de ser criados por una familia cristiana sabemos de la abnegación masculina, que no se dará con el mismo tipo de cosas que la femenina, pero la hay, y torrencial. Hemos visto (o hemos sabido después) a padres y abuelos hacer cosas que quedan ahí, en su condición de padres y abuelos y que sólo Dios puede pagar. Y luego por el otro lado, también hay muchas de esas mujeres en puestos de responsabilidad en las covachuelas de la Iglesia que cobran su sueldo de ella y mandan mucho en ella. Y bien que hacen, porque lo suyo es un trabajo y como trabajadoras han de cobrar, normalmente por cosas que no tienen que ver directamente con la fe: el tema artístico, administración, relaciones públicas, profas de religión... Son cargos no determinados por el derecho canónico, sino por la maquinaria administrativa moderna en la que se ha convertido la Iglesia y con la que responde su acción en el mundo.
En mi opinión, este fenómeno corre paralelo y está relacionado con el descenso de vocaciones, masculinas y femeninas, para el sacerdocio y la vida contemplativa. Desde luego, una Iglesia a la que no vayan los hombres es una Iglesia que carecerá de vocaciones masculinas. Si no hay vocación a la vida fiel no se puede pretender que haya vocaciones a la vida consagrada masculina. Eso es de cajón. Y creo que los hombres ven sociológicamente la Iglesia como cosa femenina. No sólo por número, sino por ciertas actitudes. Es cierto que hay muchas Rafaelas que sostienen la vida ordinaria de muchas parroquias y muchas abnegadas trabajadoras que por un sueldo justito hacen un trabajo similar al que está mejor remunerado en la empresa. Pero también es cierto que esos gineceos en los que se ha convertido todo aquello que se puede señalar como propio de la Iglesia hoy, donde parece que reina el cura o el obispo como el pachá en su harén (y no lo digo por cuestión sexual, entiéndaseme), se prestan de una manera inmoderada al cotilleo, la murmuración y a ese modo de hacer torcido de las mujeres como la intriga y el peloteo lo son de los hombres para reinar en tantos seminarios mal dirigidos de los que habla el Diácono. El rechazo de un hombre de bien a meterse en esos berenjenales es visceral. Sobre todo, después de probar la experiencia: en cualquier lado mejor que colaborando con la parroquia. Y, asimismo, la invitación que esa vida administrativa femenina hace a las mujeres con cierta vocación de vivir en el mundo manteniendo una especial relación con la Iglesia ayuda a que la radicalidad de las vocaciones femeninas a la vida consagrada tampoco se vea favorecida. Es como una consagración vergonzante, mundana, donde además se puede cotorrear libremente sin superior a quien obedecer. Es como aquellos conventos de nuestra edad de oro donde entraban las nobles con el mundo a cuestas y hasta con sus perros, moviendo a no pocos enfrentamientos intestinos en las órdenes y con las ramas masculinas y sus confesores y curas.
Así que creo que las murallas ya han caído, Bruno, porque no se habla de otra cosa. Hasta con sorpresa: ¿cómo es que todavía no hay diaconisas ni sacerdotisas, ni obispas ni papisas? Y sus aspirantes hoy trabajan para la Iglesia, codo con codo con los sacerdotes que públicamente defienden ese sacerdocio femenino, al que, en el fondo, han feminizado antes de que lleguen a él las mujeres. Ellos han sido los primeros en dar el paso, no pidiendo sacerdotisas, sino en convertirse en sacerdotisas (sean o no homosexuales: la vida muelle amaricona, aunque no te haga marica de entrepierna).
A los fieles sólo nos queda buscar algún cura que todavía sea un hombre a cuyo alrededor las mujeres sean mujeres y no cotillas de medio pelo y los hombres, hombres, y no pelotas de medio pelo, cada uno con su espacio y lugar, pero siempre juntos como un cuerpo sano en actitud de oración, gratitud y adoración ante Su Presencia.
La perfecta igualdad, ideada por los humanos, es la perfecta desigualdad. San Miguel es Capitán de los Ejércitos Celestiales porque supo cuál era su puesto mientras que Luzbel pensó-porque los ángeles piensan-que merecía el puesto de Dios que era su Creador. Solo Dios puede decir: "Yo soy el que soy", y San Miguel comprendió eso pero Luzbel no.
Y de acuerdo con Scintilla: los varones pueden ser y en infinidad de ocasiones son excelentes servidores. La idea de que las mujeres sirven más y mejor que los hombres porque se dedican a tareas más humildes y poco valoradas parece el mismo prejuicio de aquellos que consideran que trabajan sólo los albañiles y peones, y no los que lo hacen en oficinas o se dedican a tareas sedentarias. Como bien señala Scintilla, baste recordar a nuestros padres o abuelos, o a no pocos profesores que nos marcaron.
Creo que no se ha entendido bien lo que quería decir, probablemente porque no lo he expresado con claridad.
En ningún momento he dicho que las mujeres se sacrifiquen más o sirvan más. Lo que he dicho es que tienen una mayor facilidad para el "sacrificio oculto, sobre todo en las cosas cotidianas y aparentemente sin importancia". Es decir, para un tipo de sacrificio muy concreto. Los hombres también se sacrifican, pero por naturaleza tienden a buscar cosas grandes e "importantes" en las que sacrificarse y generalmente lo hacen luchando en primera fila por ellas, mientras que las mujeres tienden naturalmente más al sacrificio ignorado y cotidiano del detalle y la atención a las personas concretas, que a los hombres les cuesta mucho más. Por eso, por ejemplo, el amor paterno y el materno no son iguales y no da igual tener un padre y una madre que "dos padres" o "dos madres".
Nada hay de raro en eso. Los hombres y las mujeres tienen características diferentes y también suelen practicar con mayor facilidad virtudes diferentes. Por ejemplo, los hombres tienen una tendencia natural a la magnanimidad que no tienen las mujeres, precisamente porque para ellos las cuestiones suelen ser menos personales y más abstractas. En cambio, otras virtudes, como por ejemplo la castidad son practicadas con más facilidad por las mujeres.
¿Quiere eso decir que las mujeres no deban ser magnánimas o los hombres no deban ser castos? Por supuesto que no. La virtud es la virtud y todos debemos practicar todas las virtudes. Lo que sucede es que, generalmente, unos tendrán que luchar más para practicar ciertas virtudes y otras tendrán que luchar más para practicar virtudes distintas (del mismo modo que, dentro de los varones, a unos les cuestan más unas virtudes que otras).
Decir que las mujeres son mejores que los hombres (o al contrario) es, creo yo, completamente injustificado. Que las mujeres tienden, por naturaleza, a practicar mejor algunas virtudes (y viceversa) me parece evidente.
"Gracias por esta reflexión"
Recuerdo que ya habló usted de este tema y me pareció muy interesante. Por eso lo he traído de nuevo al blog.
"Es un criterio vocacional muy acertado, para discernir si hay vocación al diaconado, si el aspirante siente ese servicio, si está dispuesto a ser un "mindundi". Lo cual también nos da mucha libertad y paz a los diáconos"
¡Bien dicho! Y vale, mutatis mutandis, para cualquier vocación.
"Y no lo dice nadie, pero todo el tema "viri probati" amazónico, supone un grave riesgo para la desaparición de la vocación al diaconado permanente (peligro que se da en muchos lugares que no entienden ésta). ¿Para qué quieres ser diácono si necesitamos presbíteros?"
También esto está relacionado con el tema tratado. No se habla de estas cuestiones desde el amor a la Iglesia, su Tradición, sus sacramentos y sus ministerios, sino desde los puntos de vista completamente mundanos del poder, la igualdad, la inclusividad, etc. Falta amor a las cosas propiamente católicas, quizá porque, si se diera ese amor, estas discusiones inmediatamente se percibirían como lo que son: intentos de atacar esas cosas propiamente católicas y descatolizarlas.
"Fijémonos en los arcángeles y los ángeles … Tampoco ellos pueden consagrar y, por lo tanto no pueden convertir un trozo de pan en el Cuerpo de Cristo. ¿Estará enfadado San Miguel por eso?"
Muy buen ejemplo. Y también muy revelador que fuera precisamente Lucifer el que protestó y se reveló contra la "injusticia" de Dios.
La repetición del mismo relato con la figura del padre como acompañante y sufridor hizo que repasara la figura de mi abuelo, y aunque mi abuela y mi padre eran de lo mejor, me he dado cuenta de que en los momentos difíciles él siempre estaba allí. Pero también es verdad que en el momento de su muerte la que estaba con él fui yo. Así que eso estableció un vínculo especial entre él y yo, que no es superior ni inferior al que tenía con el resto de mi familia, pero es especial.
"Es muy difícil servir bien a un necio, a un envidioso, a un arribista, entre otras cosas porque esta gente jamás valorará el servicio que les prestan"
Estoy de acuerdo, pero, por suerte, incluso cuando servimos a "un necio, un envidioso o un arribista" los católicos lo hacemos para servir al Rey de reyes y Él, que ve en lo escondido, nos lo recompensará.
Yo creo que en el tema del diaconado, como en todos los temas eclesiásticos (incluido el sacerdocio) se hace indispensable el cotejar los maravillosos textos místicos y “románticamente espiritualistas” acerca de los distintos ministerios y de “La Iglesia” (“Cuerpo Místico de Cristo”) y cotejarlos con lo que verdaderamente se produce, y desde hace siglos, en el interior de la institución eclesiástica, para tener una idea más real de lo que realmente está pasando, sus causas y sus posibles salidas. Ya sabemos que “la mística es el aguardiente de los religiosos”, a quienes les hace perderse en una embriagadora nebulosa piadosa perdiendo el contacto completamente con la realidad real.
En realidad, en muchas parroquias y en muchas diocesis incluso, los diáconos son los que tienen el “poder” real. Muchos obispos y muchos párrocos se apoyan en los diáconos para ejercer el poder, sobre todo sobre los pequeños sacerdotes, que se ven así, también por este lado, humillados en su dignidad. Han quedado reducidos a ser meros celebratores de ritos, siendo en muchos lugares “supervisados” por los diáconos, que ejercen su poder sobre los sacerdotes en connivencia como digo con obispos y parrocos.
Y el otro centro de “poder eclesiástico” esta en los “caciques” parroquiales y diocesanos, que de facto controlan también la vida de las parroquias y las diócesis, sobre todo si están en connivencia con párrocos y obispos.
De esta forma, los sacerdotes, y en especial los pequeños sacerdotes, están “emparedados” por los clérigos (diáconos y monjas incluidos) y los caciques laicos (muchas mujeres entre ellos), que les someten a todo tipo de bullying y mobbing, que pasa absolutamente desapercibido por prácticamente todo el mundo, y sobretodo por los laicos piadosillos institucionalistas, que al final son los responsables últimos de todos los abusos que se dan y que se han dado a lo largo de la historia por parte de la institución eclesiástica.
Hasta que no se afronte la “realidad real” que realmente ocurre, despojado el “velo místico” que todo lo desvirtúa y justifica, no saldremos verdaderamente de esta situación de “decadencia complacida” (justificada místicamente) en la que estamos.
En un pueblo de Andalucía las feministas hicieron un recuento de las calles que llevaban nombre de hombre y de mujer y dijeron que las calles con nombre de mujer o eran advocaciones de la Virgen María o eran nombre de santas. Es decir, el protagonismo de la mujer en la Iglesia siempre ha estado ahí y, además, no era cuestión de cuota.
"La fuerza y el don de las mujeres
99. En la Amazonia hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe. Ellas mismas, en el Sínodo, nos conmovieron a todos con su testimonio.
100. Esto nos invita a expandir la mirada para evitar reducir nuestra comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales. Ese reduccionismo nos llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero esta mirada en realidad limitaría las perspectivas, nos orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable".
Sostiene el papa Francisco en el número 100 de su último documento, "Querida Amazonía", que permitir el sacerdocio de la mujer supondría clericalizarlas y provocaría un empobrecimiento de su aporte indispensable. Discúlpeme, querido Hugo, pero no entiendo este razonamiento. ¿Acaso la aportación de un cura a la Iglesia, por ser él hombre y sacerdote es más pobre que si fuera un laico?
Hasta donde puedo ver, lo que dice el Papa es que la aportación de los curas como curas es buena y la aportación de las mujeres como mujeres es buena y distinta de la anterior. El que piense que, para poder aportar algo, las mujeres tendrían que ser sacerdotes está, en realidad, despreciando la aportación de las mujeres como mujeres, pensando que lo único que vale es lo que hacen los curas (que es la definición de clericalismo) y empobreciendo a la Iglesia, porque se pierde el valor de lo que pueden aportar las mujeres como tales.
Saludos.
"Y quizá en el hombre, a lo mejor te referías a eso, ese servicio oculto tiene que ver con un gran gesto, decisivo, a veces terrible y que sólo cuando te enteras buf, te quedas sin palabras porque parece inverosímil. Y lo inverosímil en la mujer es que tan continuadamente preste en silencio un servicio que cuando caes en él y en todo el bien que ha hecho dices, mamma mia"
Por ahí va la cosa, creo yo. No es fácil de definir, porque, gracias a Dios, la mujer siempre tiene algo de misterio para el hombre.
"Yo he observado que a los hombres buenos y con gran capacidad de decisión y ayuda, siempre dispuestos a echar una mano, les cuesta mucho reconocer su impotencia ante un hecho irremediable y el estar sin hacer se les vuelve muy cuesta arriba. En cambio el número de mujeres resignadas que simplemente están es mayor"
Sí, da la impresión de que, en general, quizá las mujeres tengan mayor facilidad para lo que a veces se han llamado virtudes pasivas y los hombres más para las activas. El americanismo despreció las primeras, que ahora tienen mala fama, y ensalzó las segundas, de manera que señalar esta posible distinción entre hombres y mujeres suena políticamente incorrecto.
Le rogaría nos indicase alguna diócesis donde ocurre eso. Me extraña muchísimo. Los diáconos somos pocos, más o menos nos conocemos todos, o tenemos referencias unos de otros, así que es muy fácil comprobar lo que aquí ud. acusa. Habiendo sufrido en propias carnes (y viendo a muchos sufrir) todo lo contrario de lo que nos cuenta ud, me resulta imposible de creerlo.
Y me cuesta sacrificarme por una obra más humilde.... pero es que si no, no sería un sacrificio.
Sí tengo claro que lo que hago es por amor a Dios. Y que Su voluntad es lo que más me importa.
Si Dios no es grande ¿Quién lo es? Qué Él vea mis obras, me basta...o debería, que también soy pecadora...
Y ¿por qué es el obispado una cuestión de poder,?
Algo no funciona bien ya de entrada en la Iglesia cuando esto se percibe así. Por algo será.
Pero siempre tenemos el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo que deja las cosas claras aunque algunos no se enteren.
El problema de esas virtudes es que tienen un grandísimo valor social pero no impulsan a la virtuosa al éxito en esta vida puesto que, precisamente por serlo, tiene la tendencia a buscar la paz del hogar, el equilibrio y el afecto y lo pone por encima de su carrera o su éxito profesional. Para el feminismo estas virtudes son un obstáculo más que otra cosa.
Sin embargo, y ahora que mencionas el americanismo, en la obra de Louisa May Alcott "Mujercitas" toda la cohesión de la casa gira alrededor de Beth, "El grillo del hogar", la niña tímida y buena que conseguía atemperar a la hermana más fuerte, hacer generosa a la egoísta y olvidarse de si misma a la vanidosa. En cierta manera la muerte de Beth convirtió a la familia en otra cosa porque el "pegamento" familiar era ella.
Para nosotras, educadas a la antigua, estas cosas son evidentes y ya me doy cuenta que tienen que manipular estos conceptos porque, ya que no pueden decir que son malos, han de procurar decir que no son tales virtudes sino la nefasta consecuencia de la sociedad heteropatriarcal. El modelo Jane Austen de Charlotte Brontë, por ejemplo, es odioso para las feministas, a pesar de que era una mujer de una pieza muy superior a muchos hombres, pero no es ese modelo el que quieren porque, en vez de salir por ahí a triunfar como dibujante acaba cuidando a un ciego. Y "no es eso, no eso", dicen las feministas moviendo la cabeza, si el ciego ya no tiene castillo y tú dibujas bien, pégale la patada al ciego y vete a Londres.
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal;
¡Gloria a Caín! hoy el vicio
es lo que se envidia más.
Antonio Machado
Nuestro Universo y todo lo que en éste es población es una jerarquía de jerarquías. Y aquí qué y cómo; y no la mujer sino el Hombre:
"El Hombre es directamente proporcional en grado de inteligencia y evolución alcanzada, igual, al tiempo que le separa del principio de la Creación y el fin de la misma".
Y aquí la razón y el motivo del porqué fue un Hombre -el llamado Adán- el primero en aparecer como tal dueño y superior en la Creación -Génesis-. Y después vino la mujer, como sangre y cuerpo, parte de la parte de éste, que fuera como Hombre.
Y de aquí el porqué todos lo profetas fueron hombres, y de aquí el porqué el Cristo Jesús Mesías fue un Hombre, singular sí como Dios y Hombre, pero en definitiva un Hombre.
Y porqué el qué y cómo los dos últimos, que como Hombres profetas, serán los primeros " en morir y resucitar y estar a la derecha y a la izquierda de Jesús, en el día final (ver Apocalipsis:11,1-14)
Lo del clero (necesario, si) es algo muy peculiar, sujeto a múltiples tentaciones, el sentir que son una "casta" aparte, el mirar al seglar como un ser inferior, aunque sea inconscientemente, el no tener problemas matrimoniales, laborales, económicos de importancia, de vivienda, etc...puede ser una liberación, pero también te puede meter en un mundo algo irreal, en una burbuja de aire. Todo eso hay que saberlo gestionar.
No se que opinareis de esto.
Santo Tomás Moro aconsejó a un ambicioso abogado que se hiciera maestro; San Felipe Neri a un sacerdote ambicioso que se hiciera párroco de pueblo y que no fuera a estudiar a la universidad. El consejo, en ambos casos, es pertinente vista la ambición que anidaba en aquellos corazones, pero, evidentemente alguien tiene que cumplir funciones de mando.
No es contradictorio tener poder y servir. Si se entiende el poder que se ostenta como un servicio a la comunidad, no hay contradicción. Pero ya sabemos que la carne es débil y las atracciones mundanas muy poderosas. En efecto, el sacerdocio puede ser y es, en demasiados casos, tentación para sentirse superior a los demás, lo que podríamos llamar el síndrome del elegido. En mi caso, cuando doy con un cura así (y son muchos, por desgracia), simplemente me alejo: que cada uno aguante su tontería; no voy a sostener la estupidez ajena sólo por el hecho de ser él un necio "elegido", y yo un paria seglar.
Esto es como todo: los hay mejores y peores; y no me refiero tanto a cualidades intelectuales o a formaciones académicas como la disposición interior para dejarse penetrar por el Espíritu Santo. El cura de Ars era un zote sin remedio para los estudios, y, sin embargo, es el patrono de los sacerdotes, dado que fue uno de los mejores de la historia de la Iglesia. Santo Tomás de Aquino fue una inteligencia privilegiada, uno de los mayores genios intelectuales de la humanidad, e interrumpió su magna obra teológica ante las visiones místicas que gozó hacia el final de su vida, pues a la luz de estas revelaciones, consideró en nada su vastísima obra. En cualquier caso, la soberbia es probablemente el pecado más grave en cuanto que es el que más impide la acción del Señor en nuestras vidas. Yo disculpo más a un lujurioso que a un soberbio, y no porque a mí me gusten mucho las mujeres, pues también soy orgulloso.
No obstante permíteme decirte que antes del pecado original: Tanto era AVE como era EVA.
Y que si la mujer EVA, como humano sujeto menor en aquel Paraíso Terrenal no hubiera tentado al Hombre ADAN a pecar de pecado original; la Creación no habría tenido necesidad de la mujer AVE; Pues toda la Creación, en aquel tiempo antes del pecado original crecía y se multiplicaba sin la causa y consecuencia del pecado original; que como bien sabes fue la muerte de Adán y Eva; y sigue siendo para toda su descendencia, hasta nuestros días.
En aquel tiempo antes del pecado original, en el planeta Tierra todo ser vivo, era gestado y parido; y crecía y se multiplicaba por obra y gracia del poder del Dios de la Vida el Espíritu Santo; salvando la natural circunstancia de aquel tiempo, tal cual fue Jesús en el seno de la Virgen María. Y lógicamente en este ser gestado y parir y crecer y multiplicarse nadie moría; Y todos evolucionaban hasta definirse como ser libre del tiempo; y ascender a los cielos, tal cual Jesús y la Virgen, sin pecado original, ascendieron.
rastri: Pues lo tienes crudo si crees que Adán, por su sola condición de hombre es de mayor rango que la Virgen María.
Tan crudo lo tengo que si yo, generación tras generación; como hijo que busca a su padre, en continuidad de legítima herencia genética, me retrotraigo hasta llegar en aquel tiempo al personaje conocido como Adán; no es que yo me vea como hijo de éste; sino que me veo como el mismo Adán.
El sacerdocio es una vocación, no una profesión o un derecho, a la que son llamados los hombres. Nada tiene que ver con el "poder".
Por otra parte, el AT y el NT tienen protagonistas femeninas. La cuestión no es cómo evangelizaban los hombres y las mujeres sino que ambos evangelizaban. Por cada lugar que pasaba San Pablo hay alguna mujer con nombre propio que le escuchó y que quedó formando la Iglesia de alguna ciudad.
Hechos de los Apóstoles: 17-34: "Algunos se adhirieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Damaris y otros más".
Hechos de los Apóstoles: 18-18 "Pablo, después de haber permanecido aún bastantes días, se despidió de los hermanos y navegó hacia Siria, yendo con él Priscila y Aquila, después de haberse rapado la cabeza en Cencres, porque había hecho voto" (el que se rapó la cabeza fue Aquila que era varón).
Si el asunto va de que la mujer pueda ser o no ser diaconisa, obispa o papisa dentro de la Iglesia Católica mientras haya hombres; no entiendo, según vos; que es en modo y manera de tiempo y lugar lo que pueda hacer aquí una singular mujer como fue o es Virgen María.
Yo digo y lo argumento que según el principio evolutivo de las especies, y el Génesis que, antropológicamente y en la Iglesia Católica, la mujer no puede ser, ya sea diaconisa, obispa o papisa en detrimento del hombre.
No entiendo que un hombre, por muy hereje que sea, quiera que haya "sacerdotisas". Si yo fuera varón (y cura), ya tendría suficiente con las "párrocas" marimandonas, como para tener una "obispesa". Las mujeres que se empeñan en querer recibir el sacramento del Orden deben de ser especialmente insoportables.
Sí, entiendo tu objeción, pero no estaba hablando en absoluto de España, que en este tema como en casi todos, va con retraso. En España la figura del diácono permanente todavía es una excepción, pero no pasa así en otros países.
En Alemania, por ejemplo, hay “overbooking” de diáconos permanentes, con lo que ya hace tiempo que han tenido que parar las ordenaciones de diáconos porque empezaban a ser un problema eclesiástico.
En Estados Unidos, en prácticamente todas las diócesis los diáconos tienen un puesto pastoral importante, y en la mayoría de los casos supervisan y controlan el quehacer pastoral de los sacerdotes. En muchas ocasiones, también pasa lo mismo con los laicos, que controlan y supervisan a los sacerdotes.
Hablando claro, los diáconos permanentes son los “reyes del lugar”. Gozan de todos las ventajas que tienen los sacerdotes, y además gozan de otras ventajas que no tienen los sacerdotes. Recuerdo como se me lamentaba un pequeño sacerdote cuando en su parroquia vio un anuncio del diácono permanente dirigido al párroco pero con copia para todo el staff, diciendo que lamentaba mucho el no poder asistir a los ensayos de determinada celebración litúrgica importante, porque tenía un viaje de negocios, pero que sin embargo si iba a poder estar en la celebración. Como es persona de confianza del párroco, tuvo un importante papel en la celebración. Y el pequeño sacerdote me comentaba que él, claro, “como no tenía negocios”, tenía que “calarse” todas las interminables reuniones de las que en cambio el diácono permanente, por sus “ocupaciones” familiares y profesionales, se escabullía. Y así en todo lo demás.
La mística romántica piadosa del “diácono dedicado a la caridad”, no deja de ser humo, o mejor incienso, que no tiene nada que ver con lo que eclesiásticamente ocurre en la realidad.
Hasta que no se os caigan las escamas místico-piadosas de los ojos, que os impiden ver la realidad eclesiástica tal cual es, estaréis contribuyendo a que los males se agraven, los abusos continúen (y no me refiero sólo, aunque también, a los abusos sexuales) y que no se encuentre salida a esta situación decadente en la que estamos, principalmente por vuestra piadosa connivencia con ellos.
Como ya le he advertido en alguna ocasión, no consentiré que usted se presente aquí como si fuera católico para engañar a los lectores. Ya ha quedado claro más de una vez que usted no es católico y debe dejarlo claro al comentar, para no crear confusión.
Por otra parte, lo que dice de Estados Unidos no tiene nada que ver con la realidad. Nada. Es pura imaginación desbocada.
De hecho, el mismo ejemplo práctico que ofrece no tiene nada que ver con lo que usted afirma en el párrafo anterior.
Lo de la "mística romántica" es, evidentemente, una chorrada. Y las acusaciones están de más.
En resumen, procure hablar de los temas con seriedad, sin engaños, sin acusaciones y sin chorradas, para no hacer perder el tiempo a los demás.
Lo que ocurre en Alemania, es mera cultura general de la Iglesia, que os animo a ampliar, para hablar con más propiedad de los temas.
Saludos.
Mire, usted, que no es católico y además odia a la Iglesia, apenas entiende nada del catolicismo y todo lo interpreta al revés. Qué le vamos a hacer, la ciudadanía norteamericana no confiere ciencia infusa sobre el tema.
Por diversas razones, conozco la Iglesia en Norteamérica de primera mano y nunca he visto nada de lo que usted menciona, que además es contradictorio consigo mismo y carece de sentido. Persiste también el hecho de que, cuando da usted un ejemplo práctico, inmediatamente se descubre que no tiene nada que ver con lo que, supuestamente y según usted, ejemplifica.
Como la Iglesia es muy grande, sin duda se puede encontrar en ella, en algún sitio, casi cualquier cosa, pero todo lo que dice usted me indica que no hay que tomarse en serio sus afirmaciones tajantes. ¿Quiero con eso decir que no pueda argumentar? No. Los argumentos siempre son interesantes. Lo que quiero decir es que está de más esa actitud suya de dar lecciones sobre temas que evidentemente no conoce o no comprende o las dos cosas.
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