Cuando no puedas más…

Cuando no puedas más y la vida cristiana se te haga pesada o imposible, lee vidas de santos. Para eso nos regala el Señor a los santos, para que su ejemplo avive en nosotros la llama vacilante de su amor, despierte en nuestro corazón el celo por el Evangelio y nos devuelva la alegría que el pecado y los quehaceres del mundo nos arrebatan.

A menudo estamos tristes porque caemos en el engaño del demonio, que pone ante nuestros ojos nuestras propias miserias y sufrimientos para convencernos de que eso es lo único que hay en nuestro presente y nuestro futuro. En cambio, la vida de los santos, maravillosa y llena de milagros, nos demuestra con hechos que esa tentación es una mentira, que ser cristiano es la mayor de las felicidades y que Dios todo lo hace nuevo. Al leer la vida de los santos, nuestro corazón, que Dios creó para Él, reconoce el cumplimiento de sus anhelos más profundos y arde en deseos de tener lo que esos santos tuvieron.

Cuando el diablo te tiente diciéndote que no puedes ser cristiano, que la santidad quizá sea muy bonita pero no es más que un ideal imposible de alcanzar, respóndele: “Sí que es posible, porque Teresa fue santa. Y también lo fueron Francisco, Maravillas, Benito, Catalina y Bruno. Y tantísimos otros, con nombres y apellidos y tan débiles y humanos como yo".

El demonio reaccionará acusándote, porque eso es lo que significa Satanás, el Acusador. Y te dirá: “Mira que eres un soberbio, un borracho y un lujurioso. Mira que no tienes inteligencia, humildad ni buenas cualidades. Mira que tu familia es un desastre, tu matrimonio es un caos, tus hijos no creen y tus parientes te rechazan. ¿Y tú quieres ser santo? ¡Anda y vuelve a la miseria, que es tu sitio!".

Respóndele, entonces: “La familia de Mónica era un desastre mayor que la mía, su hijo no creía, su marido tampoco y su suegra la despreciaba, pero Dios escuchó su oración e hizo milagros por medio de ella. Agustín era un lujurioso y un apóstata, pero el Señor le dio la castidad, la fe y la sabiduría más allá de lo que había podido imaginar. Ignacio era un vanidoso, Francisco Javier un juerguista, Inés una pobre niña, Moisés un asesino, Juan María Vianney un torpe y Pedro un fanfarrón.

No hay ningún pecado sobre la faz de la tierra que mi Señor Jesucristo no pueda convertir en santidad con la fuerza de su gracia. ¡Ninguno! ¡Y menos los míos, porque en realidad incluso como pecador soy bastante mediocre! Ni siquiera he perseguido a los cristianos para encarcelarlos, como Pablo, ni he sido un forajido, como Dimas. Si Dios los hizo santos a ellos, también lo hará conmigo".

El demonio, furioso, lo intentará una vez más: “Déjate de tonterías e ilusiones y sé como los demás, llenando el vientre, complaciendo tus ojos y disfrutando de la vida, que es lo único que tienes".

Entonces, ríete en su cara y di: “¿Cómo voy a conformarme con esta tierra, cuando mis hermanos me esperan en el cielo? Atanasio me aguarda, para hablarme del Verbo eterno y de sus maravillas. Juan, Juanito el medio monje, quiere leerme sus poesías de amor al más Hermoso de los Hombres. Bosco hace malabarismos de vez en cuando para gloria de Dios, ¡y no puedes ni imaginarte como son los malabarismos que se hacen en el cielo! Cecilia canta canciones que arrancarían lágrimas a una piedra. Teresita está deseando que alguien la ayude a recoger rosas para derramarlas sobre el mundo a manos llenas. Los profetas cuentan a todos, con un asombro eterno, que lo que desearon y vislumbraron se ha hecho realidad. Los santos inocentes arman un barullo y una algarabía que alegran el corazón. Y Nuestra Señora… ¡Ella me espera! Me espera a la puerta del cielo, para abrazarme como abrazó a su Hijo en esta tierra.

¿Ilusiones? Eres tú, Belial, el que no me ofrece más que ilusiones y espejismos. Dios cumple sus promesas. Lo sé a ciencia cierta, porque ya lo ha hecho mil veces en mis hermanos los santos".

Y el diablo se marchará, con el rabo entre las piernas, mientras tú bendices a Dios por sus santos. Bendito sea Dios, que ha hecho maravillas y cuyo nombre dura eternamente.