Los elogios sin sentido dañan al ser más querido

Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de las Academias Pontificias de Ciencias y de Ciencias Sociales, se esfuerza siempre y en toda ocasión por elogiar al Papa. Es muy comprensible que un buen católico desee lo mejor al Papa, pero, por alguna razón, esos esfuerzos a veces parecen algo forzados y artificiales. Hasta tal punto de que tienen el resultado (sin duda no deseado por el propio obispo) de que, más que defender al Papa, dan la impresión de estar atacándolo.

Ayer, por ejemplo, Mons. Sorondo afirmó que “hoy se está viviendo un momento mágico porque por primera vez el magisterio del Papa, que responde al Evangelio, es paralelo al magisterio de las Naciones Unidas“. Todo indica que, con ello, pretendía elogiar al Papa Francisco, resaltando su relevancia en el ámbito internacional y su protagonismo en los grandes temas éticos y sociales de nuestro tiempo. El resultado, sin embargo, es justamente el contrario.

Creo que, para cualquier observador objetivo, resulta evidente que hay grandes diferencias entre la postura de la Iglesia Católica y la postura oficial de las Naciones Unidas en muchos temas: ideología de género, anticonceptivos, aborto, concepción del ser humano, papel de las religiones no cristianas, la naturaleza misma de la Iglesia, comprensión de la pobreza, realidades espirituales, importancia relativa de la vida terrena y un largo etcétera. Sin necesidad de entrar a valorarlas, lo indudable es que esas grandes diferencias existen. No creo que esto sorprenda a nadie.

Partiendo de ese hecho, si Monseñor Sánchez Sorondo afirma que el magisterio del Papa es “paralelo” al de las Naciones Unidas es inevitable deducir que el Papa no está cumpliendo bien su misión. En efecto, la misión del Papa es proclamar el Evangelio en su totalidad, incluidas aquellas partes que el mundo no quiere oír. Quizá podríamos decir que especialmente aquellas verdades que el mundo no quiere oír.

Es imposible no recordar a este respecto las palabras de Cristo: dichosos seréis los hombres os odien, os excluyan, os insulten y proscriban vuestro nombre como maldito por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Fijémonos bien cómo termina: Porque lo mismo hicieron sus padres con los profetas. Monseñor Sorondo, sin embargo, nos dice que “por primera vez” el Papa dice lo mismo que el mundo. Eso implica que en el pasado no era así. Cuando San Juan Pablo II hizo de profeta ante el mundo, diciéndole al mundo lo que no quería oír, el mundo le excluyó, le insultó y proscribió su nombre como maldito por causa del Hijo del hombre. ¿Cómo puede pensar Mons. Sorondo que el hecho de que, según él, eso ya no ocurra es un “momento mágico” y causa de alegría? Confieso que soy incapaz de entenderlo.

La misión del Papa es la de Pontífice, es decir, aquel que tiende puentes entre Dios y los hombres. Dicho de otro modo, se le ha encomendado la tarea de guiar a los hombres en su camino hacia el cielo. Sin embargo, Monseñor Sorondo nos dice que su magisterio es “paralelo” al de las Naciones Unidas, es decir, que lleva al mismo sitio, como hacen dos caminos paralelos. Ahora bien, ni siquiera el más ardiente defensor de las Naciones Unidas pretende que el deseo de la organización sea llevarnos al cielo, de manera que un magisterio paralelo al suyo tampoco podría llevar al cielo. Y si el magisterio del Papa no llevase al cielo, mejor sería que guardase silencio.

A esto se suma que el esfuerzo de Mons. Sorondo por subrayar la relevancia de la figura del Papa tiene el efecto de volverlo irrelevante. Si el magisterio del Papa es paralelo al de las Naciones Unidas, ¿no estaríamos obligados a concluir que sobra uno de los dos? ¿Para qué esa duplicidad costosa e innecesaria? ¿Está obsoleto el catolicismo? ¿No sería lo mejor vender el Vaticano y todas nuestras iglesias, monasterios y catedrales para entregar el dinero a alguna de esas agencias internacionales que se dedican a los refugiados o a otras filantropías? ¿No se está sugiriendo que es hora de que desaparezca el Papado y, con él, la Iglesia?

En fin, dejando a un lado al pobre Mons. Sorondo, que probablemente no intentaba más que decir algo bueno del Papa, y hablando en general, creo que debemos tener cuidado con los elogios, porque los carga el diablo. Especialmente cuando elogiamos lo que es reprochable y reprochamos lo digno de elogio. Hay elogios al Papa que lo único que consiguen es revelar nuestras propias carencias, nuestra falta de fe y nuestra mundanidad. Dice el refrán castellano que quien te adula es tu enemigo: como católicos, cuidemos de ser verdaderos amigos del Papa, queriéndolo con un amor sobrenatural, que no adula, es humilde y siempre, siempre, siempre está basado en la verdad.